miércoles, 5 de enero de 2011

JOSÉ MARTÍ - DIARIOS DE CAMPAÑA





«Cuba ya tiene escritos sus nombres con mis ojos» '
José Martí, después de su salida de Nueva York
en febrero de 1895 con rumbo al Caribe.comien-
za a redactar -cuando y como las condiciones
lo permiten- lo que puede ser considerado su
último texto literario, significativamente testimo-
nial: los Diarios de campaña. Son unas tres-
cientas páginas de apuntes íntimos, que recogen
con estilo apresurado, fragmentario e
impresionista, hechos acaecidos y observacio-
nes formuladas durante sus últimos meses de
vida en el ámbito antillano.
A tenor con sus diferencias estilísticas, sus dos
secciones han sido mayormente editadas y estu-
diadas por separado -las hojas sueltas que for-
man el texto 'De Monte Cristi a Cabo Haitiano» y
elpecp.üeñocuadernoquereseñaelperipto'DeCabo
Haitiano a Dos Ríos». Sin embargo, han de consi-
derarse partes de un discurso en esencia indivisi-
ble, por tratarse de momentos sucesivos de un
mismo y trascendental acontecimiento: el regreso
a la patria
En los últimos años de su vida. Martí había reali-
zado un progresivo acercamiento a conglomerados
socioculturales cada vez más afines, propiciado
por su vinculación a la migración antillana en los
Estados Unidos -puertorriqueños y dominicanos,
fundamentalmente- y. por la extensión de su
labor política como delegado del Partido Revo-
lucionario Cubano, en países del área del Caribe.
Su vinculación con intelectuales revolucionarios
y hombres de armas antiUanos contemporáneos,
hubo de ser. lógicamente, decisiva para la evolu-
ción de sus ideas y contribuyó a reafirmar en
todos ellos su sentido de concordancia reciproca,
de afinidad de intereses y propósitos. Ayudó a
reconocer un espacio de convivencia natural: las
Antillas, a donde reingresa el Apóstol en cumpli-
miento de su vocación de servicio.
Hay que considerar, pues, la antillanidad
martiana -su conciencia de pertenecer a esta co-
munidad y su conocimiento de la necesidad de
asunción de la identidad cultural como platafor-
ma de acción política-fundamento indiscutible
de sus Diarios... En ellos concurre una duali-
dad excepcional: el cronista no es un simple tes-
tigo presencial sino que se halla involucrado
directamente en los acontecimientos históricos
que testimonia. Más aún. es quien los orienta y
los protagoniza
Su relación de viaje sigue, en esencia, el progre-
so de su misión libertaria. Primero, el período de
obligado clandestinqje a que se somete en Repú-
blica Dominicana. Haití y su paso por Gran
¡nagua en el curso de gestiones revolucionarias,
que son sagazmente enmascaradas tras pinto-
rescas y sensuales crónicas costumbristas y dete-
nidas meditaciones, sobre todo, históricas y
literarias. Después, tras la partida al fin exitosa
y su arribofascinado a tierras cubanas, los porme-
nores de las duras jornadas vividas y la memo-
ria de las guerras anteriores, entre aquellos
hombres, niños y mujeres que supieron recono-
cerlo como suyo. La visión del feraz monte cu-
bano y de sus endurecidos y francos habitantes,
incuba la nueva vida a que aspira su proyecto
revolucionario, lo cual encarnade igual modo al-
ternativa estética y opción política. En el cuader-
no "De Cabo Haitiano a Dos Ríos», la meditación
reposada y la descripción colorista del inicio, junto
a la digresión tan cara a su estilo anterior, ceden
paso al necesario ejercicio desinhibido de la
corporeidad: la palabra no adjetiva esteticis-
tamente lo real sino que ejerce el goce de la expe-
riencia. El placer sinestésico que evidencia y que
alcanza las cumbres de expresión en nuestro idio-
ma, es el que su autor disfruta dia tras día.
Si muchos son los que han destacado la excelsitud
de la prosa de los Diarios. ..y la extrañafascina-
ción que de ella irradia, no son pocos los que, por
su cercanía con el desenlace fatal de Dos Ríos,
han propuesto lecturas premonitorias de las contin-
gencias implacables que refieren y de la palabra
vehemente con que son narradas. Todos recono-
cen una respuesta cualitativarnente nueva respec-
to al resto de su propia obra, alcance que han
justificado, además, a partir de la singular exalta-
ción espiritual que Marti experimenta en esos mo-
mentos. Acerca de este éxtasis febril comenta en
carta a Carmen Miyares, desde Baracoa el 16 de
abril:
Es muy grande. Carmita, mifeliddad. sin ilu-
sión alguna de mis sentidos, ni pensamiento
excesivo en mí propio, ni alegría egoísta y pue-
ril puedo decirte que llegué alfin a mi plena
naturaleza, y que el honor que en mis pai-
sanos veo, en la naturaleza que nuestro valor
nos da derecho, me embriaga de dicha con
dulce embriaguez. Solo la luz es comparable
a mi felicidad...2
La enumeración es el basamento estructural y
conceptual más sólido de este discurso literario.
Plantas, animales, objetos de la cultura mate-
rial, primero dominicanos y haitianos, y. al cabo,
cubanos: platos de las cocinas típicas, remedios
caseros, ausentes hasta entonces del dominio
de las 'bellas letras», tan inéditos como las


palabras que los designan. Veintiún vocablos
indocubanos pueden ser reconocidos en este tex-
to breve y prodigioso; decenas de especies de la
Jlora y la/auna antillanas, algunas hasta endé-
micas de Cuba, son descritas, y referida, ade-
más, su utilidad. No es la ojeada de un caminante
desprevenido, sino indagación continua y enalte-
cedora de lo tradicionalmente excluido.
El texto se estructura a partir de la conjluencia
de múltiples relatos particulares y de la capaci-
dad de informar acerca de la realidad que cada
uno de ellos potencia: construyen una voz plu-
ral -una voz de voces. En él dialogan el escritor
y quienes habitan el contexto que describe, lo
cuál relativiza el conocimiento y democratiza la
>voz oficial» -y no olvidemos que es el Delegado,
el Mayor General y hasta para algunos ya el
Presidente, quien escribe.
Es. en fin, una obra que ataca los registros totali-
zadores, y que. por ¡o mismo, resulta a ralos con-
tradictoria, siempre sincrética, típica de los
•tiempos de reenquiciarnient&yremoláe>>. 3 Auna
conservación y renovación de esenciales valo-
res humanos y culturales: supone la imagen que
entonces empezaba a ser reconocida por el yo
plural como el 'nosotros» y que apenas había
alcanzado a expresarse desde los márgenes: con
los Diarios de campaña hace su entrada defini-
tiva lo cubano a la literatura.
Mayra Beatriz Martínez



1895
De Montecristi a Cabo Haitiano
(14 de febrero-8 de abril)
Mis niñas:'
Por las Jechos arreglen esos apuntes, que
escribí para ustedes,2 con los que les mandé
antes. No fueron escritos sino para probarles
que día por día, a caballo y en la mar, y en las
más grandes angustias que pueda pasar
hombre, iba pensando en ustedes.
Su
M.
14 de Febrero
Las seis y media de la mañana serian
cuando salimos de Montecristi3 el Gene-
ral,4 Collazo y yo, a caballo para Santia-
go:5 Santiago de los Caballeros, la ciudad
vieja de 1507. Del viaje, ahora que escri-
bo, mientras mis compañeros sestean, en
la casa pura de Nicolás Ramírez, solo re-
saltan "en mi memoria unos cuantos ár-
boles,-unos cuantos caracteres, de hom-
bre o de mujer,-unas cuantas frases. La
frase aquí es añeja, pintoresca, concisa,
sentenciosa: y como filosofía natural. El
lenguaje común tiene de base el estudio
del mundo, legado de padres a hijos, en
máximas finas, y la impresión pueril pri-
mera. Una frase explica la arrogancia in-
necesaria y cruda del país:-«Si me traen
(regalos, regalos de amigos y parientes a
la casa de los novios) me deprimen, por-
que yo soy el obsequiado.» Dar, es de hom-
bre; y recibir, no. Se niegan, por fiereza,
al placer de agradecer. Pero en el resto de
la frase está la sabiduría del campesi-
no:-«Y si no me traen, tengo que matar
las gallinitas que le empiezo a criar a mi
mujer.» El que habla es bello mozo, de
pierna larga y suelta, y pies descalzos,
con el machete siempre en puño, y al cinto
el buen cuchillo, y en el rostro terroso
y febril los ojos sanos y angustiados.
GRAN INAGUA
CUBA
HAiTÍ  (
REPÚBLICA
DOMINICANA




Es Arturo, que se acaba de casar, y la
mujer salió a tener el hijo donde su gen-
te de Santiago. De Arturo es esta pre-
gunta: «¿Por qué si mi mujer tiene un
muchacho dicen que mi mujer parió,-y
si la mujer de Jiménez tiene el suyo di-
cen que ha dado a luz?»-Y así, por el
camino, se van recogiendo frases. A la
moza que pasa, desgoznada la cintura,
poco al seno el talle, atado en nudo flojo
el pañuelo amarillo, y con la flor de campe-
che al pelo negro:-«¡Qué buena está esa
pailita de freír para mis chicharrones!» A
una señorona de campo, de sortija en el
guante, y pendientes y sombrilla, en gran
caballo moro, que en malhora casó a la
hija con un musié* de letras inútiles, un
orador castelaruno y poeta zorrillesco, una
«luz increada», y una «sed de ideal inextin-
gible»,-el marido, de sombrero de manaca
y zapatos de cuero, le dice, teniéndole el
estribo: «Lo que te dije, y tú no me quisiste
oír: «Cada peje en su agua.» A los caba-
llos les picamos el paso, para que con la
corrida se refresquen, mientras bebemos
agua del rio Yaque en casa de Eusebio; y
el General dice esta frase, que es toda
una teoría del esfuerzo humano, y de la
salud y necesidad de él:-«El caballo se
baña en su propio sudor. »-Eusebio vive
de puro hombre: lleva amparada de un
pañuelo de cuadros azules la cabeza vieja,
pero no por lo recio del sol, sino porque
de atrás, de un culatazo de fusil, tiene
un agujero en que le cabe medio huevo
de gallina, y sobre la oreja y a media frente,
le cabe el filo de la mano en dos tajos de
sable: lo dejaron por muerto.
«¿Y Don Jacinto, está ahí?» Y nues-
tros tres caballos descansan de quija-
das en la cerca. Se abre penosamente
una puerta, y allí está Don Jacinto;
aplanado en un sillón de paja, con un
brazo flaco sobre el almohadón atado a
un espaldar, y el otro en alto, sujeto por
los dos lazos de una cuerda nueva que
cuelga del techo: contra el ventanillo re-
posa una armazón de catre, con dos clavi-
jas por tuercas: el suelo, de fango seco,
se abre a grietas: de la mesa a la puerta
están en hilera',' apoyadas de canto en el
suelo, dos canecas de ginebra, y un pomo
vacio, con tapa de tusa: la mesa, coja y
polvosa, está llena de frascos, de un
inhalador, de un pulverizador, de polvos
de asma. A Don Jacinto, de perfil rapaz.
le echa adelante las orejas duras el gorro
de terciopelo verde: a las sienes lleva par-
ches: el bigote, corvo y pesado, se le cierra
en la mosquilla: los ojos ahogados se le
salen del rostro, doloroso y fiero: las
medias son de estambre de color de carne.
y las pantuflas desteñidas, de estambre
roto.-Fue prohombre, y general de fuego:
dejó en una huida confiada a un compa-
dre la mujer, y la mujer se dio al com-
padre: volvió él, supo, y de un tiro de
carabina, a la puerta de su propia casa,
le cerró los ojos al amigo infiel. «¡Y a ti,
adiós!: No te mato, porque eres mujer.»
Anduvo por Haití,"entró por tierra nue-
va, se le juntó la hija lozana de una
comadre del rincón, y entra a besar-
nos, tímida, una hija linda de ocho años,
sin medias, y en chancletas.-De la
tienda, que da al cuarto, nos traen una
botella, y vasos para el ron. Don Jacinto
está en pleitos: tiene tierras,-y un com-
padre.-el compadre que lo asiló cuando
iba huyendo del carabinazo,-le quiere
pasear los animales por la tierra de él.
«Y el mundo ha de saber que si me ma-
tan, el que me mató fue José Ramón
Pérez. Y que a mí no se me puede decir
que él no paga matadores: porque a mí
vino una vez a que le buscara por una
onza un buen peón que le balease a Fu-
lano: y otra vez tuvo que matar a otro, y
me dijo que había pagado otra onza.»
-«¿Y el que viene aquí, Don Jacinto,
todavía se come un alacrán?» Esto es:
se halla con un bravo: se topa con un
tiro de respuesta.-Y a Don Jacinto se le
hinchan los ojos, y le sube el rosado
enfermizo de las mejillas: «Sí», dice sua-
ve, y sonriendo. Y hunde en el pecho la
cabeza.
Por la sabana de aromas y tunas-,
cómoda y seca, llegamos, ya a la pues-
ta, al alto de Villalobos,7 a casa de Nene,
la madraza del poblado, la madre de
veinte o más crianzas, que vienen to-
das a la novedad, y le besan la mano.
«Utedes me dipensen», dice al sentarse
junto a la mesa a que comemos, con
ron y café, el arroz blanco y los huevos
fritos: «pero toito ei día e stao en ei co-
nuco jalando ei machete.» El túnico es
negro, y lleva pañuelo a la cabeza. El
poblado todo de Peña la respeta. Con el
primer sol salimos del alto, y por entre
cercados <Je plátano o maíz, y de tabaco
o yerba, llegamos, echando por un trillo.


a Laguna Salada, la hacienda del Ge-
neral: a un codo del patio, un platanal
espeso: a otro, el boniatal: detrás de la
casa, con cuatro cuartos de frente, y "de
palma y penca, está el jardín, de na-
ranjos y adornapatios. y, rodeada de li-
rios, la cruz, desnuda y grande, de una
sepultura. Mercedes, mulata dominica-
na, de vejez limpia y fina, nos hace, con
la leña que quiebra en la rodilla su
haitiano Alborno, el almuerzo de arroz
blanco, pollo con llerén. y buniato y
auyama: al pan, prefiero el casabe, y el
café pilado tiene, por dulce, miel de abe-
ja. En el peso del día conversamos, de
la guerra y de los hombres, y a la tarde
nos vamos a la casa de Jesús Domín-
guez, padre de muchas hijas, una de
ojos verdes, con cejas de arco fino, y
cabeza de mando, abandonado el traje
de percal carmesí, los zapatos empol-
vados y vueltos, y el paraguas de seda,
y al pelo una flor:-y otra hija, rechon-
cha y picante, viene fumando, con un
y luego no lo ha sido, y cuando se le acaba
la fortuna sigue con la cabeza alta, sin
que le conozca nadie la ruina, y a la
tierra le vuelve a pedir el oro perdido, y
la tierra se lo da: porque el minero tiene
que moler la piedra para sacar el oro de
ella.-pero a él la tierra le da «el oro jecho,
y el peso jecho». Y para todo hay reme-
dio en el mundo, hasta para la muía
que se resiste a andar, porque la resis-
tencia no es sino con quien sale a viaje
sin el remedio, que es un limón o dos.
que se le exprime y frota bien en las uñas
a la mula,-«y sigue andando». En la mesa
hay pollo y frijoles, y arroz y viandas, y
queso del Norte, y chocolate.-Al otro día
por la mañana, antes de montar para
Santiago, Don Jesús nos enseña un pico
roído, que dice que es del tiempo de Colón. 8
y que lo sacaron de la Esperanza, «de las
excavaciones de los indios», cuando la
mina de Bulla: ya le decían «Bulla» en
tiempo de Colón, porque a la madrugada
se oía de lejos el rumor de los muchos





Antiguo fuerte de Colón en La Española.
pie en media y otro en chancleta, y los
dieciséis años del busto saliéndosele del
talle rojo: y a la frente, en el cabello
rizo, una rosa. Don Jesús viene del co-
nuco, de quemarle los gusanos al taba-
co, «que da mucha briega», y recostado
a la puerta de su buena casa, habla de
sus cultivos, y de los hijos que vienen
con él de trabajar, porque él quiere «que
los hijos sean como él», que ha sido rico
indios, al levantarse para el trabajo. Y
luego Don"" Jesús "trae una, buena espa-
da de taza, espada vieja castellana, con
la que el General, puesto de filo: se guar-
da el cuerpo entero de peligro de bala,
salvo el codo, que es lo único que deja
afuera la guardta-que enseñó al Gene-
ral su maestro de esgrima.-La hija más
moza me ofrece tener sembradas para
mi vuelta seis matas de flores.-Ni ella


siembra flores, ni sus hermanos, mag-
níficos chicuelos, de ojos melosos y pe-
cho membrudo saben leer.
Es la Esperanza, el paso famoso de
Colón, ün caserío de palma y yaguas en
la explanada salubre, cercado de mon-
tes. «La Providencia» era el nombre de
la primera tienda, allá en Guayubín, la
del marido puertorriqueño, con sus li-
bros amarillos de medicina vejancona,
y su india fresca, de perfil de marfil,
inquieta sonrisa, y ojos llameantes: la
que se nos acercó al estribo, y nos dio
un tabaco. «La Fe» se llama la otra tien-
da, la de Don Jacinto. Otra, cerca de
ella, decía en letras de tinta, en una
yagua: «La Fantasía de París». Y en Espe-
ranza nos"cíésmontamos frente a «La De-
licia».-De ella sale, melenudo y zancón,
a abrirnos su talanquera, «a abrirnos
la pueita» del patio para las monturas,
el general Candelario Lozano. No lleva
medias, y los zapatos son de vaqueta.
Él cuelga la hamaca; habla del padre,
que está en el pueblo ahora, «a llevase
los cuaitos de las confirmaciones»; nos
enseña su despacho, pegado en cartón,
de general de brigada, del tiempo de
Báez; oye, con las piernas colgantes en
su taburete reclinado, a su Ana Vitalina,
la niña letrada, que lee de corrido, y
con desembarazo, la carta en que el mi-
nistro exhorta al general Candelario Lo-
zano a que continúe «velando por la paz»,
y le ofrece llevarle «más tarde» la silla
que le pide. Él vende cerveza, y tiene de
ella tres medias, «poique no se vende
má que cuando viene ei padre». Él nos
va a comprar ron.-Allá, un poco lejos, a
la caída del pueblo, están las ruinas del
fuerte de la Esperanza, de cuando Co-
lón,-y las de la primera ermita.
De la Esperanza, a marcha y galope,
con pocos descansos, llegamos a San-
tiago en cinco horas. El camino es ya
sombra. Los árboles son altos:-A la iz-
quierda, par £l palmar frondoso, se le
sigue el cauce al Yaque. Hacen arcos,
de un borde a otro, las ceibas potentes.
Una, de la raíz al ramaje, está punteada
de balas. A vislumbres se ve la vega,
como chispazo o tentación de serena
hermosura, y a lo lejos el azul de los
montes. De lo alto de un repecho, ya al
llegar a la ciudad, se vuelven los ojos.
y se ve el valle espeso, y el camino que
a lo hondo se escurre, a dar ancho a la
vega, y el montío leve al fondo, y el co-
pioso verdor que en luengo hilo marca
el curso del Yaque.
15 de Febrero
Es Santiago de los- Caballeros, y la
casa de yagua y palma de Nicolás
Ramírez, que de guajiro insurrecto se
ha hecho médico y buen boticario: y
enfrente hay una casa como pompeyana,
mas sin el color, de un piso corrido, bien
levantado sobre el suelo, con las cinco
puertas de ancho, marco tallado, al es-
pacioso colgadizo, y la entrada a un re-
codo, por la verja rica, que de un lado
lleva por la escalinata a todo el frente,
y del fondo, por una puerta de agraciado
medio punto, lleva al jardín, de rosas y
cayucos: el cayuco es el cactus:-las co-
lumnas, blancas y finas, del portal, sus-
tentan el friso, combo y airoso. Los
soldados, de dril azul y kepis, pasan re-
lucientes, para la misa del templo nuevo,
con" la bandera de seda del Batallón del
Yaque. Son negros los soldados, y los ofi-
ciales: mestizos o negros.-El arquitecto
del templo es santiaguero, es Onofre de
Lora-: la puerta principal es de la mano
cubana de Manuel Boitel.
Manuel Boitel vive a la otra margen
del río. Paquito Borrero, con su cabeza
santa y fina, como la del San Francisco
del Cano, busca el vado del río en su
caballo blanco, con Collazo atrás, en el
melado de Gómez. Gómez y yo aguar-
damos la balsa, que ya viene, y se llama
«La Progresista». Remontamos la cuesta,
y entramos por el batey limpio de Manuel
Boitel. De allí se ve la otra ribera: que
en lo que sube del río es de veredas y
chozas, y al tope el verde oscuro, por
donde asoman las dos torres y el cim-
borrio del templo blanco y rosado, y a lo
lejos, por entre techos y lomas, el muro
aspillado y la torre de bonete del «reduc-
to patriótico», de la fortaleza de San Luis.
En la casita, enseña todo la mano
laboriosa: esta es una carreta de juguete,
que a poco subirá del río cargada de vi-
gas,-aquél es un faetón, amarillo y negro,
hecho todo, a tuerca y torno, por el hábil
Boitel,-allí el perro sedoso, sujeto a la
cadena, guarda echado la puerta de
la casa pulcra. En la mesa de la sala.
Diarios de campaña
entre los libros viejos, hay una biblia pro-
testante, y un tratado de Apicultura. De
las sillas y sillones, trabajados por Boitel,
vemos, afuera, el sereno paisaje, mien-
tras Collazo lo dibuja. La madre nos "trae
merengue criollo. El padre está en el ase-
rradero. El hijo mayor pasa, arreando el
buey, que hala de las vigas. El jardín es
de albahaca y guacamaya, y de algodón
y varita de San José. Cogemos flores,
para Rafaela, la mujer de Ramírez, con
sus manos callosas del trabajo, y en el
rostro luminoso el alma augusta:-No me-
nos que augusta:-Es leal, modesta y tier-
na.-El sol enciende el cielo, por sobre el
monte oscuro. Corre ancho y claro el
Yaque.
Me llevan, aún en traje de camino, al
«Centro de Recreo», a la sociedad de los
jóvenes. Rogué que desistiesen de la fies-
ta pública y ceremoniosa con que me
querían recibir; y la casa está como de
gala, pero íntima y sencilla. La buena
juventud aguarda, repartida por las me-
sas. El gentío se agolpa a las puertas. El
estante está lleno de libros nuevos. Me
recibe la charanga, con un vals del país,
fácil y como velado, a piano y flauta, con
güiro y pandereta. Los «mamarrachos»
entran, y su música con ellos: las más-
caras, que salen aquí de noche, cuando
ya anda cerca el carnaval:-sale la taras-
> ca, tragándose muchachos, con los gi-
gantones. Él gigante iba de guantes, y
Máximo, el niño de Ramírez, de dos años
y medio, dice que «el gigante trae la cor-
bata en las manos».-
En el centro fue mucha y amable la
conversación: de los libros nuevos del
país,-del cuarto libre de leer, que qui-
siera yo que abriese la sociedad, para
los muchachos pobres,-de los maestros
ambulantes, los maestros de la gente
del campo, que en un artículo ideé, 9
hace muchos años, y puso por ley, con
aplauso y arraigo, el gobierno domini-
cano, cuando José Joaquín Pérez, en la
presidencia de Billini. Hablamos de
la poquedad, y renovación regional, del
pensamiento español: de la belleza y
fuerza de las obras locales: del libro en
que se pudieran pintar las costumbres,
y juntar las leyendas de Santiago, traba-
jadora y épica. Hablamos de las casas
nuevas de la ciudad, y de su construc-
ción apropiada, de aire y luz.
Oigo este cantar:
«El soldado que no bebe
Y no sabe enamorar,
¿Qué se puede esperar de él
Si lo mandan avanzar?»
16 de Febrero10
Nos rompió el día, de Santiago de los
Caballeros a la Vega, y era un bien de
alma, suave y profundo, aquella clari-
dad. A la vaga luz, de un lado y otro del
ancho camino, era toda la naturaleza
americana: más gallardos pisaban los
caballos en aquella campiña florecien-
te, corsada de montes a lo lejos, donde
el mango frondoso tiene al pie la espesa
caña: el mango estaba en flor, y el na-
ranjo maduro, y una palma caída, con
la mucha raíz de hilo que la prende aún
a la tierra, y el coco, corvo del peso, de
penacho áspero, y el seibo, que en el
alto cielo abre los fuertes brazos, y la
palma real. El tabaco se sale por una
cerca, y a un arroyo se asoman caimitos
y guanábanos. De autoridad y fe se va
llenando el pecho. La conversación es
templada y cariñosa.-En un ventorro nos
apeamos, a tomar el cqfecito, y un amor-
es-Rodeado de oyentes está, en un
tronco, un haitiano viejo y harapiento,
de ojos grises fogosos, un lío mísero a
los pies, y las sandalias desflecadas. Le
converso, a chorro, en un francés que
lo aturde, y él me mira, entre fosco y
burlón. Calló, el peregrino, que con su
canturria dislocada tenía absorto al
gentío. Se le ríe la gente: ¿conque otro
habla, y más aprisa que el Santo, la
lengua del Santo?-«¡Mírenlo, y él que
estaba aquí como Dios en un platanal!»
-«Como la yuca éramos nosotros, y él
era como el guayo.» Carga el lío el viejo,
y echa a andar, comiéndose los labios:
a andar, al Santo Cerro.-De las pare:
des de la casa está muy oronda la
ventorrillera, por los muñecos deformes
que el hijo les ha puesto, con pintura
colorada. Yo, en un rincón, le dibujo, al
respaldo de una carta inútil, dos cabe-
zas, que mira él codicioso. Está preso
él marido de la casa: es  un político.
15 de Febrero11
Soñé que, de dos lanzas que había,
sobre la lanza oxidada no daba luz el sol,
y era un florón de luz, y estrella de


llamas, la lanza bruñida. Del alma pe-
rezosa, no se saca fuego.-Y admiré, en
el batey, con amor de hijo, la calma elo-
cuente de la noche encendida, y un gru-
po de palmeras, como acostada una en
la otra, y las estrellas, que brillaban
sobre sus penachos. Era como un aseo
perfecto y súbito, y la revelación de la
naturaleza universal del hombre.-Lue-
go, ya al mediodía, estaba yo sentado, jun-
to a Manuelico, a una sombra del batey.
Pilaban arroz, a la puerta de la casa, la
mujer y una ayuda: y un gallo pica los
granos que saltan.-«Ese gallo, cuidao,
que no le dejen comer arroz, que lo aflo-
ja mucho.» Es gallero, ManueMeo, y tie-
ne muchos, amarrados a estacas*, á la
sombra o al sol. Los «solean» para que
«sepan de calor», para que «no se aho-
guen en la pelea», para—que «se
maduren»: «ya sabiendo de calor, aun-
que corra no le hace». «Yo no afamo nin1
gún gallo, por bueno que sea: el día que
está de buenas, cualquier gallo es bue-
no. El que no es bueno, ni con carne de
vaca». Mucha fuerza que da al gallo, la
carne de vaca. El agua que se les da es
leche; y el maíz, bien majado. El mejor
cuido del gallo, es ponerlo a juchar, y
que esté donde escarbe; y así no hay
gallo que se tulla.» Va Manuelico a mu-
dar de estaca a un giro, y el gallo se le
encara, erizado el cuello, y le pide pe-
lea.-De la casa traen café, con anís y
nuez moscada.
18 de Febrero
Y vamos conversando, de la miel de
limón, que es el zumo muy hervido, que
cura las úlceras tenaces; del modo
moro, que en Cuba no sé conoció, de es-
tancarse la herida con puñados de tie ira;
de la guacaica, que es pájaro gustoso,
que vive de gusanos, y da un caldo que
mueve al apetito; de la miel de abeja,
«mejor que el azúcar, que fue hecña para
el café». «El que quiera alimento pa-
ra un día, exprima un panal que ya ten-
ga pichones, de modo que salga toda la
leche del panal, con los pichones revuel-
tos en la miel. Es vida para un día, y
cura de excesos.»-«A Carlos Manuel le
vi yo' hacer una vez, a Carlos Manuel
de Céspedes, una cosa que fue de mu-
cho hombre: coger un panal vivo es cosa
fácil, porque las avispas son de olfato
fino, y con pasarse la mano por la cuenca
del brazo sudorosa, ya la avispa se
aquieta, del despego al olor acre, y deja
que la muden, sin salir a picar. Me las
quise dar de brujo, en el cuarto de Car-
los Manuel, ofreciéndome a manejar el
panal; y él me salió al paso: "Vea, amigo:
si esto se hace así." Pero parece que la
medicina no pareció bastante poderosa
a las avispas y vi que dos se le clavaron
en la mano, y él, con las dos prendidas,
sacó el panal hasta la puerta, sin hablar
de dolor, y sin que nadie más que yo le
conociera las punzadas de la mano.»
18 de Febrero
A casa de Don Jesús vamos a la cena,
la casa donde vi la espada de taza del
tiempo de Colón, y la azada vieja, que
hallaron en las minas, la casa de las
mocetonas que regañé porque no sembra-
ban flores, cuando tenían tierra de luz y
manos de mujer, y largas horas de ocio.
De burdas las acusó aquel día un viaje-
ro, y de que no tenían alma de flor.-Y
ahora ¿qué vemos? Sabían de nuestra
vuelta, y Joaquina, que rebosa de sus
dieciocho años, sale al umbral, con su
tábano encendido entre dos dedos, y la
cabeza cubierta de flores: por la frente
le cae un clavel, y una rosa le asoma por
la oreja: sobre el cerquillo tiene un moño
de jazmines: de geranios tiene un mazo
a la nuca, y de la flor morada del
guayacán. La hermana está a su lado,
con un penacho de rosas amarillas en la
cabellera cogida como tiesto, y bajo
la fina ceja los dos ojos verdes. Nos apea-
mos, y se ve la mesa, en un codo de la
sala, ahogada de flores: en vasos y ta-
zas, en botellas y fuentes; y a lo alto,
como orlando un santo, en dos pomos de
aceitunas, dos lenguas de vaca, de un
verde espeso y largo, con cortes acá y
allá, y en cada uno un geranio.
19 de Febrero
De Ceferina Chávez habla todo el
mundo en la comarca: suya es la casa
graciosa, de batey ancho y jardín, y ca-
serón a la trasera, donde en fina sille-
ría recibe a los viajeros de alcurnia, y
les da a beber, por mano de su hija, el
vino dulce: ella compra a buen precio lo
que la comarca da, y vende con ventaja,
y tiene a las hijas en colegios finos,


a que vengan luego a vivir, como ella, en
la salud del campo, en la casa que se-
ñorea, con sus lujos y hospitalidad, la
pálida región: de Ceferina, por todo el
contorno,'' es la fama y el poder. Nos pa-
ramos a una cerca, y viene de lo lejos de
su conuco, por entre sus hombres que
le cogen el tabaco. A la cerca se acoda,
con unas hojas en la mano seca y ele-
gante, y habla con idea y soltura, y como
si el campo libre fuera salón, y ella la
dueña natural de él. Él marido, se en-
seña poco, o anda en quehaceres su-
yos: Ceferina, que monta con guantes y
prendas cuando va de pueblo: es quien
de ama propia, y a brío de voluntad, ha
puesto a criar la tierra ociosa, a ten-
derse al buniatal, a cuajarse el tabaco,
a engordar el cerdo. Casará la hija con
letrado; pero no abandonará el trabajo
productivo, ni el orgullo de él. El sillón,
junto al pilón. En la sala porcelanas, y
al conuco por las mañanas. «Al pobre,
algo se ha de dejar, y el divi-divi de mis
tierras, que los pobres se lo lleven.» Su
conversación, de natural autoridad, flu-
ye y chispea. La hija suave, con el dedal
calzado, viene a damos vino fresco: sonríe
ingenua, y habla altiva, de injusticias o
esperanzas: me da a hurtadillas el re-
trato de su madre que le pido: la madre
está diciendo, en una mecida del sillón:
«Es preciso ver si sembramos hombres
buenos.»
Io de Marzo
Salimos de Dajabón, del triste Daja-
bón, último pueblo dominicano, que guar-
da por el norte la frontera. Allí tengo a
Montesinos, el canario volcánico, guanche
aún por la armazón y rebeldía, que desde
que lo pusieron en presidio, cuando esta-
ba yo, ni favor ni calor acepta de mano
española. Allí vive «Toño» Calderón, de
gran fama de guapo, que cuando pasé la
primera vez en su tiempo de Comandan-
te de armas, me hizo apear, a las pocas
palabras, del arrenquín en que ya me iba
a Montecristi, y me dio su caballo me-
lado, el caballo que a nadie había dado a
montar, «el caballo que ese hombre quiere
más que a su mujer»: «Toño» de ojos grises,
amenazantes y misteriosos, de sonrisa
insegura y ansiosa, de paso velado y ca-
bellos lacios y revueltos. Allí trabaja, como
a nado y sin rumbo, el cubano Salcedo,
médico sin diploma,-«mediquín, como
decimos en Cuba»,-azorado en su sole-
dad moral; azotado, en su tenacidad in-
útil; vencido, con su alma suave, en estos
rincones, de charlatán y puño: la vida,
como los niños, maltrata a quien
la teme,-y respeta y obedece a quien se
le encara: Salcedo, sin queja ni lisonja,
-porque me oye decir que vengo con los
pantalones deshechos,-me trae los mejo-
res suyos, de dril fino azul, con un re-
miendo honroso: me deslíe con su mano,
largamente, una dosis de antipirina: y al
abrazarme, se pega a mi corazón. Allí,
entre Pancho12 y Adolfo,-Adolfo, el hijo
leal de Montesinos, que acompaña a su
padre en el trabajo humilde,-me envuel-
ven capa y calzones en un maletín im-
provisado, me ponen para el camino el
ron que se beberá la compañía, y pan
puro, y un buen vino, áspero y sano, del
Piamonte: y dos cocos. A caballo, en la
silla de Montesinos, sobre el potro que él
alquiló a un «compadre» del general Coro-
na. «Ya el general está aquí, que es ya
amigo», «por la mira que nos hemos echa-
do»: panamá ancho, flus de dril, quitasol
con puño de hueso: buen trigueño, de bigo-
te y patillas guajiras. A caballo, al primer
pueblo haitiano, que se ve de Dajabón, a
Ouanaminthe.
Se pasa el río Massacre, y la tierra
florece. Allá las casas caídas, y un patio
u otro, y el suelo seco, o un golpe de ár-
boles, que rodea al fuerte de Bel Air, de
donde partió, cuando la independencia,
el disparo que fue a tapar la boca del
cañón de Haití: y acá, en la orilla ne-
gra, todo es mango enseguida, y guaná-
bana y anón, y palma y plátano, y gente
que va y viene: en un sombrío, con su
montón de bestias, hablan al pie mismo
del vado, haitianos y dominicanos: lle-
gan bajando, en buenas monturas, los
de Ouanaminthe, y otro de más lejos
y un chalán del Cabo: sube, envuelta
en un lienzo que le ciñe el tronco re-
dondo, Una moza quincena: el lienzo le
coge el seno, por debajo de los brazos y
no baja del muslo: de la cabeza, menuda
y crespuda, le salen, por la nuca, dos
moños: va cantando. «Bon jour, con-
mére», «Bon jour, compére»:* es una vie-
ja descalza, de túnico negro, rnuy cogido
a la cintura, que va detrás del burro,


con su sombrero quitasol. Es una moce-
tona, de andar cazador, con la bata mo-
rada de cola, los pechos breves y altos,
la manta negra por los hombros, y a la
cabeza el pañolón blanco de puntas.
-Ya las casas no son de palma y yagua,
leprosas y polvosas; sino que es limpio
el batey, lleno de árboles frutales, y con
cerca buena, y las casas son de emba-
rrado sin color, de su pardo natural,
grato a los ojos, con el techo de paja, ya
negruzca de seca, y las puertas y ven-
tanas de tabla cepillada, con fallebas
sólidas,-o pintadas de amarillo, con bor-
de ancho de blanco a las ventanas y
puertas. Los soldados pasan, en el ejer-
cicio, de la tarde, bajos y larguirutos,
enteros y rotos, azules y desteñidos, con
sandalias o cor* botines, el kepis a la
nariz, y la bayoneta calada: marchan y
ríen: un cenagal los desbanda, y reha-
cen la hilera alborotosos. Los altos uni-
formes ven desde el balcón.-El cónsul
dominicano pone el visto bueno al pa-
saporte, «para continuar, debiendo pre-
sentarse a la autoridad local»,-y me da
una copa de vino de garnacha.-Corona
llega caracoleando: quitaipón de fieltro,
y de la cachucha consular: salimos con
el oro de la tarde.
2 de Marzo
Duerme mal, el espíritu despierto. El
sueño es culpa, mientras falta algo por
hacer. Es una deserción. Hojeo libros
viejos: Origins des Découverts attribuées
aux Modernes, de Dutens, en Londres,
en 1776, cuando a los franceses picaba
la fama de Franklin, y Dutens dice que
«una persona fidedigna le ha asegurado
que se halló recientemente una meda-
lla latina, con la inscripción Júpiter
Elicius, o Eléctrico, representando a
Júpiter en lo alto, rayo en mano, y aba-
jo un hombre que empina una cometa,
por cuya manera se puede electrizar una
nube, y sacar fuego de ella»; a lo que
pudiese yo juntar lo que me dijo en
Belice la mujer de Le Plongeon, del que
se quiso llevar de Yucatán las ruinas
deN los mayas, donde se ve, en una de
las piedras pintadas de un friso, a un
hombre sentado, de cuya boca india sale,
un rayo, y otro hombre frente a él, a
quien da el rayo en la boca.-Otro libro
es un Goethe en francés. En Goethe, y
mucho más lejos, en la antología griega,
-y en la poesía oceánica, como los pari-
tunes,-se encuentran los ritornelos, re-
franes y estrambotes que tiene la gente
novelera, y de cultura de alfiler, como cosa
muy contemporánea: la profecía y censu-
ra de las minimeces de hoy y huecas ele-
gancias, se encuentran, enteras, en los
versos sobre Un chino en Roma.
2 de Marzo
En un crucero, con el río a la bajada,
está de un lado, donde se abre la vía, un
Cristo de madera, bajo dosel de zinc,
un Cristo francés, fino y rosado, en su
cruz verde, y la cerca de alambre. En-
frente, entre las ruinas desdentadas de
una ancha casa de ladrillo, hay un ran-
cho embarrado, y un centinela a la puer-
ta, de sombrero azul, que me presenta
el arma. Y el oficial saluda.-Me entro
por una enramada, a rociar el agua con
ron de anís del ventorrillo, y nadie tie-
ne cambio para un peso.-Pues ¿dejaré
el peso, porque he hecho gasto aquí?
-Pos ca, pas ca mosté.* No me quieren el
peso. Reparto saludos.» Bon blanc!» «Bon
blanc!»*-A las ocho me llamó hermano
Nephtalí en Fórt Liberté: a las cinco, cos-
teando la concha de la bahía, entro, por
la arena salina, en Cabo Haitiano. Echo
pie a tierra delante de la puerta genero-
sa de Ulpiano Dellundé.13
La fiesta está en el sol, que luce como
más claro y tranquilo, dorándolo todo
de un oro como de naranja, con los tra-
jes planchados y vistosos, y el gentío
sentado a las puertas, o bebiendo re-
frescos, o ajenjo anisado, en las mesas
limpias, al sombrío de los árboles, o
apiñado bajo un guanábano, donde oye
el coro de carcajadas a un vejancón que
tienta de amores a una vieja, y los mo-
zos, de dril blanco, echan el brazo por
la cintura a las mozas de bata morada.
Una madre me trae, al pie del caballo,
su mulatico risueño, con camisolín de
lino y cintas, el gorro rosado y los zapa-
tos de estambre blanco y amarillo. Y los
ojos me comen, y luego se echa a reír,
mientras se lo acaricio y se lo beso. Vuel-
vo riendas, sobre la tienda azul, a que
el potro repose unos minutos, y a ten-
der sobre una mesa mi queso y mi em-
panada, con la cerveza que no bebo. Con


el bastón en alto perora un ochentón,
de listado fino y botines de botonadura.
La esposa, bella y triste, me mira, como
súplica y cuento, medio escondida al
marco de una puerta; y juega con su
hija, distraída. El amo, de espaldas, me
cubre con los ojos redondos desde su
sillón, de botín y saco negro, y reloj bue-
no de plata, y la conversación pesada y
espantadiza. Con los libros de la igle-
sia, y los cabos del pañuelo a la nuca,
entra la amiga, hablando buen francés.
De un ojeo copio la sala, embarrada de
verde, con la cenefa de blando amari-
llo, y una lista rosada por el borde. El
aire mueve en las ventanas, las corti-
nas. Adiós. Sonríe el amo, solícito a mi
estribo.
2 de Marzo
Vadeé un riachuelo, que al otro lado
tiene un jabillal, dé fronda alta y clara,
por donde cae, arrasando hojas y que-
brando ramos, la jabilla madura que re-
vienta. Me detengo a remendar las
amarras de mi capote, que son de cordel
rabón, a poco de andar, a la salida del
río, junto a un campesino dominguero,
que va muy abotinado en su burro ágil,
con la pipa a los labios barbudos, y el
cabo del machete saliéndole por la rotura
del saco de dril blanco. De un salto se
apea, a servirme.*-Ah, compére! ne voüs
dérangez pas.»—Pas có, pos có, VamL En
chemin, gargon cdde gargon. Tous sommes
haitiens id.»* Y muerde, y desdobla, y
sujeta los cordeles; y seguimos hablando
de su casa y de su mujer y de los tres
hijos con que «Dieu m'afavorisé»,* y del
bien que el hombre siente cuando da
con almas amigas, que el extraño de
pronto le parece cosa suya, y se le queda
en el alma recio y hondo, como una raíz.
-«Ah, oui!,* con el oui haitiano, halado y
profundo:«Quand vous parlez de chez un
ami, vous parlez de chez Dieu.»*
2 de Marzo
Por los fangales, que eran muchos, creí
haber perdido el camino. El sol tuesta, y
el potro se hala por el lodo espeso. De la
selva, a un lado y otro, cae la alta som-
bra. Por entre un claro veo una casa, y
la llamo. Despacio asoma una abuela,
y la moza luego con el niño en brazos, y
luego un muchachón, con calzones ape-
nas, un harapo por sombrero, y al aire
la camisa azul. Es el camino. Dieciséis
años tiene la madre traviesa. Por de-
jarles una pequenez en pago de su bon-
dad les pido un poco de agua, que el
muchachón me trae. Y al ir a darle unas
monedas, «Non: argent non; petit livre,
oui.»* Por el bolsillo de mi saco asomaba
un libro, el segundo prontuario científi-
co de Paul Bert.-De barro y paja, en un
montón de maíz, es la «"habitation de
Mamenette"», chemin du Cap».* Alrede-
dor, fango, y selva sola. Sobre la cerca
pobre empinaba los ojos luminosos
Auguste Etienne.
2 de Marzo
Ouanaminthe, el animado pueblo fron-
terizo, está alegre, porque es sábado, y
de tarde. Otra vez lo vi, cuando mi primera





Itinerario del primer viaje martiano a Haití y República Dominicana, en 1892.


entrada en Santo Domingo: «e traía de-
prisa, en lo negro de la tormenta, el mozo
haitiano que me fue hablando de su
casita nueva, y el matrimonio que iba a
hacer con su enamorada, y de que iba
a poner cortinas blancas en las dos ven-
tanas de la sala: y yo le ofrecí las cintas.
Sin ver, de la mucha agua, y de la oscuri-
dad del anochecer, entramos aquella vez
en Ouanaminthe con los caballos es-
curridos, yo a la lluvia, y mi mozo bajo el
quitasol de Dellundé. A la guardia fui-
mos, buscando al Comandante de Armas,
para que refrendase los pasaportes. Y eso
fue cuanto entonces vi de Ouanaminthe:
el cuarto de guardia, ahumado y fangoso,
con teas por luz, metidas en .las grietas
de la pared, un fusil viejo cruzado a la
puerta, hombres mugrientos y descalzos
que entraban y salían, dando fumadas
en el tabaco único del centinela, y la silla
rota que por especial favor me dieron,
cercada de oyentes. Hablaban el criollo
del campo, que no es el de la ciudad, más
fácil y francés, sino crudo, y con los nom-
bres indios o africanos.14 Les dije de gue-
rra y de nuestra guerra, e iba cayendo la
desconfianza, y encendiéndose el cariño.
Y al fin exclamó uno esta frase tristísi-
ma: «Ah! gardez ga: bkmc, soldat aussi!»*
El cuarto de guardia vi, y al comandan-
te luego, en una casa de amigas, con
pobre lámpara en la mesa de pino, ellas
sentadas, de pañuelo a la cabeza, en
sillones mancos, y él, flaco y cortés. Así
pasé entonces.
Esta vez, la plaza está de ejercicios,
y los edecanes corretean por frente a
las filas, en sus caballos blancos o ama-
rillos, con la levita de charreteras y el
tricornio, que en el jefe lleva pluma.
Pasan, caracoleando, los caballos que
vienen a la venta. En casas grandes se
ve sillería de Viena. La iglesia es casi
pomposa, en tal villorrio, con su recia
manipostería, y sus torres cuadradas.
Hay sus casas de alto, con su balcón de
colgadizo, menudo y alegre. Es el pri-
mer caserío haitiano, y ya hay vida y fe.
Se sale del poblado saludando al cónsul
dominicano en Fort Liberté, un brioso
mulato, de traje azul y sombrero de pa-
namá, que guía bien el caballo blanco, .
sentado en su montura de charol. Y pa-
san recuas, y contrabandistas. Cuando
los aranceles son injustos, o rencorosa
la ley fronteriza, el contrabando es el
derecho de insurrección. En el contra-
bandista se ve al valiente, que se arries-
ga; al astuto, que engaña al poderoso; al
rebelde, en quien los demás se ven y
admiran. El contrabando viene a ser
amado y defendido, como la verdadera
justicia. Pasa un haitiano, que va a Daja-
bón a vender su café: un dominicano se
le cruza, que viene a Haití a vender su
tabaco de mascar, su afamado andullo:
-«Saludo».-«Saludo».
2 de Marzo
Corona, «$ general Corona», va hablán-
dome al lado. «Es cosa muy grande», se-
gún Corona, «la amistad de los hombres».
Y con su «dispués» y su «inorancia» va
pintando en párrafos frondosos y flori-
dos el consuelo y fuerza que para el co-
razón «sofocado de tanta malinidad y
alevosía como hai en este mundo» es el
saber que «en un conuco de por áhi está
un eimano poi quien uno puede dai la
vida». «Puede Uté decir que, a la edad
que tengo, yo he peleado más de ochenta
peleas.» Él quiere «decencia en el hombre»,
y que el que piense de un modo no se dé
por dinero, ni se rinda por miedo, «a quien
le quiere prohibir ei pensar». «Yo ni Co-
mandante de aimas quiero ser, ni intei-
ventor, ni ná de lo que quieren que yo
sea, poique eso me lo ofrece ei gobierno
poique me ve probé, pa precuraime mi
deshonor, o pa que me entre temó de
su venganza, de que no le aceite ei em-
pleo.» «Pero yo voy viviendo, con mi hon-
radé y con mi caña.» Y me cuenta los
partidos del país; y cómo salió a co-
brar, con dos amigos, la muerte de su
padre al partido que se lo mató; y cómo
con unos pocos, porque falló el resto,
defendió la fortaleza de Santiago, «el
reducto de San Luis», cuando se alzó con
él, contra Lili, Filo Patino «que aorita etá
de empleado dei gobierno». «Poi ete Hom-
bre o poi eí otro no me levanto yo, sino
de la ira muy grande y de la desazón que
me da e vei que los hombres de baiba
tamaña obedecen o siven a la tiranía.»
«Cuando yo veo injusticia, las dos manos
me bailan, y me le voi andando ai rifle, y
ya no quiero má cuchillo ni tenedor.» «Poi
que yo de aita política no sé mucho, pero
a mi acá en mi sentimiento me parece
sabe que política e como un debe de


dinidá». «Poiqué yo, o todo, o nada.» «Tre-
ce hijos tengo, amigo, pero no de la mis-
ma mujei; poique eso sí tengo yo, que
cuando miro asina, y veo que voi a te-
ner que etai en un lugai má de un mé o
do, enseguía me buco mi mejó comodi-
dá»; y luego, a la despedida, «ella ve que
no tiene remedio, y la dejo con su casi-
ta y con aigunos cuartos: poique a mi
mujei legítima poi nada de ete mundo
le deberé faitai.» A ella vuelve siempre»
ella le guardó la hacienda cuando su
destierro, le pagó las deudas, le ayuda
en todos sus trabajos, y «que ella tiene
mi mesma dinidá, y si yo tengo que
échame a la mala vida a pasai trabajo,
yo sé que mis hijito quedan detrá mui
bien guardaos, y qué esa mujé no me
tiene a mal que yo me conduca como
un hombre.»-De pronto, ya caída la no-
che, pasa huida, arrastrando el aparejo,
que queda roto entre dos troncos, una
muía de la recua de Corona. Él se va con
sus dos hombres a buscar la muía por el
monte, en lo que pasará la noche entera.
Yo me buscaré un guía haitiano en
aquella casita del alto donde se ve luz. Yo
tengo que llegar esta noche a Fort Liber-
té. Corona vuelve, penoso por mí.-«Usted
no va a jalla ei hombre que buca.»,Les
habla él, y no van. Lo hallé.
2 de Marzo
Mi pobre negro haitiano va delante
de mí. Es un cincuentón zancudo, de
bigote y pera, y el sombrero deshecho,
y el retazo de camisa colgándole del
codo, y por la espalda un fusil de chis-
pa, y la larga bayoneta. Se echa a tran-
cos por el camino, y yo, a criollo y
francés, le pago sus dos gourdes, que
son el peso de Haití, y le ofrezco que no
le haré pasar de la entrada del pueblo,
que es lo que teme él, porque la orde-
nanza de la patrulla es poner preso al
que entre al poblado después del oscu-
recer: «Mosié blanc pringardedi metté
mosié prison. »* De cada rama me va avi-
sando. A cada charco o tropiezo vuelve
la cara atrás. Me sujeta una rama, para
que no dé contra ella. La noche está
velada, con luz de luna a trechos, y mi
potro es saltón y espantadizo. En un cla-
ro, al salir, le enseño al hombre mi re-
vólver Colt, que reluce a la luna: y él,
muy de pronto, y como chupándose la
voz, dice:-« ¡Bon, papá!»*
2 de Febrero15
Ya después de las diez entro, en Fort
Liberté, solo. De lejos venía oyendo la
retreta, los ladridos, el rumor confuso.
De la casa cerrada de una Feliciana,
que me habla por la pared y no tiene
alojamiento, voy buscando la casa de
Nephtalí, que lo puede tener. Ante el lis-
tón de luz que sale de la puerta a medio
cerrar recula y se me sienta mi caba-
llo.-«¿Es acá Nephtalí?»-Oigo ruido, y
una moza se acerca a la puerta. Habla-
mos, y entra «...Bien sellé, bien bridé:
pas commun...»* Eso dicen, adentro, de
mí. Sí puedo entrar; y la moza, con su
medio español, va a abrirme la puerta
del patio. En la oscuridad desensillo mi
caballo, y lo amarro a una higuereta.
La gallera está llena de hamacas, don-
de duerme gente que vino de sábado a
gallear. Y adentro «de caridad» ¿habrá
dónde duerma, y qué coma, un pasaje-
ro respetuoso? Me viene a hablar, en
camiseta y calzones negros, un mócete
blancucho, de barbija, bigotín y bubo-
nes, que habla un francés castizo y pre-
tencioso. En la mesa empolvada
revuelvo libros viejos: textos descua-
dernados, catálogos, una Biblia, perió-
dicos masones.16 Del cuarto de al lado
salen risas,-y la moza luego, la hija de
la casa, a arreglar hacia el medio las
sillas de Viena,-y luego sale el colchón:
que echo yo por tierra, y las sillas a un
lado. ¿De allá adentro; quien me ha
dado su colchón? Por la puerta asoma
una cabeza negra, un muchachón que
ríe en camisola de dormir. De cena, dulce
de maní, y casabe: y el vino piamontés
que me puso Montesinos en la cañonera,
y parto con la hija, segura y sonriente.
El castizo se fue en buen hora: « Le
chemin est voiturable»:* el camino a Fort
Liberté: Oh, monsieur l'aristocratie est
toujours bien regué»:* y que. no hay que
esperar nada de Haití, y que hay mucha
superstición, y que «todavía» no ha estado
en Europa, y que si «las señoras de al
lado quieren que las vaya a ayudar». Le
acaricio la mano fina a la buena mu-
chacha, y duermo tendido, bajo el techo
amable.-A las seis, está en pie Nephtalí
a mi cabecera: bienvenido sea el hués-
ped: el huésped no ha molestado: perdó-
nelo el huésped porque rio estaba anoche
a su llegada. Todo él sonríe, con su dril
limpio, y sus patillas de chuleta: van


saliendo en la plática nombres conocidos:
Montesinos, Montecristi, Jiménez. No me
pregunta quién me envía. Para mí es el
almuerzo oloroso, que el mocetín, muy
encorbatado, se sienta a gustar conmigo:
y Nephtalí y la hija me sirven: el almuerzo
es buen queso, y pan suave, del horno
de la casa, y empanadillas de honor, de
la harina más leve, con gran huevo: el
café es oro, y la mejor leche. «Madame
Nephtalí» se deja ver, alta y galana, con
su libro de misa, de mantón y sombrero,
y me la presenta con ceremonia Nephtalí.
En el patio, baña el sol los rosales, y
entran y salen a la panadería, con ta-
bleros de masa, y la gallera está como
una joya, de limpia y barrida, y Nephtalí
dice al castizo que «superstición en Hai-
tí, hay y no hay: y que el que la quiere
ver la ve, y el que no, no da nunca con
ella, y él, que es haitiano, ha visto en
Haití poca superstición». Y ¿en qué se
ocupa monsieur Lespinasse, el castizo,
amigo de un músico de bailes que lo
viene a ver? ¡Ah! escribe uno u otro ar-
tículo en L'Investigateur: «on est
jownaliste V artstocratié n'a pas d'avenir
dans cepays-ci.* Para el camino me pone
Nephtalí del queso bueno, y empanadilla
y panetela. Y cuando me llevo al buen
hombre a un rincón, y le pregunto te-
meroso lo que le debo, me ase por los
dos brazos, y me mira con reproche:
-«Comment, frére? On ne parle pas
d'argent, avec un frére.»* Y me tuvo el
estribo, y con sus amigos me siguió a
pie, a ponerme en la calzada.
3 de Marzo
Como un cestón de sol era Petit Trou 17
aquel domingo. Á vagos grupos, plancha-
dos y lucientes, veía el gentío de la plaza
los ejercicios de la tropa.
3 de Marzo
Hallo, en un montón de libros olvida-
dos bajo una consola, uno que yo no
conocía: «Les Méres Chretiennes des Con-
temporains Mustres». Lo hojeo, y le des-
cubro el espíritu: con la maña de la
biografía es un libro escrito por el autor
de «L'AcadémieFrancaiseauXIXme Siécle»,
para fomentar, dándola como virtud su-
prema y creatriz, la devoción práctica
en las casas: la confesión, el «buen cura»,
el «santo abad», el rezo. Y el libro es rico,
de página mayor, con los cantos dora-
dos, y la cubierta roja y oro. El índice,
más que del libro, lo es de la sociedad,
ya hueca, que se acaba: «Las altas esfe-
ras de la sociedad».-«El mundo de las
letras».-«El clero».-«Las carreras libe-
rales. «-Carrera: el cauce abierto y fá-
cil, la gran tentación, la satisfacción de
las necesidades sin el esfuerzo original
que desata y desenvuelve al hombre, y
lo cría, por el respeto a los que padecen
y producen como él, en la igualdad úni-
ca duradera, porque es una forma de la
arrogancia y el egoísmo, que asegura a
los pueblos la paz sólo asequible cuan-
do la suma de desigualdades llegue al
límite mínimo en que las impone y re-
tiene necesariamente la misma natura-
leza humana. Es inútil, y generalmente
dañino, el hombre que goza del bienes-
tar de que no ha s*do creador: es sostén
de la injusticia, o tímido amigo de la
razón, el hombre que en el uso inmere-
cido de -una suma de comodidad y placer
que no está en relación con su esfuerzo
y servicio individuales: pierde el hábito
de crear, y el respeto a los que crean.
Las carreras, como aún se las entien-
de, son odioso, y pernicioso, residuo de
la trama de complicidades con que, des-
viada por los intereses propios de su
primitiva y justa potencia unificadora,
se mantuvo, y mantiene aún, la socie-
dad, autoritaria:-sociedad autoritaria es
por supuesto, aquella basada en el con-
cepto, sincero o fingido, de la desigual-
dad humana, en la que se exige el
cumplimiento de los deberes sociales a
aquellos a quienes se niegan los dere-
chos, en beneficio principal del poder y
placer de los que se los niegan: mero
resto del estado bárbaro.-Lo del índice
de «Las Madres Cristianas»: «Las altas
esferas de la sociedad».-«El mundo de
las letras».-«El Clero».-«Las carreras
liberales».
Por donde dice «Madame Moore» abro
el libro. Madame Moore, la madre de To-
más Moore, a cuya «Betsy» admiro, leal y
leve; y siempre fiel, y madre verdadera,
a su esposo danzarín y vano. Como muy
santa madre da el libro a la de Moore,
y lo de ella lo prueba por la vida del hijo.
Pero np dice lo que es: que por donde el
hijo* cristiano comenzó, fue por la tra-
ducción picante y feliz de las odas de
Anacreonte.-De Margarita Bosco habla
mucho, que es madre de cardenal, que


recuerda mucho la del cura mimado de
La Regenta, de Alas.-aquel cura sanguí-
neo a quien la madre astuta le ponía la
cama y la mesa. Conocí yo a un hijo del
príncipe Bosco: el padre había sido
amante de la reina de Ñapóles, de la
última reina: el hijo había sido en
Texas capitán de la milicia montada, y
en Brooklyh era domador de caballos.
-Una madre es «Madame Río», de A. del
Río, «el ilustre autor de L'Art Chrétien.»
Otra «Madame Pie», la del obispo de
Poitiers. «Madame Osmond» es'otra, la
del conde que escribió Reliques et
Impressions. Otra es la madre de
Ozanam, el católico elocuente y activo.
Y otra la de Gerando, aquel cuyas me-
tafísicas leía atento Michelet, cuando
vestía frac y zapatos de hebilla, y daba
clase de historia a las princesas.
3 de Marzo
Me voy a pelar, a la mísera barbería
de Martínez, en la calle de la Playa: él
reluce de limpio, chiquitín y picante, en
la barbería empapelada a retazos, con
otros de mugre, y cromos viejos: y en el
techo muy alto, de listones de lienzo, seis
rosas de papel.-«Y usted, Martínez, será
hombre casado?»-«Hombre como yo, am-
bulante, no puede casar. »-«¿Y dónde
aprendió su español?»-«En San Thomas:
yo era de San Thomas, santomeño.»-«¿Y
ya no lo es usted?»-«No, ahora soy haitia-
no. Soy hijo de. danés, no vale de nada:
soy hijo de inglés, no vale de nada: soy
hijo de español, peor: España es la más
mala nación que hay en el mundo. Para
hombre de color, nada vale de nada.»
-«¿Conque no quiere ser español?»-«Ni
cubano quiero yo ser, ni puertorriqueño,
ni español. Si era blanco español inteli-
gente, sí, porque le doy la gobernación
de Puerto Rico, con $500 mensuales: si
era hijo de Puerto Rico, no. Lo peor del
mundo, español.»-A la pordiosera que lle-
ga a la puerta: «Todavía no he ganado el
primer cobre.»
4 de Marzo
Y abrí los ojos en la lancha, al canto
del mar. El mar cantaba. Del Cabo sali-
mos, con nubarrón y viento fuerte, a las
diez de la noche; y ahora, a la madru-
gada, el mar está cantando. El patrón
se endereza, y oye erguido, con una mano
a la tabla y otra al corazón: el timonel,
deja el timón a medio ir: «Bonito eso»:
«Eso es lo más bonito que yo haya oído
en este mundo»: «Dos veces no más en
toda mi vida he oído yo esto bonito.» Y
luego se echa a reír: que los voudous, los
hechiceros haitianos, sabrán lo que eso
es: que hoy es día de baile voudou, en el
fondo de la mar, y ya lo Sabrán ahora los
hombres de la tierra: que allá abajo están
haciendo los hechiceros sus encantos. La
larga música, extensa y afinada, es como
el son unido de una tumultuosa orquesta
de campanas de platino. Vibra igual y
seguro el eco resonante. Como en ropa de
música se siente envuelto el cuerpo. Can-
tó el mar una hora,-más de una hora.
-La lancha piafa y se hunde, rumbo a
Montecristi.
6 de Marzo
¡Ah, el eterno barbero, con el sombrero
de paja echado a la nuca, los rizos per-
fumados a la frente, y las pantuflas con
estrellas y rosas! En la barbería no hay
más que dos espejos, de marco de made-
ra, con la repisa de pomos vacíos, un
cepillo mugriento, y pomadas viejas. A
la pared está un mostruario de panamás
de cinta fina, libros descuadernados, y
papelería revuelta. En medio del salón,
de grandes manchas de agua, está la silla
donde el pinche empolva al que se alza
de afeitarse.-«Mira, muchacho de los bi-
lletes: ven acá».-«Cómprale un billete:
dale un peso.
6 de Marzo
Oigo un ruido, en la calle llena del sol
del domingo, un ruido de ola, y me pare-
ce saber lo que es. ¡Es! Es el fustán al-
midonado de una negra que pasa
triunfante, quemando con los ojos, con
su bata limpia de calicó morado oscuro,
y la manta por los hombros.-La haitiana
tiene piernas de ciervo. El talle natural
y flexible de la dominicana da ritmo y
poder a la fealdad más infeliz. La forma
de la mujer es conyugal y cadenciosa.
29 de Marzo
De sobremesa sé habló de animales:
de los caos negros, y capaces de hablar,
que se beben la leche,-de cómo se salva
el ratón de las pulgas, y se relame el
rabo que hundió, en la manteca,-del
sapo, que se come las avispas,-del mur-
ciélago, que se come al cocuyo, y no la


Ángulo de la casa de Gómez
en Montecristi..
luz. Un cao bribón veía que la conuquera
ordeñaba las vacas por las mañanas,
y ponía la leche en botellas: y él, con su
pico duro, se sorbía la primer leche,
y cuando había secado el cuello, echa-
ba en la botella piedrecitas, para que la
leche subiera. El ratón entra al agua
con una mota de algodón entre los dien-
tes, adonde las pulgas por no ahogarse
vuelan; y cuando ya ve la mota bien ne-
gra de pulgas, la suelta el ratón. El sapo
hunde la mano en la miel del panal, y
luego, muy sentado, pone la mano dul-
ce al aire, a que la avispa golosa venga
a ella: y el sapo se la traga. El murcié-
lago trinca al cocuyo en el. aire y le deja
caer al suelo la cabeza luminosa.
29 de Marzo
Venimos de la playa, de ver haces de-
campeche y mangle espeso: venimos por
entre la tuna y el aroma. Y un descalzo
viene cantando de.sde lejos, con voz ra-
jada y larga, una trova que no se oye, y
luego esta:
«Te quisiera retratar
En una concha de nade,
Para cuando no te vea
Alzar la concha, y mirarte.»
30 de Marzo
César Salas, que dejó ir su
gente rica a Cuba, para no vol-
ver más que «como debe volver
un buen cubano», es hombre de
crear, sembrador e industrioso,
con mano para el machete y el
pincel, e igual capacidad para
el sacrificio, el trabajo y el arte.
De las cuevas de San Lorenzo,
allá en Samaná viene ahora; y
cuenta las cuevas. La mayor es
como la muestra de las muchas
que por allí hay, con el techo y
las paredes de pedrería destila-
da, que a veces cuelga por tierra
como encaje fino, y otras expri-
me, gota a gota, «un agua que se
va cuajando en piedra». Es gran-
de el frescor, y el piso de huano
blanco y fino, que en la boca no
desagrada, y se disuelve. La ga-
lería, de trecho en trecho, al co-
dear, cria bóveda, y allí, a un
mismo rumbo, hay dos caras de
figuras pintadas en la pared, a
poco más de altura de hombre, que son
como redondeles imperfectos, donde está
de centro un rostro grande humano sobre
el vértice de un triángulo, crestado a todo
el borde, con dos rostros menores a los
lados, y a todo el rededor dibujos jeroglí-
ficos de homúnculos con la azada en una
mano, o sin ella; de caballo o muía; de
gallina:-la conquista acaso, y las minas
bárbaras, ofrecidas a la religión del país,
en los altares de las cuevas de asilo.-Allí
ha hallado César Salas caracoles
innúmeros, de que debió vivir la indiada;
y hachas grandes de sílex, de garganta o
de asta. Los caracoles hacen monte a las
aberturas. Por cuatro bocas se entra a Ja
cueva. Por una, espumante y resonante,
entra el mar. De una boca, por entre be-
jucos, se sube al claro verde.
10 de Abril
A paso de ansia, clavándonos de es-
pinas, cruzábamos, a la media noche
oscura, la marisma y la arena. A coda-
zos rompemos la malla del cambrón.


El arenal,. calvo a trechos, se cubre a
manchones del árbol punzante. Da luz
como de sudario, al cielo sin estrellas,
• la arena desnuda: y es negror lo verde.
Del mar se oye la ola, que se exhala en
la playa; y se huele la sal.-De pronto,
de los últimos cambroneros, se sale a
la orilla, espumante y velada-y como
revuelta y cogida-con ráfagas húmedas.
De pie, a las rodillas el calzón, por los
muslos la camisola abierta al pecho,
los brazos en cruz alta, la cabeza agui-
leña, de pera y bigote, tocada del yarey,
aparece impasible, con la mar a las
plantas y el cielo por fondo, un negro
haitiano.-El hombre asciende a su plena
beldad en el silencio de la naturaleza.
3 de Abril
La ingratitud es un pozo sin fondo,-y
como la poca agua, que aviva los incen-
dios, es la generosidad con que se inten-
ta corregirla. No hay para un hombre
peor injuria que la virtud que él no po-
see. El ignorante pretencioso es como el
cobarde, que para disimular su miedo
da voces en la sombra. La indulgencia
es la señal más segura de la superiori-
dad. La autoridad ejercitada sin causa
ni objeto denuncia en quien la prodiga
falta de autoridad verdadera.
3 de Abril
Pasan volando por lo alto del cielo,
como grandes cruces, los flamencos de
alas negras y pechos rosados. Van en fi-
las, a espacios iguales uno de otro, y las
filas apartadas hacia atrás. De timón va
una hilera corta. La escuadra avanza
ondeando.
3 de Abril
En medio de la mar, recuerdo estos
versos:
"Un rosal cría una rosa
una maceta un clavel.
un padre cría a una hija
Sin saber para quién es.»
4 de Abril
En la goleta «Brothers», tendido en cu-
bierta, veo, al abrirse la luz, el rincón de
Inagua, de árbol erizado, saliendo, verdo-
so, de entre sus ruinas y salinas. Rosadas
como flamencos, y de carmín negruzco,
son las nubes que se alzan, por el cielo
perlado, de las pocas casas. Me echo á la
playa, a sujetar bribones, a domarlos,
a traerles a la mano el sombrero triunfa-
dor. Lo logro. En las idas y las venidas,
ojeo el pueblo: mansiones desiertas y
descabezadas, muros roídos del abando-
no y del fuego, casas blancas de venta-
nas verdes, arbolejos dé púas, y florales
venenosos. No tiene compradores la mu-
cha sal de la isla; yace el ferrocarril; quien
tuvo barcos los vende; crece penosa la
industria del henequén; ^el salón de leer
tiene quince socios, a real mensual; el
comerciante de más brillo es tierno ami-
go de un patrón contrabandista; el capi-
tán del puerto,-ventrudó mozo-es noble
de alma, y por tanto cortés, y viste de dril
blanco: el sol salino ciega. Contra una
pared rota duerme una pila de gua-
yacancillo, el «leño de la vida», que «arde
como una antorcha», con su corazón duro:
dos burros peludos halan de un carro,
mal lleno de palos de rosa, rajados y tor-
cidos: junto a un pilar hay un saco de
papas del país: de una tienda, mísera:
sale deshecha una vieja blanca, de
espejuelos, pamela y delantal, a ofrecer-
nos pan, anzuelos, huevos, gallinas, hilo:
la negraza, de vientre a la nariz, y los
pendientes de coral al hombro, dice, echa-
da en el mostrador de su tienda vacía,
que «su casa de recibir no es allí», donde
tres hombres escaldados reposan un ins-
tante, secándose el sudor sangriento, en
los cajones que hacen de sillas: y por
poder sentarse, compran a la tendera, de
dientes y ojos de marfil, todo el pan y los
dulces de la casa:-tres chelines: ella cu-
bre de sus anchas sonrisas el suelo.-Pasa
Hopkins, cuarentón de tronco inglés y tez
de cobre, vendiendo «su gran corazón», su
«pecho valiente, que sirve por dos pechos»,
los botines rastreros, que se saca de los
pies, un gabán roto. Él irá «a todas par-
tes, si le pagan», porque «él es un padre
de familias, que tiene dos mujeres»: él es
«un alma leal»:-él se cose a los marine-
ros, y les va envenenando la voluntad,
para que no. acepten el oficio que no se
quiso poner en él: revende un pollo, que
le trae de las patas un policía de casco de
corcho, patillas de chuleta y casimir azul
de bocas rojas.-Pasa el guadalupeño, de
torso color de chocolate, y la cana rizosa
de sus setenta y cuatro años: lleva al aire


los pechos y los pies, y el sombrero es
de penca: ni bebió ni fumó, ni amó más
que en casa, ni necesita espejuelos para
leer de noche: es albañil, y contratista, y
pescádor.-Pasa, con su caña macaca de
puño neoyorquino, el patrón contraban-
dista, de sortija recia al anular, y en la
cabeza de respeto el panamá caro,-Pasa
el patrón blandílocuo, de lengua patriar-
cal y hechos de zorro, el que a la muerte
del hijo «no lloró el dolor, sino que lo sudó»;
y rinde, balbuceando, el dinero que roba-
ba. Pero él es «un caballero, y conoce a
los caballeros»: y me regala, sombrero en
mano, una caneca de ginebra.
5 de Abril
El vapor carguero, más allá de la mar
cerúlea de la playa, vacía su madera de
Mobila en la balsa que le flota al costado,
de popa a proa, en el oleaje turquí. Des-
cuelgan la madera, y los trabajadores
la halan y la cantan. Puja el vapor al
sesgo por arrimar la balsa a la orilla: y
los botes remolcadores se la llevan, con
los negros arriba en hilera, halando y
cantando.
5 de Abril
David, de las islas Turcas, se nos
apegó desde la arrancada de Monte-
cristi. A medias palabras nos dijo que
nos entendía, y sin espera de paga ma-
. yor, ni tratos de ella, ni mimos nues-
tros, él iba creciéndosenos con la fuga
de los demás; y era la goleta él solo, con
sus calzones en tiras, los pies roídos, el
levitón que le colgaba por sobre las car-
nes, el yarey con las alas al cielo. Coci-
naba él el «locrio», de tocino y arroz; o el
«sancocho», de pollo y pocas viandas; o
el pescado blanco, el buen «mutton-Jish»,
con salsa de mantequilla y naranja
agria: él traía y llevaba, a «gudilla»
pura,-a remo por timón,-el único bote:
él nos tendía de almohada, en la miseria
de la cubierta, su levitón, su chaque-
tón, el saco que le era almohada y colcha
a él: él, ágil y enjuto, ya estaba al alba
bruñendo los calderos. Jamás pidió, y
se daba todo. El cuello fino, y airoso, le
sujetaba la cabeza seca: le reían los ojos,
sinceros y grandes: se le abrían los
pómulos, decidores y fuertes: por los ca-
bos de la boca, desdentada y leve, le cre^
cían dos rizos de bigote: en la nariz,
franca y chata, le jugaba la luz. Al de-
cirnos adiós se le hundió el rostro, y el
pecho, y se echó de bruces, llorando, con-
tra la vela atada a la botavara.-David,
de las islas Turcas.
6 de Abril
Es de pilares, de buena caoba, la litera
del capitán del vapor,-el vapor carguero
alemán, que nos lleva al Cabo Haitiano.
Lá litera cubre las gavetas,-llenas
de mapas. En la repisa del escritorio, en-
tre gaceteros y navegadores, está Goethe
todo, y una novela de Gaudy. Preside la
litera el retrato de "la mujer, candida y
huesuda. A un rincón, la panoplia es de
una escopeta de caza, dos puñales, un
pistolín perrero, y dos pares de esposas,
-«que uso para los marineros algunas ve-
ces». Y juntó hay un cuadro, bordado de
estambre, «del estambre de mi mujer», que
dice, en letra góticas:
»-In alien Stürmen,
In alien Noth,
Móg er didx beschirmen
Der treue Gott.^»*
7 de Abril
Por las persianas de mi cuarto escon-
dido me llega el domingo del Cabo. El café
fue «caliente, fuerte y claro». El sol es leve
y fresco. Chacharea y pelea el mercado
vecino. De mi silla de escribir, de espal-
das al cancel, oigo el fustán que pasa, la
chancleta que arrastra, el nombre del
poeta Tertulien Guilbaud, el poeta gran-
de y pulido de Patrie,-y el grito de una
frutera que vende «¡caimite!» Suenan,
lejanos, tambores y trompetas. En las
piedras de la calle, que la lluvia desen-
cajó ayer, tropiezan los caballos menu-
dos. Oigo:«le bonDieu»,*-y un bastón que
se va apoyando en la acera. Un viejo
elocuente predica religión, en el crucero
de las calles, a las esquinas vacías. Le
oigo: «Es preciso desterrar de este fuerte
país negro a esos mercaderes de la divi-
nidad salvaje que exigen a los pobres
campesinos, como el ángel a Abraham,
el sacrificio de sus hijos a cambio del
favor de Dios: el gobierno de este país
negro, de mujeres trabajadoras y de
hombres vírgenes, no debe matar a la
infeliz mujer que mató ayer a su hija,
corno Abraham iba a matar a Isaac, sino
20
Diarios de campaña
acabar, "con el rayo de la luz, al papa-
boco, al sacerdote falso que se les entra
en el corazón con el prestigio de la medi-
cina y el poder sagrado de la lengua de
los padres". Hasta que la civilización no
aprenda criollo, y hable en criollo, no ci-
vilizará.» Y el viejo sigue hablando, en
soberbio francés, y puntúa el discurso
con los bastonazos que da sobre las pie-
dras. Ya lo escuchan: un tambor, dos
muchachos que ríen, un mócete de cor-
bata rosada, pantalón de perla, y bas-
tón de puño de marfil. Por las persianas
le veo al viejo el traje pardo, aflautado y
untoso. A los pies le corre, callada, el
agua turbia. La vadea de un salto, con
finos botines, una mulata cincuentona
y seca, de manteleta, y sombrero, y libro
de horas yt sombrilla: escarban, sus ojos
verdes. Del libro a que vuelvo, en mi
mesa de escribir, caen al suelo dos tar-
jetas, cogidas por un lazo, blanco: la
mínima, de ella, dice «Mlle. Elise Etienne,
Cap Haitien»: la de él, la grande, dice:
«Mr. Edmond Férere:-Francés».-Es do-
mingo de Ramos.
8 de Abril
Por el poder de resistencia del indio
se calcula cuál puede ser su poder de
originalidad, y por tanto de iniciación, en
cuanto lo encariñen, lo muevan a fe jus-
ta, y emancipen y deshielen su natura-
leza.-Leo sobre indios.
8 de Abril
Del flaco Moctezuma acababa de leer,
y de la inutilidad de la timidez y de la
intriga. Con mucho amor leí de Cacama,
y de Cuitláhuac, que a cadáveres he-
roicos les tupían los cañones a Cortés.
Leí con ira de la infame o infortunada
Tecuichpo, que con Cuauhtémoc en la
piragua real defendió el águila, y a pecho
de pluma se echó sobre el arcabuz, y lue-
go,-la que había dormido bajo los besos
indios del mártir,-se acostó a dormir, de
mujer de español, en la cama de Alonso
de Grado, y de Pedro Callejo, y de Juan
Cano. El verso caliente me salta de la
pluma. Lo que refreno, desborda. Habla
todo en mí, lo que no quiero hablar,-ni
de patria, ni de mujer. A la patria ¡más
que palabras! De mujer, o alabanza, o
silencio. La vileza de nuestra mujer nos
duele más, y humilla más, y punza más,
que la de nuestro hombre. -Entra Tom a
mi cuarto escondido.-Tom, el negro leal
de San Thomas, que con el siglo a es-
paldas sirve y ama a la casa de Dellundé.
Con un doblez de papel en que pido
libros, para escoger, a la librería de la
esquina, la librería haitiana, le doy un
billete de dos pesos, a que lo guarde en
rehenes, mientras escojo.-Y el librero,
el caballero negro de Haití, me manda
los libros,-y los dos pesos.






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A* f***jÁ3F£'■■■■■ /»?*

Piezas americanas prehispánicas dibujadas por Martí.
21
José Martí
1895
De Cabo Haitiano a Dos Ríos
(9 de abril-17 de mayo)
9 Abril.-Lola,' jolongo, llorando en el
balcón. Nos embarcamos.
lO.-Salimos del Cabo.2-Amanecemos
en Inagua.-Izamos velas.
11.-bote. Salimos a las 11. Pasamos
(4)3 rozando, a Maisí, y vemos la farola. Yo
en el puente. A las 7V%, oscuridad. Movi-
miento a bordo. Capitán conmovido. Ba-
jan el bote. Llueve grueso al arrancar.
Rumbamos mal. Ideas diversas y revuel-
tas en el bote. Más chubasco. El timón
se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo
de proa. Salas rema seguido. Paquito
Borrero y el General ayudan de popa. Nqs
ceñimos los revólveres. Rumbo al abra.
La luna asoma, roja, bajo una nube.
Arribamos a una playa de piedras, La
Playita,4 (al pie de Cqjobabo). Me quedo
en el bote el último vaciándolo. Salto.
Dicha grande. Viramos el bote, y el ga rra-
fón de agua. Bebemos málaga. Arriba
por piedras, espinas y cenegal. Oímos
ruido, y preparamos, cerca de una ta-
lanquera. Ladeando un sitio, llegamos a
una casa. Dormimos cerca, por el suelo.
12.-A las 3 nos decidimos a llamar;
Blas,5 Gonzalo,6y la Niña.7-José Gabriel,
vivo, va a llamar a Silvestre.-Silvestre
dispuesto.-Por repechos, muy cargados,
salimos a buscar a Mesón, al Tacre,-(Zá-
gúere). En el monte claro esperamos, des-
de las 9, hasta las 2.-Convenzo á Silvestre"
a que nos lleve a Imías.-Seguimos por el'
cauce del Tacre.-Decide el General escri-
bir a Fernando Leyva,8 y va Silvestre. Nos
metemos en la cueva, campamento an-
tiguo, bajo un farallón, a la derecha del
río. Dormimos-hojas secas-.Marcos 9
derriba: Silvestre me trae hojas.-
13.-Viene Abraham Leyva, con Silves-
tre cargado de carne de puerco, de ca-
ñas, de buniatos, del pollo que manda

22
Diarios de campaña
la Niña. Fernando ha ido a buscar el
práctico.-Abraham, rosario al cuello.
Alarma; y preparamos, al venir Abra-
ham, a trancos. Seguía Silvestre con la
carga; a las 11. De mañana nos había-
mos mudado a la vera del río, crecido
en la noche, con estruendo de piedras
que parecía de tiros.-Vendrá práctico.
Almorzamos. Se va Silvestre. Viene José
a la una con su yegua. Seguiremos con
él.-Silbidos y relinchos: saltamos: apun-
tamos: sin Abraham.-Y Blás.-Por una
conversación de Blas supo Ruenes que
habíamos llegado, y manda a ver, a
unírsenos. Decidimos ir a encontrar
a Ruenes al Sao del Nejesial.-Saldre-
mos por la mañana. Cojo hojas secas,
para mi cama-Asamos buniatos.
14.-Día mambí .-Salimos a las 5. A
la cintura cruzamos el río, y recruzamos
por él: bagas altos a la orilla. Luego, a
zapato nuevo, bien cargado, la altísima
loma, de yaya de hoja fina, majagua de
Cuba, y cupey, de pina estrellada. Ve-
mos, acurrucada en un lechero, la pri-
mera jutía. Se descalza Marcos,.y sube.
Del primer machetazo la degüella: « Está
aturdida», 'Está degollada». Comemos
naranja agria, que José coge, retorcién-
dolas con una vara: «¡qué dulce!» Loma
arriba. Subir lomas hermana hombres.
Por las lomas llegamos al Sao del
Nejesial: lindo rincón, claró en el monte,
de palmas viejas, mangos y naranjas.
Se va José.-Marcos viene con el pañue-
lo lleno de cocos. Me dan la manzana 10
Guerra y Paquito de guardia. Descanso
en el campamento. César me cose el
tahalí. Lo primero fue coger yaguas,
tenderlas por el suelo. Gómez con el ma-
chete corta y trae hojas, para él y para
mí. Guerra hace su rancho; cuatro hor-
quetas: ramas en colgadizo: yaguas
encima. Todos ellos, unos raspan coco,
Marcos, ayudado del General, desuella la
jutía. La bañan con naranja agria y
la salan. El puerco se lleva la naranja,
y la piel de la jutía. Y ya está la jutía en
la parrill» improvisada, sobre el fuego
de leña. De pronto hombres: «¡Ah her-
manos!» Salto a la guardia. La guerrilla
de Ruenes, Félix Ruenes, Galano, n Ru-
bio, los lO.-Ojos resplandecientes.
Abrazos. Todos traen rifle, machete,
revólver. Vinieron a gran loma. Los en-
fermos resucitaron. Cargamos. Envuel-
ven la jutía en yagua. Nos disputan la
carga. Sigo con mi rifle y mis 100 cáp-
sulas, loma abajo, Tibisial abajo. Una
guardia. Otra. Ya, estamos en el rancho
de Tavera, donde acampa la guerrilla.
En fila nos aguardan. Vestidos desigua-
les, de camiseta algunos, camisa y pan-
talón otros, otros chamarreta y calzón
crudo: yareyes de pico: negros, pardos,
dos españoles.-Galano,- blanco. Ruenes
nos presenta. Habla erguido el General.
Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos.
-En la nueva avanzada: volvemos a ha-
blar.' Cae la noche, velas de cera, Lima
cuece la jutía y asa plátanos, disputa so-
bre guardias, me cuelga el General mi
hamaca bajo la entrada del rancho de
yaguas de Tavera. Dormimos, envuel-
tos en las capas de goma. ¡Ah! antes de
dormir, viene, con una vela en la mano,
José, cargado de dos catauros,' uno de
carne fresca, otro de miel. Y nos pusi-
mos a la miel ansiosos. Rica miel, en
panal.-Y en todo el día, ¡qué luz, qué
aire, qué lleno el pecho, qué ligero el
cuerpo angustiado! Miro del rancho afue-
ra, y veo, en lo alto de la cresta atrás,
una paloma12 y una estrella. El lugar se
llama Vega de la...13
15.-Amahecemos entre órdenes. Una
comisión se mandará a las Veguitas, 14 a
comprar en la tienda española. Otra al
parque dejado en el camino. Otra a bus-
car práctico. Vuelve la comisión con sal,
alpargatas, un cucurucho de dulce, tres
botellas de licor, chocolate, ron y... José
viene con puercos. La comida -puerco
guisado con plátanos y malanga.-De
mañana, frangollo,15 el dulce de plátano
y queso, y agua de canela y anís, calien-
te. Viene a... Colombié, montero, ojos
malos: va... de su perro amarillo. Al caer
la tarde, en fila la gente, sale a la caña-
da el General, con Paquito, Guerra y
Ruenes. «¿Nos permite a los 3 solos?» Me
resigno mohíno. ¿Será algún peligro?
Sube Ángel Guerra llamándome, y al ca-
pitán Cardoso. Gómez, al pie del monte,
en la vereda sombreada de plátanos, con
la cañada abajo, me dice, bello y enterne-
cido, que, aparte de reconocer en mí al
Delegado, el Ejército Libertador, por él su
Jefe, electo en consejo de jefes, me nom-
bra Mayor General. Lo abrazo. Me abra-
zan todos.-A la noche, carne de puerco
con aceite de coco, y es buena.
16.-Cada cual con su ofrenda -bu-
niato, salchichón, licor de rosa, 16 caldo
23
José Martí
de plátano.-Al mediodía, marcha loma
arriba, río al muslo, bello y ligero bos-
que de pomarrosas; naranjas y caimitos.
Por abras tupidas y mángales sin fruta
llegamos a un rincón de palmas, y al
fondo de dos montes bellísimos.-Allí es
el campamento. La mujer india... de ojos
ardientes, rodeada de 7 hijos, en traje
negro roto, con. el pañuelo de toca atado
a lo alto por las trenzas, pila café. La
gente cuelga hamacas, se echa a la caña,
junta candela, traen caña al trapiche 17
para el guarapo del café. Ella mete la
caña, descalza.-Antes, en el primer pa-
radero, en la casa de la madre e hijeara
espantada, el General me dio a beber
miel, para que probara que luego de to-
marla se calma la sed.-Se hace ron de
pomarrosa.-Queda escrita la correspon-
dencia de Nueva York, y toda la de
Baracoa.18
17.-La mañana en el campamento.
-Mataron res ayer y al salir el sol, ya
están los grupos a los calderos. Domi-
tila, ágil y buena con su pañuelo egip-
cio, salta al monte y trae un acopio de
tomates, culantro y orégano. Uno me
da un chopo de malanga. Otro, en taza
caliente, guarapo y hojas.-Muelen un
mazo de cañas. Al fondo de la casa, la
vertiente con sus sitieríos cargados de
cocos y plátanos, de algodón y tabaco
silvestre: al fondo, por el río, el cuajo
de potreros; y por los claros, naranjos,
alrededor los montes, redondos, apaci-
bles: y el infinito azul arriba con esas
nubes blancas, y surcan perdidas... de-
trás la .noche.-Libertad en lo azul.-Me
entristece la impaciencia.-Saldremos
mañana.-Me meto la Vida de Cicerón en
el bolsillo en que llevo 50 cápsulas. Es-
cribo cartas.-Prepara el General dulce
de raspa de coco con miel. Se arregla la
salida para mañana. Compramos miel
al ranchero de los ojos azorados, y la
barbija.-Primero, 4 reales por el galón,
luego, después del sermón; regala dos
galones.-Viene «Jaragüita»-Juan Teles-
foro Rodríguez,-ya no quiere llamarse
Rodríguez, porque ese nombre llevaba de
práctico de los españoles,-y se va con
nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se es-
curre.-El pájaro, bizambo y desorejado,
juega al machete; pie formidable; le luce
el ojo como marfil donde da el sol en la
mancha de ébano.-Mañana salimos de
la casa de José Pitieda:-Goya, la mujer.
-(Jojó arriba)..
18.-A las 9lÁ salimos. Despedida en
la fila.-Gómez lee las promociones. El
sargento Pto. Rico dice: «Yo muero donde
muera el G. Martí.»-Buen adiós a todos,
a Ruenes y a Galano, al Capitán Cardo-
so, a Rubio, a Dannery, a José Martínez,
a Ricardo Rodríguez. -Por altas lomas
pasamos seis veces el río Jobo. 19-Subi-
mos la recia loma de Pavano, con el Po-
maütb40 en lo alto y en la cumbre la vista
de naranja de China. Por la cresta subi-
mos... y otro flotaba el aire leve, veteado...
A lo alto de mata a mata colgaba, como
cortinaje, tupido, una enredadera fina;
de hoja menuda y lanceolada. Por las lo-
mas, el café cimarrón. La pomarrosa,
bosque. En torno, la hoya, y más allá los
montes azulados, y el penacho de nubes.
En el camino a los Calderos,-de Ángel
Castro-decidimos dormir, en la pendien-
te. A machete abrimos claro. De tronco
a tronco tendemos las hamacas.-Gue-
rra y Paquito por tierra. La noche bella
no deja dormir. Silba el grillo; el lagar-
tijo quiquiquea, y su coro le responde;
aún se ve, entre la sombra, que el monte
es de cupey y de pagua,21 la palma corta
y espinada; vuelan despacio en torno las
anímitas;22 entre los nidos estridentes,

24
Diarios de campaña
oigo la música de la selva¡ compuesta y
suave, como de finísimos violines; la
música ondea, se enlaza y desata, abre
el ala y se" posa, titila y se eleva, siempre
sutil y mínima: es la miríada del son flui-
do: ¿qué alas rozan las hojas?, ¿qué vio-
lín diminuto, y oleadas de violines, sacan
son, y alma, a las hojas?, ¿qué danza de
almas de hojas? Se nos olvidó la comi-
da; comimos salchichón y chocolate y una
lonja de chopo asado.-La ropa se secó a
la fogata.-
19.-Las 2 de la madrugada. Viene
Ramón Rodríguez, el práctico, con Án-
gel; traen hachos, y café.-Salimos a las
5, por loma áspera. A los Calderos, en
alto. El rancho es nuevo, y de adentro
se oye la voz de la mambisa: «Pasen sin
pena, aquí no tienen que tener pena.»
El café enseguida, con miel por dulce:
ella seria, en sus chancletas, cuenta,
una mano a la cintura y por el aire la
otra, su historia de la guerra grande:
murió el marido, que de noche pelaba
sus puercos para los insurrectos, cuan-
do se lo venían a prender: y ella rodaba
por el monte, con sus tres hijos a rastro,
«hasta que este buen cristiano me reco-
gió, que aunque le sirva de rodillas nun-
ca le podré pagar». Va y viene ligera; le
chispea la cara; de cada vuelta trae algo,
más café, culantro de Castilla, «pa que
cuando tengan dolor al estómago por esos
caminos, masquen un grano y tomen
agua encima»,-trae limón. Ella es Cari-
dad Pérez y Piñó.-Su hija Modesta, de
16 años, se puso zapatos y túnico nuevo
para recibirnos, y se sienta con noso-
tros, conversando sin zozobra, en los
bancos de palma de la salíta. De las flo-
res de muerto, junto al cercado, le trae
Ramón una, que se pone ella al pelo. Nos
cose. El General cuenta «el machetazo
de Caridad Estrada en el Camagüey».
El marido mató al chino denunciante
de su rancho, y a otro: a Caridad la hi-
rieron por la espalda; el marido se rodó
muerto: la guerrilla huyó: Caridad reco-
ge a un hijo al brazo, y chorreando san-
gre, se les va detrás: «si hubiera tenido
un rifle». Vuelve, llama a su gente, en-
tierran al marido, manda por Boza: «¡vean
lo que me han hecho!» Salta la tropa: que-
remos ir a encontrar a ese capitán. No
podía estar sentado en el campamento.
Caridad enseñaba su herida. Y siguió vi-
viendo, predicando, entusiasmando en el
campamento. Entra el vecino dudoso Pe-
dro Gómez y trae de ofrenda café y 1 ga-
llina.-Vamos haciendo almas.-Valentín,
el español que se le ha puesto a Gómez
de asistente, se afana en la cocina.-Los
6 hombres de Ruenes hacen su sancocho
al aire libre.-Viene Isidro, muchachón
de ojos garzos, muy vestido, con sus za-
patos orejones de vaqueta: ese fue el
que se nos apareció donde Pineda, con
un dedo recién cortado: no puede ir a la
guerra: «tiene que mantener a tres pri-
mos hermanos». A las 2 V2 después del
chubasco, por lomas y el río Guayabo, al
mangal, a 1 legua de Imías. Allí Felipe
Dom... el Alcalde de Imías-Juan Rodrí-
guez nos lleva, en marcha ruda de
noche, costeando vecinos, a cerca del
alto de la Yaya.
20.-La marcha con velas, a las 3 de la
mañana. De allí Teodoro Delgado, al Pa-
lenque: monte pedregoso, palos amar-
gos y naranja agria: alrededor casi es
grandioso el paisaje; vamos cercados de
montes, serrudos, tetudos, picudos; mon-
te plegado a todo el rededor; el mar al
Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas.
Viene llena de cañas la gente. Los ve-
cinos: Estévez, Fromita, Antonio Pérez,
de noble porte, sale a San Antonio. De
una casa nos mandan café, y luego ga-
llina con arroz. Se huye Jaragüita. ¿Lo
azoraron? ¿Va a buscar a las tropas?
Un montero trae de Imías la noticia de
que han salido a perseguirnos por el
Jobo. Aquí esperaremos, como lo tenía-
mos pensado, el práctico para mañana.
Jaragua, cabeza cónica. Un momento
antes me decía que quería seguir ya con
nosotros hasta el fin. Se fue a la centi-
nela, y se escurrió. Descalzo, ladrón de
monte, práctico español; la cara angus-
tiada; el hablar ceceado y chillón, bigo-
te ralo, labios secos, la piel en pliegues,
los ojos vidriosos, la cabeza cónica. Caza
sinsontes, pichones, con la liria del
lechuzo. Ahora tiene animales, y mujer.
-Se descolgó por el monte. No lo encuen-
tran. Los vecinos le temen.-En un grupo
hablan de los remedios de la nube en
los ojos: agua de sal-leche del ítamo,23
«que le volvió la vista a un gallo»-la hoja
espinuda de la romerilla24 «bien maja-
da,»-«una gota de sangre del primero que
vio la nube». Luego hablan de los reme-
dios para las úlceras:-la piedra amari-
lla del río Jojo, molida a polvo fino, el
25
José Martí
excremento blanco y pelado del perro,
la miel del limón; el excremento, cerni-
do, y malva. Dormimos por el monte, en
yaguas.-Jaragua, palo fuerte.
21.-A las 6 salimos con Antonio, cami-
no de San Antonio. En el camino nos de-
tenemos a ver derribar una palma, a
machetazos al pie, para coger una colme-
na, que traen seca, y las celdas llenas de
hijos blancos. Gómez hace traer miel, ex-
prime en ella los pichones, y es leche muy
rica. A poco, sale por la vereda el anciano
negro y hermoso, Luis Gonzá lez,29 coa Sus
hermanos, y su hijo Magdaleno, y el so-
brino Eufemio. Ya él había enviado aviso
a Perico Pérez,26y con él, cerca de San
Antonio, esperaremos la fuerza. Luis me
levanta del abrazo. ¡Pero qué triste no-
ticia! ¿Será verdad que ha muerto Flor,27
el gallardo Flor?: que Maceo28 fue heri-
do en traición de los indios de Garrido;
que José Maceo rebanó a Garrido de un
machetazo? Almorzábamos buniato y
puerco asado cuando llegó Luis: ponen
por tierra, en un mantel blanco, el ca-
sabe de su casa. Vamos lomeando a los
charrascales otra vez, y de lo alto divi-
samos al ancho río de Sabanalamar, por
sus piedras lo vadeamos, nos metemos
por sus cañas, acampamos a la otra
orilla.-Bello, el abrazo de Luis, con sus
ojos sonrientes, como su dentadura, su
barba cana al rape, y su rostro, espa-
cioso, sereno y de limpio color negro.
Él es padre de todo el contorno, viste
buena rusia, su casa libre es la más
cercana al monte. De la paz del alma
viene la total hermosura a su cuerpo
ágil y majestuoso. De su tasajo de vaca
y sus plátanos comimos mientras él fue
al pueblo, y a la noche volvió por el monte
sin luz, cargado de vianda nueva, con
la hamaca al costado, y de la mano el
catauro de miel Heno de hijos^-Vi hoy
la yaguama,29la hoja fénica que estan-
ca la sangre, y con su mera sombra be-
neficia al herido: «machuque bien las
hojas, y métalas en la herida, que la
sangre se seca». Las aves buscan su
sombra.-Me dijo Luis el modo de que
las velas de cera no se apagasen en el
camino, y es empapar bien un lienzo, y
envolverlo apretado alrededor, y con eso,
la vela va encendida y se consume me-
nos cera.-El médico preso, en la trai-
ción a Maceo, ¿no será el pobre Frank?
¡Ah,-Flor!

Flor Crornbet.
26
Diarios de campaña
22.-Día de espera impaciente.-Baño
en el río, de cascadas y hoyas y grandes
piedras, y golpes de cañas a la orilla.
Me lavan mi ropa azul, mi chamarre-
ta. A mediodía vienen los hermanos de
Luis, orgullosos de la comida casera que
nos traen: huevos fritos, puerco frito y
una gran torta de pan de maíz. Comemos
bajo el chubasco; y luego de un ma-
cheteo, izan una tienda, techada con las
capas de goma. Toda la tarde es de no-
ticias inquietas: viene desertado de las
escuadras de Guantánamo ^ un sobri-
no de Luis, que fue a hacerse de arma,
y dice que bajan fuerzas; otro dice que
de Baitiquirí, 31-donde está de teniente
el cojo Luis Bertot, traidor en Bayamo, 32
-han llegado a San Antonio, dos explo-
radores, a registrar el monte. Las es-
cuadras, de criollos pagados, con un
ladrón feroz a la caza, hacen la pelea de
España, la única pelea temible en estos
contornos. A Luis, que vino al anoche-
cer, le llegó carta de su mujer: que los
exploradores,-y su propio hermano es
uno de ellos,-van citados por Garrido,
el teniente ladrón, a juntársele a La
Caridad y ojear a todo Cajuerí;M que en
Vega Grande y los Quemados y en mu-
chos otros pasos nos tienen puestas
emboscadas.-Dormimos donde estábar
mos, divisando el camino.-Hablanios
hoy de Céspedes34 y cuenta Gómez la
casa de portal en que lo halló, en las
Tunas, cuando fue, en mala ropa, con
quince rifleros a decirle cómo subía,
peligrosa, la guerra desde Oriente. Ayu-
dantes pulcros, con polainas.-Céspedes:
kepis y tenacillas de cigarros. La guerra
abandonada a los jefes, que pedían en
vano dirección, contrastaba con la fes-
tividad del cortejo tunero. A poco el
gobierno tuvo que acogerse a Oriente.
-«No había nada, Martí»-ni plan de cam-
paña, ni rumbo tenaz y fijq.-Que la sabi-
na, olorosa como el cedro, da sabor y
eficacia medicinal, al agüardiente.-Que
el té de yagruma,-de las hojas grandes
de la yagruma,-es bueno para el asma.
-Juan llegó, el de las escuadras, él vio
muerto a Flor, muerto, con su bella ca-
beza fría, y su labio roto, y dos balazos
en el pecho: el 10 lo mataron. Patricio
Corona, errante once días de hambre,
se presentó a los Voluntarios. Maceo y
2 más se juntaron con Moncada.-Se
vuelven a las casas los hijos y los so-
brinos de Luis.-Ramón, el hijo de Eufe-
mio, con su suave tez achocolatada,
como bronce carmíneo, y su fina y
perfecta cabeza, y su ágil cuerpo púber,
-Magdaleno, de magnífico molde, pie
firme, caña enjuta, pantorrilla volada,
muslo largo, tórax pleno, brazos gracio-
sos, en el cuello delgado la cabeza pura,
de bozo y barba crespa -el machete al
cinto y el yarey alón y picudo.-Luis
duerme con nosotros.
23.-A la madrugada, listos; pero no lle-
ga Eufemio, que debía ver salir a los ex-
ploradores, ni llega respuesta de la fuerza.
Luis va a ver, y vuelve con Eufemio. Se
han ido los exploradores. Emprendemos
marcha tras ellos. De nuestro campa-
mento de 2 días, en el Monte de la Vieja
salimos, monte abajo, luego. De una
loma al claro donde se divisa, por el Sur,
el palmar de San Antonio, rodeado de
jatiales y chaíraseos, en la hoya fértil
de los cañadones, y a un lado y otro mon-
tes, y entre ellos el mar. Ese monte, a la
derecha, con un tajo como de sangre,
por cerca de la copa, es doña Mariana, x
ese, al Sur, alto entre tantos, es el Pan
de Azúcar. De 8 a 2 caminamos, por el
jatial espinudo, con el pasto bueno, y la
flor roja y baja del guisaso de tres puyas:
tunas, bestias sueltas. Hablamos de las
excursiones de Gómez cuando la otra
guerra.-Gómez elogia el valor de Miguel
Pérez: «dio un traspiés, lo perdonaron,
y él fue leal siempre al gobierno»; «en
una yagua recogieron su cadáver; lo hi-
cieron casi picadillo»; «eso hizo español
a Santos Pérez».-Y al otro Pérez, dice
Luís, Policarpo le puso las partes de an-
tiparras. «Te voy a cortar las partes», le
gritó en pelea a Policarpo.-«Y yo a ti las
tuyas y te las voy a poner de antiparras»:
y se las puso.-«Pero ¿por qué pelean
contra los cubanos esos cubanos? Ya
veo que no es por opinión, ni por cariño
imposible a España.«-«Pelean esos puer-
cos, pelean así por el peso que les pagan,
un peso al día, menos el rancho que les
quitan. Son los vecinos malos de los
caseríos, a los que tienen un delito que
pagar a la Justicia, o los vagabundos
que no quieren trabajar, y unos cuan-
tos indios de Baitiquirí y de Cajuerí.»
Del café hablamos, y de los granos que
lo sustituyen: el platanillo y la boruca.
De pronto bajamos a un bosque alto y
alegre, los árboles caídos sirven de puente
27
José Martí
a la primer poza, por sobre hojas mulli-
das y frescas pedreras, vamos, a grata
sombra, al lugar de descanso: el agua
corre, las hojas de layagruma blanquean
el suelo, traen de la cañada a rastras,
para el chubasco, pencas enormes, me
acerco al rumor, y veo entre piedras y
heléchos, por remansos de piedras fi-
nas y alegres cascadas, correr el agua
limpia. Llegan de noche los 17 hombres
de Luis, y él, solo, con sus 63 años, una
hora adelante: todos a la guerra: y con
Luis va su hijo.
24.-Por el cañadón, por el monte de
Acosta, por el roncaral de piedra roída,
con sus pozos de agua limpia en que bebe
el sinsonte y su cama de hojas secas,
halamos, de sol a sol, el camino fatigoso.
Se siente el peligro. Desde el Palenque
nos van siguiendo de cerca las huellas.
Por aquí pueden caer los indios de Garri-
do. Nos asimos en el portal de Valentín,
mayoral del ingenio Santa Cecilia. 36-Al
Juan fuerte, de buena dentadura, que
sale a darnos la mano tibia; cuando su
tío Luis lo llama al cercado:-«Y tú, ¿por
qué no vienes?» «¿Pero no ve como me
come el bicho?» El bicho,-la familia.
-¡Ah, hombres alquilados,-salario co-
rruptor! Distinto, el hombre propio, el
hombre de sí mismo.-¿Y esta gente?,
¿qué tiene que abandonar? ¿La casa de
yaguas, que les da el campo, y hacen
con sus manos? ¿Los puercos, que pue-
den criar en el monte? Comer, lo da la
tierra; calzado, la yagua y la majagua;
medicina, las yerbas y cortezas; dulce,
la miel de abejas.-Más adelante, abrien-
do hoyos para la cerca, el viejo barbón y
barrigudo, sucia la camiseta y el panta-
lón a los tobillos-y el color terroso y los
ojos viboreznos y encogidos:-«¿Y ustedes,
qué hacen?»-«Pues aquí estamos hacien-
do estas cercas. «-Luis maldice, y levanta
el brazo grande por el aire. Se va a an-
chos pasos, temblándole la barba.
25.-Jornada de guerra. 37-A monte
puro vamos acercándonos, ya en las
garras de Guantánamo, hostil en la pri-
mera guerra,38 hasta Arroyo Hondo. Per-
díamos el rumbo. Las espinas nos
tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y
azotaban. Pasamos por un bosque de
jigüeras, verdes, pegadas al tronco des-
nudo, o al ramo ralo.-La gente va va-
ciando jigüeras, y emparejándoles la
boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro
graneado, que retumba; contra tiros
velados y secos. Como a nuestros mis-
mos pies es el combate; entran, pesa-
das, tres balas que dan en los troncos.
«¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!», dice
el muchachón agraciado de San Anto-
nio,-un niño. «Más bonito es de cerca»,
dice el viejo. Siguiendo nuestro cami-
no subimos a la margen del arroyo. El
tiroteo se espesa; Magdaleno, sentado
contra un tronco, recorta adornos en
su jigüera nueva. Almorzamos huevos
crudos, un sorbo de miel, y chocolate
de «La Imperial» de Santiago de Cuba.
-A poco, las noticias: dos vienen del
pueblo. Y ya han visto entrar un muer-
to, y 25 heridos.
Maceo39 vino a buscarnos, y espera en
los alrededores: a Maceo, alegremente.
Dije en carta a Carmita: 40-«En el cami-
no mismo del combate nos esperaban los
cubanos triunfadores: se echan de
los caballos abajo; los caballos que han
tomado a la guardia civil: se abrazan y
nos vitorean: nos suben a caballo y nos
calzan la espuela»,41 ¿cómo no me inspira
horror, la mancha de sangre que vi en el
camino?, ¿ni la sangre a medio-secar, de
una cabeza que ya está enterrada, con la
cartera que le puso de descanso un jine-
te nuestro? Y al sol de la tarde emprendi-
mos la marcha de victoria, de vuelta al
campamento.
A las 12 de la noche habían salido,
por ríos y cañaverales y espinares, a
salvarnos; acababan de llegar, ya cer-
ca, cuando les cae encima el español:
sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con
galletas engañaron el hambre del triun-
fo: y emprendían el viaje de 8 leguas,
con tarde primero alegre y clara, y lue-
go, por bóvedas de púas, en la noche
oscura. En fila de a uno iba la columna
larga. Los ayudantes pasan corriendo y
voceando. Nos revolvemos, caballos y de
a pie, en los altos ligeros. Entra al ca-
ñaveral, y cada soldado sale con una
caña de él. (Cruzamos el ancho ferro-
carril: oímos los pitazos del oscurecer
en los ingenios: vemos, al fin del llano,
los faros eléctricos.) «Párese la columna,
que hay un herido atrás.» Uno hala su
pierna atravesada, y Gómez lo monta a
su grupa. Otro herido no quiere: «No,
amigo: yo no estoy muerto» y con la bala
28
Diarios de campaña
en el hombro sigue andando. ¡Los po-
bres pies, tan cansados! Se sientan, ri-
fle al lado, al borde del camino: y nos
sonríen gloriosos. Se oye algún ¡ay! y
más risas, y el habla contenta. «Abran
camino» y llega montado el recio Car-
tagena, Teniente Coronel que lo ganó
en la guerra grande, con un hachón
prendido de Cardona, clavado como una
lanza, al estribo de cuero. Y otros
hachones, de tramo en tramo..., encien-
den los árboles secos, que escaldan y
chisporrotean y echan al cielo su fuste
de llama y una pluma de humo. El río
nos corta. Aguardamos a los cansados.
Ya están a nuestro alrededor, los yareyes
en la sombra. Ya es la última agua, y
del otro lado el sueño. Hamacas, can-
delas, calderadas, el campamento ya
duerme; al pie de un árbol grande iré
luego a dormir, junto al machete y el
revólver, y de almohada mi capa de hule;
ahora hurgo el jolongo y saco de él la
medicina para los heridos. Cariñosas
las estrellas, a las 3 de la madrugada.
A las 5, abiertos los ojos, Colt al costa-
do, machete al cinto, espuela a la al-
pargata y ¡a caballo!
Murió Alcil Duvergié,42 el valiente: de
cada fogonazo, un hombre; le entró la
muerte por la frente: a otro, tirador, le
vaciaron una descarga encima: otro cayó,
cruzando temerario el puente.-¿Y adon-
de, al acampar, estaban los heridos? Con
, trabajo los agrupo, al pie del más grave,
que creen pasmado, y viene a andas en
una hamaca, colgando de un palo. Del
jugo del tabaco, apretado a un cabo de
la boca, se le han desclavado los dientes.
Bebe descontento un sorbo de Marras-
quino. ¿Y el agua, que no viene, el agua
de las heridas, que al fin traen en un
cubo turbio-? La trae fresca el servicial
Evaristo Zayas, de Ti Arriba.-Y el prac-
ticante, ¿dónde está el practicante, que
no viene a sus heridos-.? Los otros tres
se quejan, en sus capotes de goma. Al fin
llega, arrebujado en una colcha, alegan-
do calentura. Y entre todos, con Paquita
Borrero, de tierna ayuda, curamos al heri-
do de la hamaca, una herida narigona,
que entró y salió por la espalda: en una
boca cabe un dedal y una avellana en la
otra: lavamos, iodoformo, algodón fenica-
do. Al otro, en la cabeza del muslo: entró
y salió. Al otro, que se vuelve de bruces,
no le salió la bala de la espalda: allí
está al salir, en el manchón rojo e hin-
chado: de la sífilis tiene el hombre co-
mida la nariz y la boca: el último, boca
y orificio, también en la espalda: tira-
ban, rodilla en tierra, y el balazo bajo
les atravesaba las espaldas membrudas.
A Antonio Suárez, de Colombia, primo
de Lucía Cortés, la mujer de Merchán, 43
la misma herida. Y se perdió a pie, y
nos halló luego.
26.-A formar, con el sol. A caballo,
soñolientos. Cojea la gente, aún no re-
puesta. Apenas comieron anoche. Des-
cansamos, a eso de las 10, a un lado y
otro del camino. De la casita pobre en-
vían de regalo una gallina al «general
Matías»,-y miel. De tarde y noche escribo,
a New York, a Antonio Maceo que está
cerca e ignora nuestra llegada; y la car-
ta de Manuel Fuentes al World,44 que
acabé con lápiz sobre la mano, al alba. A
ratos ojeé ayer el campamento tranquilo
y dichoso: llama la corneta; traen cargas
de plátano al hombro; mugen las reses
cogidas, y las degüellan: Victoriano Gar-
zón, el negro juicioso de bigote y perilla, y
ojos fogosos, me cuenta, humilde y fer-
viente, desde su hamaca, su asalto triun-
fante al Ramón de las Yaguas: su palabra
es revuelta e intensa, su alma bondadosa
y su autoridad natural: mima, con verdad,
a sus ayudantes blancos, a Mariano Sán-
chez y a Rafael Portuondo; y si yerran
en un punto de disciplina, les levanta el
yerro. De carnes seco, dulce de sonrisa:
la camisa azul y negro el pantalón: cui-
da, uno a uno, de sus soldados.-José
Maceo, formidable, pasea el alto cuerpo:
aún tiene las manos arpadas, de la ma-
raña del pinar y del monte, cuando se
abrió en alas la expedición perseguida de
Costa Rica,45y a Flor lo mataron, y Anto-
nio llevó a dos consigo, y José quedó al
fin solo; hundido bajo la carga, moribun-
do de frío en los pinos húmedos, los pies
gordos y rotos: y llegó, y ya vence.
27.-E1 campamento, al fin, en la es-
tancia de Filipinas. Atiendo enseguida
al trabajo de la jurisdicción: Gómez es-
cribe junto a mí, en su hamaca.-A la
tarde, Pedro Pérez, el primer sublevado
de Guantánamo: de 18 meses de escon-
dite, salió al fin, con 37, seguido de
muerte, y hoy tiene 200. En el monte,
con los 17 de la casa, está su mujer,
29
José Martí
que nos manda la primera bandera. ¡Y
él sirvió a España en las escuadras, en
la guerra grande! Lealtad de familia a
Miguel Pérez.-Apoyado en su bastón, bajo
de cuerpo, con su leontina de plata, caí-
das las patillas pocas por los lados del
rostro enjuto y benévolo, fue, con su gen-
te brava, a buscar a Maceo en vano por
todo Baracoa, en los dientes de los in-
dios: su jipijapa está tinto de púrpura,
y bordada de mujer es la trenza de co-
lor de su sombrero, con los cabos por la
espalda.-Él no quiere gente a caballo,
ni monta él, ni tiene a bien los capotes
de goma, sino la lluvia pura, sufrida en
silencio.
28.-Amanezco al trabajo. A las 9 for-
man, y Gómez, sincero y conciso, arenga:
Yo hablo, al sol. Y al trabajo. A que quede
ligada esta fuerza en el espíritu unido:
a fijar, y dejar ordenada, la guerra enér-
gica y magnánima: a abrir vías con el
Norte, y servicio de parque: a reprimir
cualquier intentona de perturbar la
guerra con promesas. Escribo la circu-
lar a los jefes, a que castiguen con la
pena de traición la intentona,-la circu-
lar a los hacendados,-la nota de Gómez
a las fincas.-cartas a amigos probables,-
cartas para abrir el servicio de correo y
parque.-cartas para la cita a Brooks, 46
-nota al gobierno inglés, por el cónsul
de Guantánamo, incluyendo la decla-
ración de José Maceo sobre la muerte,
casual, de un tiro escapado de Corona,
de un marino de la goleta Honor, en que
vino la expedición de Fortune Island,
-instrucciones a José Maceo, al que se
nombra Mayor General,-nota a Ruenes,
invitándole a enviar el representante de
Baracoa a la Asamblea de Delegados del
pueblo cubano revolucionario-para elegir
el gobierno que deba darse la revolución,
-carta a Masó.47-Vino Luis Bonne, a
quien se buscaba, por sagaz y benévolo,
para crearme una escolta. Y de Ayudan-
te trae a Ramón Garriga y Cuevas, a
quien de niño solía yo agasajar, cuando
lo veía travieso o desarmado en New York,
y es manso, afectuoso, lúcido y valiente.
29.-Trabajo. Ramón queda a mi lado.
En el ataque de Arroyo Hondo un flanco
nuestro, donde estaba el hermano de
un teniente criollo, mató al teniente, en
la otra fuerza.-Se me fue, con su ahija-
da, Luis González. «Ese rostro quedará
estampado aquí.» Y me lo decía con ros-
tro celeste^
30.-Trabajo. Antonio Suárez, el co-
lombiano, habla quejoso y díscolo, que
desatendido, que coronel.-Maceo, ale-
gando operación urgente, no nos espe-
rará. Salimos mañana.
I6 de Mayo.-Salimos del campamento,
de Vuelta Corta. Allí fue donde Policarpo
Pineda* el Rustan, el Polilla, hizo abrir
en pedazos a Francisco Pérez, el de las
escuadras. Polilla, un día, fusiló a Je-
sús: levaba al pecho un gran crucifijo,
una bala le metió todo un brazo de la
cruz en la carne: y a la cruz, luego, le
descargó los cuatro tiros. De eso íbamos
hablando por la mañana, cuando salió
el camino, ya en la región florida de los
cafetales, con plátanos y cacao, a una
mágica hoya, que llaman la Fontina,
y en lo hondo del vasto verdor enseña ape-
nas el techo de guano, y al lado, con su
flor morada, el árbol del caracolillo. A
poco más, el Kentucky, el cafetal de
Pezuela, con los secadores grandes
de mampostería frente a la casa, y la
casa, alegre y espaciosa, de blanco y
balcones; y el gran bajo con las máqui-
nas, y a la puerta Nazario Soncourt, 48
mulato fino, con el ron y el jarro de agua
en un taburete, y vasos. Salen a vernos
los Thoreau, de su vistoso cafetal, con
las casitas de mampostería y teja: el
menor, colorado, de afán y los ojos an-
siosos y turbios, tartamudea: ¿«-pero po-
demos trabajar aquí, verdad? Podemos
seguir trábajando».-Y eso no más dice,
como un loco.-Llegamos al monte. Esta-
nislao Cruzat, buen montuno, caballe-
rizo de Gómez, taja dos árboles por cerca
del pie, clava al frente de cada uno dos
horquetas, y otras de apoyo al tronco, y
cruces, y varas a lo largo, y ya está el
banco. Del descanso corto, a la vereda
espesa, en la fértil tierra de Ti Arriba.
El sol brilla sobre la lluvia fresca: las
naranjas cuelgan de sus árboles ligeros:
yerba alta cubre el suelo húmedo: del-
gados troncos blancos cortan, salteados,
de la raíz al cielo azul, la selva verde, se
trenza a los arbustos delicados el beju-
co, a espiral de aros iguales, como de
mano de hombre, caen a tierra de lo alto,
meciéndose al aire, los cupeyes: de un
curujey, prendido a un jobo, bebo el agua
clara: chirrían, en pleno sol los grillos.
30
Diarios de campaña
-A dormir, a la casa del «español malo»:
huyó a Cuba: la casa, techo de zinc y
suelo puerco: la gente se echa sobre los
racimos de plátanos montados en vergas
por el techo, sobre dos cerdos, sobre
palomas y patos sobre un rincón de yu-
cas. Es la Demajagua.
2.-Adelante, hacia Jarahueca. En los
ingenios. Por la caña vasta y abandona-
da de Sabanilla: va Rafael Portuondo a la
casa, ¿ traer las 5 reses: vienen en man-
cuerna: ¡pobre gente, a la lluvia! Llega-
mos a Leonor, y ya, desechando la tardía
comida, con queso y pan nos habíamos
ido a la hamaca, cuando llega, con caba-
llería de Zefí, el corresponsal del Herald,
George Eugene Bryson. Con él trabajo
hasta las 3 de la mañana.
3.-A las 5, con el Coronel Ferié, que
vino anoche a su cafetal de Jarahueca,
en una altura, y un salón como escena rio,
y al pie un vasto cuadro, el molino ocio-
so, del cacao y café. De lo alto, a un
lado y otro cae, bajando, el vasto paisa-
je, y dos aguas cercanas, de lecho de
piedras en lo hondo, y palmas sueltas y
fondo de monte, muy lejano. Trabajo el
día entero, en el manifiesto al Herald, y
más para Bryson. A la 1, al buscar mi
hamaca, veo a muchos por el suelo, y
creo que se han olvidado de colgarla.
Del sombrero hago almohada: me tien-
do en un banco: el frío me echa a la
cocina encendida: me dan la hamaca
vacía: un soldado me echa encima un
mantón viejo: a las 4, diana.
4.-Se va Bryson. Poco después, el
consejo de guerra de Masabó. Violó y
robó. Rafael preside, y Mariano acusa.
Masabó, sombrío, niega: rostro brutal.
Su defensor invoca nuestra llegada, y
pide merced. A muerte. Cuando leían la
sentencia, al fondo del gentío un hom-
bre pela una caña. Gómez arenga: «Este
hombre no es nuestro compañero: es un
vil gusano.» Masabó, que no se ha sen-
tado, alza con odio los ojos hacia él. Las
fuerzas, en gran silencio, oyen y aplau-
den: «¡Que viva!» Y mientras ordenan la
marcha, en pie queda Masabó, sin que
se le caigan los ojos, ni en la caja del
cuerpo se vea miedo: los pantalones,
anchos y ligeros, le vuelan sin cesar,
como a un viento rápido. Al fin van, la
caballería, el reo, la fuerza entera, a un
bajo cercano; al sol. Grave momento, el
de la fuerza callada, apiñada. Suenan
los tiros, y otro más, y otro de remate.
Masabó ha muerto valiente. «¿Cómo me
pongo, Coronel? ¿De frente o de espal-
da?» «De frente.» En la pelea era bravo.
5.-Maceo49 nos había citado para
Bocuey, adonde no podemos llegar a las
12, a la hora a que nos cita. Fue anoche
el propio, a que espere en su campa-
mento. Vamos,-con la fuerza toda. De
pronto, unos jinetes. Maceo, en un caba-
llo dorado, en traje de holanda gris: ya
tiene plata la silla, airosa y con estre-
llas. Salió a buscarnos, porque tiene a
su gente de marcha; al ingenio cercano,
a Mejorana, va Maspon a que adelanten
almuerzo para cien. El ingenio nos ve
como de fiesta: a criados y trabajadores
se les ve el gozo y la admiración: el amo,
anciano colorado y de patillas, de jipijapa
y pie pequeño, trae vermouth, tabacos,
ron, malvasía. «Maten tres, cinco, diez,
catorce gallinas.» De seno abierto y chan-
cletas viene una mujer a ofrecernos
aguardiente verde, de yerbas: otra trae
ron puro. Va y viene el gentío. De ayu-
dante de Maceo lleva y trae, ágil y ver-
boso, Castro Palomino. ^ Maceo y Gómez
hablan bajo, cerca de mí: me llaman a
podo, allí en el portal: que Maceo tiene
otro pensamiento de gobierno: una jun-
ta de los generales con mando, por sus
representantes,-y una Secretaría Gerie-
ral:-la patria, pues, y todos los oficios
de ella, que crea y anima al ejército,
como Secretaría del Ejército. Nos vamos
a un cuarto a hablar. No puedo desen-
redarle a Maceo la conversación: «¿pero
usted se queda conmigo o se va con
Gómez?» Y me habla, cortándome las
palabras, como si fuese yo la continua-
ción del gobierno leguleyo, y su repre-
sentante. Lo veo herido-«lo quiero», me
dice «menos de lo que lo quería»-por su
reducción a Flor en el encargo de la ex-
pedición, y gasto de sus dineros. Insis-
to en deponerme ante los representantes
que se reúnan a elegir gobierno. No quie-
re que cada jefe de operaciones mande
el suyo, nacido de su fuerza: él mandará
los cuatro de Oriente: «dentro de 15 días
estarán con usted-y serán gentes que
no me las pueda enredar allá el doctor
Martí» .-En la mesa, opulenta y premiosa,
de gallina y lechón, vuélvese al asunto:
me hiere, y me repugna: comprendo que
31
José Martí
he de sacudir el cargo, con que se me
intenta marcar, de defensor ciudada nesco
de las trabas hostiles al movimiento
militar. Mantengo, rudo: el Ejército, li-
bre,-y el país, como país y con toda su
dignidad representado. Muestro mi des-
contento de semejante indiscreta y for-
zada conversación, a mesa abierta, en
la prisa <ie Maceo por partir. Que va a
caer la noche sobre Cuba, y ha de andar
seis horas. Allí cerca, están sus fucfzas:
pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reu-
nidas de Oriente-Rabí,51 de Jiguaní,
Busto, de Cuba, las de José, que traji-
mos. A caballo, adiós rápido. «Por ahí se
van ustedes»-y seguimos, con la escol-
ta mohína; ya entrada la tarde, sin los
asistentes, que quedaron con José, sin
rumbo cierto, a un galpón del camino,
donde no desensillamos. Van por los
asistentes: seguimos, a otro rancho fan-
goso, fuera de los campamentos, abierto
a ataque. Por carne manda Gómez, al
campo de José: la traen los asistentes.
Y así, como echados, y con ideas tris-
tes, dormimos.52
7.-De Jagua salimos, y de sus mam-
bises viejos y leales, por el Mijial. En el
Mijial, los caballos comen la pina fo-
rastera, y de ella, y de cedros hacen ta-
pas, para galones. A César le dan agua
de hojas de guanábana, que es pectoral
bueno, y cocimiento grato. En el camino
nos salió Prudencio Bravo, el guardián
de los heridos, a decirnos adiós. Vimos
a la hija de Nicolás Cedeño, que habla
contenta, y se va con sus 5 hijos a su
monte de Holguín. Por el camino de
Barajagua-«aquí se peleó mucho», «todo
esto llegó a ser nuestro»-vamos hablan-
do de la"guerra vieja.53 Allí, del monte
tupido de los lados, o de los altos y co-
dos enlomados del camino, se picaba a
las columnas, que al fin, cesaron: por
el camino se va a Palma y a Holguín.
Zefí dice que por ahí trajo él a Martínez
Campos, cuando vino a su primera con-
ferencia54 con Maceo: «El hombre salió
colorado como un tomate, y tan furioso
que tiró el sombrero al suelo, y me fue
a esperar a media legua.» Andamos cer-
ca de Baraguá. Del camino salimos a la







Antonio Maceo.
Montura del Titán de Bronce.
32
Diarios de campaña
sabana de Pinalito, que cae, corta, al arro-
yo de las Piedras, y tras él, a la loma de
La Risueña, de suelo rojo y pedregal, com-
bada como un huevo, y al fondo gracio-
sas cabezas de monte, de extraños
contornos: un bosquecillo, una altura
que es como una silla de montar, una
escalera de lomas. Damos de lleno en
la Sabana de Bio, concha verde, con. el
monte en torno, y palmeras en él, y en
lo abierto un cayo u otro, como florones^
o un espino solo, que da buena leña:
las sendas negras van por la yerba ver-
de, matizada de flor morada y blanca. A
la derecha, por lo alto de la sierra espe-
sa, la cresta de pinos. Lluvia recia. Ade-
lante va la vanguardia, uno con la yagua
a la cabeza, otro con una caña por el
arzón, o la yagua en descanso, o la es-
copeta. El alambre del telégrafo se re-
vuelca en la tierra. Pedro pasa, con el
portabandera desnudo,-una vara de...:
A Zefí, con la cuchara de plomo en la
cruz de la bandolera, le cose la escara-
pela el ala de atrás. A Chacón, descalzo,
le relumbra, de la cintura a la rodilla,
el pavón del rifle. A Zambrana, que se
hala, le cuelga por la cadera el cacharro
de hervir. Otro, por sobre el saco, lleva
una levita negra. Miro atrás, por donde
vienen, de cola de la marcha, los mulos y
los bueyes, y las tercerolas de retaguar-
dia, y sobre el cielo gris veo, a paso pesa-
do, tres... y uno, como poncho, lleva por
la cabeza una yagua. Por la sabana que
sigue, por Hato del Medio, famosa en la
guerra, seguimos con la yerba ahogada
del aluvión, al campamento, allá detrás
de aquellas pocas reses. «Aquí, me dijo
Gómez, nació el cólera, cuando yo vine
con doscientas armas y 4 000 libertos,
para que no se los llevasen los españo-
les, y estaba esto cerrado de reses, y
mataron tantas, que del hedor se empe-
zó a morir la gente, y fui regando la
marcha con cadáveres: 500 cadáveres
dejé en el camino a Tacajó.» Y enton-
ces-me cuenta lo de Tacajó, el acuerdo
entre Céspedes y Donato Mármol. Cés-
pedes, después de la toma de Bayamo,
desapareció. Eduardo Mármol, culto y
funesto, aconsejó a Donato, la dictadu-
ra. Félix Figueredo pidió a Gómez que
apoyase a Donato, y entrase en lo de la
Dictadura, a lo que Gómez le dijo que
ya lo había pensado hacer, y lo haría,
no por el consejo de él, sino para estar
dentro, y de adentro impedirlo mejor:
«Sí, decía Félix, porque a la revolución
le ha nacido una víbora.» «Y lo mismo
era él», me dijo Gómez. De Tacajó envió
Céspedes a citar a Donato a conferen-
cia cuando ya Gómez estaba con él, y
quiso Gómez ir primero, y enviar luego
recado. Al llegar donde Céspedes, como
Gómez se venía con la guardia que ha-
lló como a un cuarto de legua, creyó
notar confusión y zozobra en el campa-
mento, riasta que Marcano55 salió a
Gómez que le dijo: «Ven acá, dame un
abrazo» .-Y cuando los Mármol llegaron,
a la mesa de cincuenta cubiertos, y se
habló allí de la diferencia, desde las pri-
meras consultas se vio que, como Gómez,
los demás opinaban por el acatamiento
a la autoridad de Céspedes. «Eduardo se
puso negro.» «Nunca olvidaré el discurso
de Eduardo Arteaga: "El sol", dijo, "con
todo su esplendor, suele ver oscurecida
su luz por repentino eclipse; pero luego
brilla con nuevo fulgor, más luciente por
su pasajero oscurecimiento: así ha suce-
dido al sol Céspedes".» Habló José Joa-
quín Palma. «¿Eduardo? Dormía la siesta
un día, y los negros hacían bulla en el
batey. Mandó callar, y aún hablaban.
"¿Ah, no quieren entender?" Tomó el re-
vólver,-él era muy buen tirador: y hom-
bre al suelo, con una bala en el pecho.
Siguió durmiendo. »-Ya llegamos, a son
de corneta, a los ranchos, y la tropa for-
mada bajo la lluvia, de Quintín Bande-
ras. Nos abraza, muy negro, de bigote y
barbija, en botas, capa y jipijapa, Narci-
so Moneada, el hermano de Guillermo: x
«¡Ah, sólo que falta un número!» Quintín,
sesentón, con la cabeza metida en los
hombros, troncudo el cuerpo, la mirada
baja y la palabra poca, nos recibe a la
puerta del rancho: arde de la calentura:
se envuelve en su hamaca: el ojo, peque-
ño y amarillo, parece como que le viene
de hondo, y hay que asomarse a él: a la
cabeza de su hamaca hay un tamboril.
Deodato Carvajal es su teniente, de
cuerpo fino, y mente de ascenso, capaz
y ordenada: la palabra, por afinarse, se
revuelve, pero hay en él método, y man-
do, y brío para su derecho y el ajeno:
me dice que por él recibía mis cartas
Moneada. Narciso Moneada, verboso y
fornido, es de bondad y pompa: «en ver-
bo de licor, no gasto nada»: su hermano
está enterrado-«más abajo de la altura
33
José Martí
de un hombre, con planos de ingeniero-,
donde solo lo sabemos unos pocos, y si
yo me muero, otro sabe, y si ese sé mue-
re, otro, y la sepultura siempre se sal-
vará». «¿Y a nuestra madre, que nos la
han tratado como si fuera la madre de
la patria?» Dominga Moneada ha esta-
do en el Morro tres veces: y todo porque
aquel General que se murió la llamó
para decirle que tenía que ir a proponer-
les a sus hijos, y ella le dijo: «Mire, Gene-
ral, si yo veo venir a mis hijos, por una
vereda, y lo veo venir a usted por el otro
lado, les grito: "huyan, mis hijos, que
este es el general español".»-A caballo
entramos al rancho, por el mucho fango
de afuera, para podernos desmontar, y
del lodo y el airé viene hedor, de la mucha
res que han muerto cerca: el rancho, ga-
cho, está tupido de hamaeas.-A un rin-
cón, en un cocinazo, hierven calderos. Nos
traen café, ajengibre, cocimiento de hojas
de guanábana. Moneada, yendo y vinien-
do, alude al abandono en que dejó Quin-
tín a Guillermo.-Quintín me habla así:
«y luego tuvo el negocio que se presentó
con Moneada, o lo tuvo él conmigo, cuan-
do me quiso mandar con Masó, y pedí
mi baja». Carvajal había hablado de las
decepciones sufridas por Banderas. Ri-
cardo Sartorius, desde' su hamaca, me
habla de Purnio, cuando les llegó el tele-
grama falso de Cienfuegos para alzarse:
me habla de la alevosía con su hermano
Manuel, a quien Miró hurtó sus fuerzas,
y «forzó a presentarse»: «le iba esto», la
garganta.-Vino Calunga, de Masó, con
cartas para Maceo: no acudirá a la cita
de Maceo muy pronto, porque está
amparando una expedición del Sur, que
acaba de llegar. Se pelea mucho en
Bayamo. Está en armas Camagüey. Se
alzó el Marqués,57 y el hijo de Agramon-
te.-Hiede.
8.-A trabajar, a una altura vecina,
donde levantan el nuevo campamento:
ranchos de troncos, atados con bejuco,
techados con palma. Nos limpian un
árbol, y escribimos al pie.-Cartas a Miró:
-de G., como a Coronel, seguro de que
ayudará «al Brigadier Ángel Guerra, nom-
brado Jefe de Operaciones»,-mía, con el
fin de que, sin desnudarle el pensamien-
to, vea la conveniencia y justicia de
aceptar y ayudar a Guerra.-Miró hace
de arbitro de la comarca, como Coronel.
Guerra sirvió los 10 años, y no le obedece-
ría.-Cartas a prominentes de Holguín,
y circulares:-a Guadalupe Pérez, acau-
dalado,-a Rafael Mandüley, procura-
dor,-a Francisco Frexes, abogado.-En la
mesa, sin rumbo, funge el consejo de
guerra de Isidro Tejera, y Onofre y José
de la O. Rodríguez: los pacíficos dieron
parte del terror en que pusieron al vecin-
dario: el capitán Juan Peña y Jiménez.
-Juan el Cojo, que sirvió «en las tres
guerras», de una pierna sólo tiene el mu-
ñón, y monta a caballo de un salto,-oyó
el susto a los vecinos, y vio las casas
abandonadas, y define que los tres le ne-
garon las armas, y profirieron amenazas
de muerte.-El consejo, enderezado de la
confusión, los sentencia a muerte. Vamos
al rancho nuevo, de alas bajas, sin pare-
des.-José Gutiérrez, el -corneta afable
que se lleva Paquito, toca a formación.
Al silencio de las filas traen los reos; y
lee Ramón Garriga la sentencia, y el
perdón. Habla Gómez de la necesidad de
la honra en las banderas: «ese criminal
ha manchado nuestra bandera». Isidro,
que venía llorando, pide licencia de ha-
blar: habla gimiendo, y sin idea, que
muere sin culpa, que no le dejarán morir,
que es imposible que tantos hermanos
no le pidan el perdón. Tocan marcha.
Nadie habla. Él gime, se retuerce en la
cuerda, no quiere andar. Tocan mar-
cha otra vez, y las filas siguen, de dos
en fondo. Con el reo implora Chacón y
entre rifles, empujándolos. Detrás, solo,
sin sus polainas, saco azul y sombrero
pequeño, Gómez.-Otros atrás, pocos, y
Moneada,-que no ve al reo, ya en el
lugar de muerte, llamando desolado,
sacándose el reloj, que Chacón le arre-
bata, y tira en la yerba... manda Gómez,
con el rostro demudado, y empuña su
revólver, a pocos pasos del reo. Lo arro-
dillan, al hombre, espantado, que aún,
en aquella rapidez, tiene tiempo, som-
brero en mano, para volver la cara dos
o tres veces. A dos varas de él, los rifles
bajos, «¡Apunten!», dice Gómez: «¡Fuego!»
Y cae sobre la yerba muerto.-De los dos
perdonados,-cuyo perdón aconsejé y ob-
tuve,-uno, ligeramente cambiando de co-
lor pardo, no muestra espanto, sino sudor
frío: otro, en sus cuerdas por los codos,
está como si aún se hiciese atrás, como
si huyese el cuerpo, ido de un lado lo mis-
mo que «1 rostro, que se le chupó y des-
encajó.-Él,   cuando   les   leyeron   la
34
Diarios de campaña



sentencia, en el viento y las nubes de la
tarde, sentados los tres por tierra, con
el pie en el cepo de varas, se apretaba
con la mano las sienes. El otro, Onqfre,
oía como sin entender, y volvía la cabeza
a los ruidos. «El Brujito», el muerto,
mientras esperaba el fallo, escarbaba,
doblado, la tierra,-o alzaba de repente
el rostro negro, de ojos pequeños y na-
riz hundida de puente ancho.-El cepo
fue hecho al vuelo: una vara recia en
tierra, otra más fina al lado, atada por
arriba,-y clavada abajo de modo que
deje paso estrecho al pie preso.-«El
Brujito», decían luego, era bandido de
antes: «puede usted jurar, decía
Moneada, que deja su entierro de ca-
torce mil pesos.»
Sentado en un baúl, en el rancho,
alrededor de la vela de cera, Moneada
cuenta la última marcha de Guillermo
moribundo; cuando iba a la cita con
Masó. A la prisión entró Guillermo sano,
y salió de ella delgado, caído, echando
sangre en cuajos a cada tos. Un día, en
la marcha, se sentó en el camino, con la
mano en la frente: «me duele el cerebro»;
y echó a chorros, la sangre, en cuajos
rojós.-«Estos son de la pulmo nía»-decía
x
luego Guillermo, revolviéndolos;-«y es-
tos, los negros, son de la espalda.» Zefí
cuenta, y Gómez, de la fortaleza de Mon-
eada. «Un día», dice, «lo hirieron en la
rodilla, y se le montó un hueso sobre el
otro, así», y se puso al pecho un brazo
sobre otro: «no se podía poner los huesos
en lugar, y entonces, por debajo de
los brazos lo colgamos, en aquel rancho
más alto que este, y yo me abracé a su
pierna, y con todas mis fuerzas me dejé
descolgar, y el hueso volvió a [su] puesto,
y el hombre no dijo palabra.» Zefí es al-
tazo, de músculo seco: «y me quedo de
bandido en el monte si quieren otra vez
acabar esto con infamias». «Una cosa tan
bien plantificada como esta», dice Mon-
eada, «y andar con ella trafagando» :-Se
queja él, con amargura, del abandono y
engaño en que tenía a Guillermo Urbano
Sánchez.-Guillermo, ansioso siempre de
la compañía blanca: «le digo que en Cuba
hay una división horrorosa». Y se le ve el
recuerdo rencoroso en la censura violenta
a Mariano Sánchez, cuando en el Ramón
de las Yaguas abogó porque se cumpliese
al Teniente rendido la palabra de respe-
tarle las armas, y Mariano que se veía
con escopeta, y otros más, quería echarse
El descanso en un campamento mambí.
35
José Martí
sobre los 60 rifles.-«¿Y usted quién es»,
dice N[arciso Moneada] que le dijo
Mariano, para dar voto en esto?»-Y G.
expresa la idea de que Mariano «no tie-
ne cara de cubano, por más que usted
me diga,-y dispénseme». Y de que el padre
anda fuera, y mandó al hijo adentro, para
estar a la vez en los dos campos.-Mucho
vamos hablando de la necesidad de picar
al enemigo aturdido, y sacarlo sin des-
canso a la pelea,-de cuajar con la pelea
el ejército revolucionario desocupado,-de
mudar campos como éste, de 400 hom-
bres, que cada día aumentan y comen en
paz y guardan 300 caballos, en fuerza
más ordenada y activa, que «yo, con mis
escopetas y mis dos armas de precisión,
sé cómo armarme»» dice Banderas: Ban-
deras, que pasó allá abajo el día, en su
hamaca solitaria, en el rancho fétido.
9.-Adiós a Banderas,-a Moneada,
-al fino Carvajal que quisiera irse con
nosotros, a los ranchos donde asoma la
gente, saludando con los yareyes : «¡Dios
los lleve con bien, mis hermanos!» Pasa-
mos sin que uno solo vuelva a ella los
ojos, junto a la sepultura. Y a poco andar,
por el hato lodoso se sale a la sabana, y
a unos mangos al fondo: es Baraguá: son
los mangos, aquellos dos troncos con
una sola copa, donde Martínez Campos
conferenció con Maceo. Va de práctico
un mayaricero que estuvo allí entonces:
«Martínez Campos lo fue a abrazar, y
Maceo le puso el brazo por "delante, así:
ahí fue que tiró el sombrero al suelo. Y
cuando le dijo que ya García había en-
trado, viera el hombre cuando Antonio le
dijo: "¿quiere usted que le presente a
García?": García estaba allí, en ese mon-
te; todo ese monte era de cubanos no más.
Y de ese lado había otra fuerza, por si
venían con traición.» De los llanos de la
protesta, salimos al borde alto, del rancho
abandonado, de donde se ve el brazo del
río, aún seco ahora, con todo el cauce de
yerbal y los troncos caídos cubiertos
de bejuco, con flores azules y amarillas,
y luego de un recodo, la súbita bajada:
«¡Ah, Cauto-dice Gómez.-cuánto tiempo
hacía que no te veía!» Las barrancas fera-
ces y elevadas penden, desgarradas a tre-
chos, hacia el cauce, estrecho aún, por
donde corren, turbias y revueltas, las pri-
meras lluvias.
De suave reverencia se hincha el pe-
cho, y cariño poderoso, ante el vasto
paisaje del río amado. Lo cruzamos, por
cerca de una ceiba, y, luego del saludo
a una familia mambí, muy gozosa de
vernos, entramos al bosque claro, de sol
dulce, de arbolado ligero, de hoja acuo-
sa. Como por sobre alfombra van los
caballos, de lo mucho del césped. Arri-
ba el curujeyal da al cielo azul, o la
palma nueva, o el dagame que da la flor
más fina, amada de lá abeja, o la guá-
sima, o la jatía. Todo es festón y hojeo,
y por entre los claros, a la derecha, se
ve el verde del limpio, a la otra margen,
abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de
copa alta y menuda, de parásitas y
curujeyes; el caguairán, «el palo más
fuerte de Cuba», el grueso júcaro, el al-
macigo, de piel de seda, la jagua de hoja
ancha, la preñada güira, el jigüe duro,
de negro corazón para bastones, y cas-
cara de curtir; el jupaban, de fronda
leve, cuyas hojas, capa a capa, «vuelven
raso el tabaco», la caoba, de corteza
brusca, la quiebrahacha, de tronco
estriado, y abierto en ramos recios, cer-
ca de las raíces, (el caimitillo y el cupey
y la picapica) y la yamagua, que estan-
ca la sangre:-A Cosme Pereira nos
hallamos en el camino, y con él a un
hijo de Eusebio Venero, que se vuelve a
anunciarnos a Altagracia. Aún está en
Altagracia Manuel Venero, tronco de pa-
triotas, cuya hermosa hija Panchita
murió, dé no querer ceder, al machete
del asturiano Federicón. Con los Vene-
ro era muy íntimo Gómez, que de Ma-
nuel osado hizo un temido jefe de
guerrilla, y por Panchita sentía viva
amistad, que la opinión llamaba amores.
El asturiano se llevó la casa un día y
en la marcha iba dejando a Panchita
atrás, y solicitándola y resistiendo ella.
-«¿Tú no quieres porque eres la querida
de Gómez?» Se irguió ella, y él la acabó,
con su propia mano.-Su casa hoy nos
recibe con alegría, en la lluvia oscura y
con buen café.-Con sus holguineros se
alberga allí Miró, que vino a alcanzarnos
al camino: de aviso envió a Pancho Díaz,
mozo que por una muerte que hizo se fue
a asilar a Montecristi, y es práctico de
ríos, que los cruza en la cresta, y en-
lazador, y hoceador de puercos, que mata
a machetazos. Miró llega, cortés en su
buen caballo: le veo el cariño cuando me
saluda: él tiene fuerte habla catalana; tipo
fino, barba en punta y calva, ojos vivaces.
36
Diarios de campaña
Dio a Guerra su gente, y con su escolta
de mocetones subió a encontrarnos.
-«Venga, Rafael. »-Y se acerca, en su saco
de ñipe amarillo, chaleco blanco, y jipija-
pa de ala corta a la oreja, Ra'fael
Manduley, el Procurador de Holguín, que
acaba de salir al campo. La gente, bien
montada, es de muy buena cepa. Jaime
Muñoz, peinado al medio, que adminis-
tra bien, José González, Bartolo Rocaval,
Pablo García, el práctico sagaz, Rafael
Ramírez, Sargento primero de la guerra,
enjuto, de bigotillo negro, Juan Oro, Au-
gusto Feria, alto y bueno, del pueblo, cajis-
ta y de letra, Teodorico Torres, Nolasco
Peña, Rafael Peña, Luis Pérez, Francis-
co Díaz, Inocencio Sosa, Rafael Rodri-
guez,-y Plutarco Artigas, amo de campo,
rubio y tuerto, puro y servicial: dejó su
casa grande, su bienestar, y «nueve hijos
de los diez que tengo, porque el mayor
me lo traje conmigo». Su hamaca es gran-
de, con la almohadilla hecha de manos
tiernas; su caballo es recio, y de lo mejor
de la comarca; él se va lejos, a otra juris-
dicción, para que de cerca «no lo tenga
amarrado su familia»: y «mis hijitos se
me hacían una pina alrededor y se dor-
mían conmigo». Aún vienen Miró y
Manduley henchidos de su política local;
a Manduley «no le habían dicho nada de
la guerra», a él que tiene fama de ergui-
do, y de autoridad moral; trae espejeras:
iba a ver a Masó: «y yo, que alimentaba a
mis hijos científicamente; quién sabe lo
que comerán ahora». Miró, a gesto anima-
do y verba bullente, alude a su campaña
de 7 años en La Doctrina58 de Holguín, y
luego en El Liberal59 de Manzanillo que le
pagaban Calvar y Beattie, y donde les
sacó las raíces a los «cuadrilongos», a los
«astures», a «la malla integrista «.«Dejó hija
y mujer, y ha paseado,, sin mucha pe-
lea, su caballería de buena gente por la
comarca.» Me habla de los esfuerzos de
Gálvez, en La Habana, para rebajar la
revolución: del grande odio con que
Gálvez habla de mí, y de Juan Gual-
berto:60 «a usted, a usted es a quien ellos
le temen»: «a voz en cuello decían que
no vendría usted, y eso es lo que los va
ahora a confundir».-Me sorprende, aquí
como en todas partes, el cariño que se
nos muestra, y la unidad de alma, a
que no se permitirá condensación, y
a la que se desconocerá, y de la que se
prescindirá, con daño, o por lo menos el
daño de demora, de la revolución, en su
primer año de ímpetu. El espíritu que
sembré, es el que ha cundido, y el de
la Isla, y con él, y guía conforme a él,
triunfaríamos brevemente, y con me-
jor victoria, y para paz mejor. Preveo
que, por cierto tiempo al menos, se di-
vorciará a la fuerza a la revolución de
.este espíritu,-se le.privará del encanto
y gusto, y poder de vencer de este
consorcio natural,-se le robará el be-
neficio de esta conjunción entre la ac-
tividad de estas fuerzas revolucionarias
y el espíritu que las anima.-Un deta-
lle: Presidente me han llamado, desde
mi entrada al campo, las fuerzas to-
das, a pesar de mi pública repulsa, y a
cada campo que llego, el respeto rena-
ce, y cierto suave entusiasmo del ge-
neral cariño, y muestras del goce de la
gente en mi presencia y sencillez.-Y al
acercarse hoy uno: Presidente, y sonreír
yo: «No me le digan a Martí Presidente:
díganle General: él viene aquí como Ge-
neral: no me le digan Presidente.» «¿Y
quién contiene el impulso de la gente,
General?»; le dice Miró: «eso les nace
del corazón a todos».-«Bueno: pero él
nó fes Presidente todavía: es el Delega-
dos-Callaba yo, y noté el embarazo y
desagrado en todos, y en algunos como
el agravio.-Miró vuelve a Holguín, de
Coronel; no se opondrá a Guerra: lo aca-
tará: hablamos de la necesidad de una
persecución activa, de sacar al enemi-
go de las ciudades, de picarlo por el
campo, de cortarle todas las proveedu-
rías, de seguirle los convoyes. Mandu-
ley vuelve también, no muy a gusto, a
influir en la comarca que lo conoce,
a ponérsele a Guerra de buen conseje-
ro, a amalgamar las fuerzas de Holguín
e impedir sus choques, a mantener el
acuerdo de Guerra, Miró y Feria.-Dor-
mimos, apiñados, entre cortinas de llu-
via.-Los perros, ahitos de la matazón,
vomitan la res.-Así dormimos en Alta-
gracia.-En el camino, el único caserío
fue Arroyo Blanco: la tienda vacía: el
grupo de ranchos: el ranchero barrigu-
do, blanco, egoísta, con el pico de la
nariz caído entre las alas del poco bigo-
te negro: la mujer, negra: la vieja ciega
se asomó a la puerta, apoyada a un
lado, y en el báculo amarillo el brazo
tendido: limpia, con un pañuelo a la
cabeza:-«¿Y lo§ patipeludos matan
37
8S
Diarios de campaña
lo lleva, cuando ponga en La Vuelta el
campamento, al cruce de todos estos ca-
minos. Con barrancas como las del Cauto
asoma el Contramaestre, más delgado y
claro; y luego lo cruzamos y bebemos.
Hablamos de hijos: con los tres suyos
está Teodosio Rodríguez, de Holguín:
Artigas trae el suyo: con los dos suyos
de 21 y 18 años, viene Bellito. Una vaca
pasa rápida, mugiendo dolorosa y salta
el cercado: despacio viene a ella, como
viendo poco, el ternero perdido; y dé
pronto, como si la reconociera, se enarca
y arrima a ella, con la cola al aire, y se
pone a la ubre: aún muge la madre.-La
Jatia es casa buena, de cedro y de qorre-
dor de zinc, ya abandonada de Agustín
Maysana, español rico; de cartas y pape-
les están los suelos llenos. Escribo al aire,
al Camagüey, todas las cartas que va a
llevar Calunga, diciendo lo visto, anun-
ciando el viaje, al Marqués, a Mola, a
Montejo.-Escribo la circular prohibiendo
el pase de reses, y la carta a Rabí. Masó
anda por la sabana con Maceo, y le escri-
bimos: una semana hemos de quedarnos
por aquí, esperándolo.-Vienen tres vete-
ranos de las Villas, uno con tre& bala-
zos en el ataque imprudente a Arimao,
bajo Mariano Torres,-y el hermano, por
salvarlo, con uno: van de compra y no-
ticias a Jiguaní: Jiguaní tiene un fuerte,
bueno, fuera de la población, y en la
plaza dos tambores de manipostería, y
los otros dos sin acabar, porque los car-
- pinteros que atendían a la madera des-
aparecieron :-y así dicen: «vean como
están estos paisanos, que ni pagados
quieren estarse con nosotros» .-Al acos-
tarnos, desde las hamacas, luego de
plátano y queso, acabado lo de escribir,
hablamos de la casa de Rosalio, donde
estuvimos por la mañana, al café a que
nos esperaba él, de brazos en la cerca.
El hombre es fornido, y viril, de trabajo
rudo, y bello mozo, con el rostro blanco
ya rugoso, y barba negra corrida.-«Aquí
tienen a mi señora», dice el marido fiel,
y con orgullo: y allí está en su túnico
morado, el pie sin medias en la pantufla
de flores, la linda andaluza, subida a un
poyo, pilando el café. En casco tiene al-
zado el cabello por detrás, y de allí le
cuelga en cauda: se le ve sonrisa y pena.
Ella no quiere ir a Guántánamo, con las
hermanas de Rosalio: ella quiere estar
«donde esté Rosalio». La hija mayor, blan-
ca, de puro óvalo, con el rico cabello corto
abierto en dos y enmarañado, aquieta a
un criaturín huesoso, con la nuca de
hilo, y la cabeza colgante, en un gorrito
de encaje: es el último parto. Rosalio
levantó la finca; tiene vacas, prensa
quesos: a lonjas de a libra nos come-
mos su queso, remojado en café: con la
tetera, en su taburete, da leche Rosalio
a un angelón de hijo, desnudo, que
muerde a los hermanos que se quieren
acercar al padre: Emilia de puntillas,
saca una taza de la alacena que ha
hecho de cajones, contra la pared del
rancho. O nos.oye sentada; con su son-
risa dolorosa, y alrededor se le cuelgan
los hijos.-
13.-Esperaremos a Masó en lugar me-
nos abierto, cerca de Rosalio, en casa de
su hermano. Voy aquietando: a Bellito, a
Pacheco, y a la vez impidiendo que me
muestren demasiado cariño. Recorremos
de vuelta los potreros de ayer, segui-
mos Cauto arriba, y Bellito pica espuelas
para enseñarme el bello estribo, de copu-
do verdor, donde, con un ancho recodo al
frente se encuentran los dos ríos: el Con-
tramaestre entra allí al Cauto. Allí, en
aquel estribo, que da por su fondo a los
potreros de la Travesía, ha tenido Bellito
campamento: buen campamento: allí ar-
boleda oscura, y una gran ceiba. Cruza-
mos el Contramaestre, y, a poco, nos
apeamos en los ranchos abandonados de
Pacheco. Aquí fue cuando esto era mon-
te, el campamento de Los Ríos, 63 donde
O'Kélly64 se dio primero con los insurrec-
tos, antes dé ir a Céspedes.-Y hablamos
de las tres Altagracias.-Altagracia la Cu-
bana, donde estuvimos.-Altagracia de
Manduley.-Y Altagracia la Bayamesa.
-De sombreros: «tanta tejedora que hay
en Holguín».-De Holguín, que es tierra
seca, que se bebe la lluvia, con sus casas
a cordel y sus patios grandes, «hay mil
vacas paridas en Holguín».-Me buscan
hojas de zarza, o de tomate, para untarlas
de sebo, sobre los nacidos. Artigas le saca
flecos a la jáquima que me trae Bellito.
-Ya está el rancho barrido: hamacas, es-
cribir; leer; lluvia; sueño inquieto.
14.-Sale una guerrilla para La Venta, ^
el caserío con la tienda de Rebentoso,
y el fuerte de 25 hombres. Mandan,
horas después, al alcalde; el gallego
José González, casado en el país, que
dice que es alcalde a la fuerza, y espera
39
José Martí
en el rancho de Miguel Pérez, el pardo
que está aquí de cuidador, barbero. Es-
cribo, poco y mal, porque estoy pensan-
do con zozobra y amargura. ¿Hasta qué
punto será útil a mi país mi desistimien-
to?66 Y debo desistir, en cuanto llegase
la hora propia, para tener libertad de
aconsejar, y poder moral para resistir
el peligro que de años atrás preveo, y en
la soledad en que voy, impere acaso, por
la desorganización e incomunicación que
en mi aislamiento no puedo vencer, aun-
que, a campo libre, la revolución entraría,
naturalmente, por su unidad de alma, en
las formas que asegurarían y acelerarían
su triunfo.-Rosalío va y viene, trayendo
recados, leche, cubiertos, platos: ya es
prefecto de Dos Ríos. Su andaluza pre-
para para un enfermo una purga de
higuereta, de un catre le hace hamaca,
le acomoda un traje: el enfermo es José
Gómez, granadino, risueño, de franca
dentadura:-«Y usted, Gómez, ¿cómo se
nos vino por acá? Cuénteme, desde que
vino a Cuba.» «Pues yo vine hace dos
años, y me rebajaron, y me quedé traba-
jando én el Camagüey. Nos rebajaron
así a todos, para cobrarse nuestro suel-
do, y nosotros de lo que trabajábamos
vivíamos. Yo no veía más que criollos,
que me trataban muy bien: yo siempre
vestí bien, y gané dinero, y tuve amigos:
de mi paga, en dos años, solo alcancé doce
pesos.-Y ahora me llamaron al cuartel, y
no sufrí tanto como otros, porque me hi-
cieron cabo; pero aquello era maltratar a
los hombres, que yo no lo podía sufrir, y
cuando un oficial me pegó dos cocotazos,
me callé y me dije que no me pegaría más:
y me tomé el fusil y las cápsulas, y aquí
estoy.» Ya caballo, en su jipijapa y saco
pardo, con el rifle por el arzón de su po-
tranca, y siempre sonriendo.-Se agolpan
al rancho, venideros de la Sabana, de Hato
del Medio, los balseros que fueron a pre-
guntar si podían arrear la madera: vuel-
ven a Cauto del Embarcadero, pero no a
arrearla: prohibidos, los trabajos que den
provecho, directo o indirecto, al enemigo.
Ellos no murmuran: querían saber: están
preparados a salir con el comandante
Contiño.-Veo venir a caballo, a paso se-
reno bajo la lluvia, a un magnífico hom-
bre, negro de color, con gran sombrero de
a la vuelta, que se queda oyendo, atrás
del grupo y con la cabeza por sobre él.
-Es Casiano Leyva, vecino de Rosalío,
práctico por Guamo, entre los triunfado-
res el primero, con su hacha potente: y
al descubrirse le veo el noble rostro, frente
alta y fugitiva, combada al medio, ojos
mansos y firmes, de gran cuenca; entre
pómulos anchos, nariz pura; y hacia
la barba aguda la pera canosa: es heroi-
ca la caja del cuerpo, subida en las pier-
nas delgadas: una bala, en la pierna: él
lleva permiso de dar carne al vecindario;
para que no maten demasiada res. Habla
suavemente; y cuánto hace tiene inteli-
gencia y majestad. Él luego irá por Gua-
mo.-Escribo las instrucciones generales
a los Jefes y Oficiales.
15.-La lluvia de la noche, el fango, el
baño en el Contramaestre: la caricia del
agua que corre: la seda del agua. A la
tarde viene la guerrilla: que Masó anda
por la Sabana, y nos lo buscan: traen un
convoy, cogido en la Ratonera. Lo vacían
a la puerta: lo reparte Bellito: vienen te-
las, que Bellito mide al brazo: tanto a la
escolta.-tanto a Pacheco, el capitán del
convoy, y la gente de Bellito.-tanto al Es-
tado Mayor: velas, una pieza para la mu-
jer de Rosalío, cebollas y ajos, y papas y
aceitunas para Valentín.
Cuando llegó el convoy, allí el primero
Valentín, al pie, como oliendo, ansioso.
Luego, la gente alrededor. A ellos, un
galón de «vino de composición para taba-
co»,-más vino dulce: Que el convoy de
Bayamo sigue sin molestar a Baire,
repartiendo raciones. Lleva once prácti-
cos, y Francisco Diéguez entre ellos: «Pero
él vendrá: él me ha escrito: lo que pasa
es que en la fuerza teníamos a los ban-
didos que persiguió él, y no quiere venir,
los bandidos de El Brujiio, el muerto de
Hato del Medio. »-Y no hay fuerzas alre-
dedor con que salirle al convoy, que va
con 500 hombres. Rabí,-dicen-atacó el
tren de Cuba en San Luis, y quedó allá.
-De Limbano hablamos, de sobremesa:
y se recuerda su muerte, como la contó
al práctico de Mayari* que había acudi-
do a salvarlo, y llegó tarde. Limbano iba
con Mongo, ya deshecho, y llegó a casa
de Gabriel Reyes, de mala mujer, a quien
le había hecho mucho favor: le dio las
monedas que llevaba; la mitad para su
hijo de Limbano y para Gabriel la otra
mitad,* a que fuera a Cuba, a las diligen-
cias de su salida: y el hombre volvió, con
la promesa de 2 000 pesos, que ganó enve-
nenando a Limbano. Gabriel fue al puesto
40
Diarios de campaña
de la guardia civil, que vino, y disparó
sobre el cadáver, para que apareciese
muerto de ella. Gabriel vive en Cuba,
execrado de todos los suyos: su ahijado
le dijo: «Padrino, me voy del lado de usted,
porque usted es muy infame.«-Artigas,
al acostarnos pone grasa de puerco sin
sal sobre una hoja de tomate, y me cubre
la boca del nacido.
16.-Sale Gómez a visitar los alrede-
dores. Antes, registro de los sacos, del
Teniente Chacón, Oficial Díaz, Sargento
P. Rico, que murmuran, para hallar un
robo de V2 botella de grasa.-Convicción
de Pacheco, el Capitán: que el cubano
quiere cariño, y no despotismo: que por
el despotismo se fueron muchos cuba-
nos al gobierno y se volverán a ir: que
lo que está en el campo, es un pueblo,
que ha salido a buscar quien lo trate
mejor que el español, y halla justo que
le reconozcan su sacrificio. Calmo,-y
desvío sus demostraciones de afecto a
mí, y las de todos. Marcos, el domini-
cano: «¡Hasta sus huellas!» De casa de
Rosalío vuelve Gómez.-Se va libre el al-
calde, de La Venta; que los soldados de
La Venta, andaluces, se nos quieren
pasar.-Lluvia, escribir, leer.
17.-Gómez sale, con los 40 caballos,
a molestar el convoy de Bayamo. Me que-
do, escribiendo con Garriga y Feria, que
copian las Instrucciones Generales a los
Jefes y Oficiales-conmigo doce hombres,
bajo el teniente Chacón, con tres guar-
dias, a los tres caminos; y junto a
mí, Graciano Pérez. Rosalío, en su arren-
quín, con el fango a la rodilla, me trae,
en su jaba de casa, el almuerzo cariñoso:
«por usted doy mi vida». Vienen, recién
salidos de Santiago, los hermanos
Chacón, dueño el uno del arria cogida
antier, y su hermano rubio, bachiller, y
cómico,-y José Cabrera, zapatero de
Jiguaní, trabado y franco,-y Duane, ne-
gro joven, y como... en camisa, pantalón
y gran cinto, y... Avalos, tímido, y Rafael
Vázquez, y Desiderio Soler, de 16 años, a
quien Chacón trae como hijo.-Otro hijo
hay aquí, Ezequiel Morales, con 18 años,
de padre muerto en la guerra. Y estos
que vienen, me cuentan de Rosa Moreno,
la campesina viuda que le mandó a Rabí
su hijo único Melesio, de 16 años: «allá
murió tu padre: ya yo no puedo ir: tú ve».
Asan plátanos, y majan tasajo de vaca,
con una piedra en el pilón, para los recién
venidos. Está muy turbia el agua crecida
del Contramaestre,-y me trae Valentín un
jarro hervido en dulce, con hojas de
higo...67


~>«fm^r.



L*--^»*'- *~>v
Af-
Confluencia del Cauto y el Contramaestre: Dos Ríos.
41
José Martí
Manifiesto de Monteeristi
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO
CUBANO A CUBA
La revolución de independencia, ini-
ciada en Yara después de preparación
gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba
en un nuevo período de guerra, en vir-
tud del orden y acuerdos del Partido
Revolucionario en el extranjero y en la
isla, y de la ejemplar congregación en
él de todos los elementos consagrados
al saneamiento y emancipación del país,
para bien de América y del mundo; y
los representantes electos de la revolu-
ción que hoy se confirma, reconocen y
acatan su deber,-sin usurpar el acento
y las declaraciones sólo propias de la
majestad de la república constituida,
-de repetir ante la patria, que no se ha
de ensangrentar sin razón, ni sin justa
esperanza de triunfo, los propósitos pre-
cisos, hijos del juicio y ajenos a la ven-
ganza, con que se ha compuesto, y
llegará a su victoria racional, la guerra
inextinguible que hoy lleva a los com-
bates, en conmovedora y prudente de-
mocracia, los elementos todos de la
sociedad de Cuba.
La guerra no es, en el concepto sere-
no de los que aún hoy la representan, y
de la revolución pública y responsable
que los eligió, el insano triunfo de un
partido cubano sobre otro, o la humi-
llación siquiera de un grupo equivoca-
do de cubanos; sino la demostración
solemne de la voluntad de un país har-
to probado en la guerra anterior para
lanzarse a la ligera en un conflicto sólo
terminable por la victoria o el sepulcro,
sin causas bastante profundas para so-
breponerse a las cobardías humanas y
a sus varios disfraces, y sin determina-
ción tan respetable-por ir firmada por
la muerte-que debe imponer silencio a
aquellos cubanos menos venturosos que
no se sienten poseídos de igual fe en
las capacidades de su pueblo ni de
valor igual con que emanciparlo de su
servidumbre.
La guerra no es la tentativa capricho-
sa de una independencia más temible
que útil, que sólo tendrían derecho a
demorar o condenar los que mostrasen
lá virtud y el propósito de conducirla a
otra más viable y segura, y que no debe
en verdad apetecer un pueblo que no la
pueda sustentar; sino el producto disci-
plinado de la resolución de hombres en-
teros que en el reposo de la experiencia
se han decidido a encarar otra vez los
peligros que conocen, y de la congrega-
ción cordial de los cubanos de más di-
verso origen, convencidos de que en la
conquista de la libertad se adquieren
mejor que en el abyecto abatimiento las
virtudes necesarias para mantenerla.
La guerra no es contra el español,
que, en el seguro de sus hijos y en el
acatamiento a la patria que se ganen,
podrá gozar respetado, y aun amado, de
la libertad que sólo arrollará a los que
le salgan, imprevisores, al camino.-Ni
del desorden, ajeno a la moderación pro-
bada del espíritu de Cuba, será cuna la
guerra; ni de la tiranía.-Los que fomen-
taron, y pueden aún llevar su voz, de-
claran en nombre de ella ante la patria
su limpieza de todo odio,-su indulgen-
cia fraternal para con los cubanos tí-
midos o equivocados,-su radical respeto
al decoro del hombre, nervio del comba-
te y cimiento de la repúblfca,-su certi-
dumbre de la aptitud de lá guerra para
ordenarse de modo que contenga la re-
dención que la inspira, la relación en
que un pueblo debe vivir con los demás,
y la realidad que la guerra es,-y su ter-
minante voluntad de respetar, y hacer
que se respete, al español neutral y hon-
rado, en la guerra y después de ella, y"
de ser piadosa con el arrepentimiento,
e inflexible sólo con el vicio, el crimen y.
la inhumanidad.-En la guerra que se
ha reanudado en Cuba no ve la revolu-
ción las causas del júbilo que pudiera
embargar al heroísmo irreflexivo, sino
las responsabilidades que deben preocu-
par a los fundadores de pueblos.
42
Diarios de campaña




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Entre Cuba en la guerra con la plena
seguridad, inaceptable sólo a los cuba-
nos sedentarios y parciales, de la com-
petencia de sus hijos para obtener el
triunfo, por la energía de la revolución
pensadora y magnánima, y de la capa-
cidad de los cubanos, cultivada en diez
años primeros de fusión sublime, y en
las prácticas modernas del gobierno y
el trabajo, para salvar la patria desde
su raíz de los desacomodos y tanteos,
necesarios al principio del siglo, sin co-
municaciones y sin preparación en las
repúblicas feudales o teóricas de His-
pano-América. Punible ignorancia o ale-
vosía fuera desconocer las causas a
menudo gloriosas y ya generalmente
redimidas de los trastornos americanos,
venidos del error de ajustar a moldes
extranjeros; de dogma incierto o mera
relación a su lugar de origen, la reali-
dad ingenua de los países que conocían
sólo de las libertades el ansia que las
conquista, y la soberanía que se gana
con pelear por ellas. La concentración
de la cultura meramente literaria en las
capitales; el erróneo apego de las repú-
blicas a las costumbres señoriales de
la colonia; la creación de caudillos ri-
vales consiguiente al trato receloso e
imperfecto de las comarcas apartadas;
la condición rudimentaria de la única
industria, agrícola o ganadera; y el
abandono y desdén de la fecunda raza
indígena en las disputas de credo o loca-
lidad que esas causas de los trastornos
en los pueblos de América mantenían
-no son, de ningún modo los problemas
de la sociedad cubana. Cuba vuelve a
la guerra con un pueblo democrático y
culto, conocedor celoso de su derecho
y del ajeno; o de cultura mucho mayor,
en lo más humilde de él, que las masas
llaneras o indias con que, a la voz de los
héroes primados de la emancipación, se
mudaron de hatos en naciones las silen-
ciosas colonias de América; y en el crucero
del mundo, al servicio de la guerra y a la
fundación de la nacionalidad le vienen
a Cuba, del trabajo creador y conserva-
dor en los pueblos más hábiles del orbe,
y del propio esfuerzo en la persecución
y miseria del país, los hijos lúcidos,
magnates o siervos, que de la época pri-
mera de acomodo, ya vencida, entre los
componentes heterogéneos de la nación
cubana, salieron a preparar, o-en la
misma isla continuaron preparando-, con
su propio perfeccionamiento, el de la na-
cionalidad a que. concurren hoy con la
firmeza de sus personas laboriosas, y el
seguro de su educación republicana.
43
José Martí
El civismo de sus guerreros; el cultivo y
benignidad de sus artesanos; el empleo
real y moderno de un número vasto de
sus inteligencias y riquezas; la peculiar
moderación del campesino sazonado en
el destierro y en la guerra; el trato ínti-
mo y diario, y rápida e -inevitable unifi-
cación de las diversas secciones del
país; la admiración, recíproca, de las vir-
tudes iguales entre los cubanos que de
las diferencias de la esclavitud pasaron
a la hermandad del sacrificio; y la be-
nevolencia y aptitud crecientes del li-
berto, superiores a los raros ejemplos
de su desvío o encono,-aseguran a Cuba,
sin ilícita ilusión, un porvenir en que
las condiciones de asiento, y del traba-
jo inmediato de un pueblo feraz en la
república justa, excederán a las de diso-
ciación y parcialidad provenientes de la
pereza o arrogancia que la guerra a ve-
ces cría, del rencor ofensivo de una mi-
noría de amos caída de sus privilegios;
de la censurable premura con que una
minoría aún,invisible de libertos des-
contentos pudiera aspirar, con esta del
albedrío y naturaleza húmanos, al res-
peto social que sola y seguramente ha de
venirles de la igualdad probada en las
virtudes y talentos; y de la súbita des-
posesión, en gran parte de los poblado-
res letrados de las ciudades, de la
suntuosidad o abundancia relativa que
hoy les viene de las gabelas inmorales
y fáciles de la colonia, y de los oficios
que habrán de desaparecer con la li-
bertad.-Un pueblo libre, en el trabajo
abierto a -todos, enclavado a las bocas
del universo rico e industrial, sustitui-
rá sin obstáculo, y con ventaja, después
de una guerra inspirada en la más pura
abnegación, y mantenida conforme a
ella, al pueblo avergonzado don de el
bienestar sólo se obtiene a cambio de la
complicidad expresa o tácita con la tira-
nía de los extranjeros menesterosos que
lo desangran y corrompen.-No dudan de
Cuba, ni de sus aptitudes para obtener
y gobernar su independencia, los que
en el heroísmo de la muerte, y en el de
la fundación callada de la patria, ven
resplandecer de continuo, en grandes y
en pequeños, las dotes de concordia y
sensatez sólo inadvertibles para los que,
fuera del alma real de su país, lo juz-
gan, en el arrogante concepto de sí pro-
pios, sin más poder de rebeldía y crea-
ción que el que asoma tímidamente en
la servidumbre de sus quehaceres colo-
niales.
De otro temor quisiera acaso valerse
hoy, so pretexto de prudencia, la cobar-
día: el temor insensato; y jamás en Cuba
justificado, a la raza negra. La revolución,
con su carga de mártires, y de guerreros
subordinados y generosos, desmiente in-
dignada, como desmiente la larga prue-
ba de la emigración y de la tregua en la
isla, la tacha de amenaza de la raza
negra con que se quisiese inicuamente
levantar, por los beneficiarios del régi-
men de España, el miedo a la revolu-
ción. Cubanos hay ya en Cuba de uno y
otro color, olvidados para siempre-con
la guerra emancipadora y el trabajo don-
de unidos se gradúan-del odio en que
los pudo dividir la esclavitud. La nove-
dad y aspereza de las relaciones socia-
les, consiguientes a la mudanza súbita
del hombre ajeno en propio, son meno-
res que la sincera estimación del cubano
blanco por el alma igual, la afanosa cul-
tura, el fervor de hombre libre, y el ama-
ble carácter de su compatriota negro. Y
si a la raza le nacieron demagogos in-
mundos, o almas airadas cuya impa-
ciencia propia azuzase la de su color, o
en quienes se convirtiera en injusticia con
los demás la piedad por los suyos,
-con su agradecimiento y su cordura, y
su amor a la patria, con su convicción de
la necesidad de desautorizar por la prue-
ba patente de la inteligencia y la virtud
del cubano negro la opinión que aún reine
de su incapacidad para ellas, y con la po-
sesión de todo lo real del derecho huma-
no, y el consuelo y fuerza de la estimación
[de] cuanto en los cubanos blancos hay
de justo y generoso, la misma raza extir-
paría en Cuba el peligro negro, sin que
tuviera que alzarse a él una sola mano
blanca.
La revolución lo sabe, y lo proclama.
La emigración lo proclama también. Allí
no tiene el cubano negro escuelas de
ira, como no tuvo en la guerra una sola
culpa de ensoberbecimieñto indebido
o de insubordinación. En sus hombros
anduvo segura la república a que no
atentó jamás. Sólo los que odian al negro
ven en el negro odio; y los que con seme-
jante miedo injusto traficasen, para
44  '
Diarios de campaña
sujetar, con inapetecible oficio, las ma-
nos que pudieran erguirse a expulsar de
la tierra cubana al ocupante corruptor.
En los habitantes españoles de^ Cuba,
en vez de la deshonrosa ira de la pri-
mer guerra, espera hallar la revolución,
que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa
neutralidad o tan veraz ayuda, que por
ellas vendrán a ser la guerra más bre-
ve, sus desastres menores, y más fácil
y amiga la paz en que han de vivir jun-
tos padres e hijos. Los cubanos empe-
zamos la guerra, y los cubanos y los
españoles la terminaremos. No nos mal-
traten, y no se les maltratará. Respeten,
y se les respetará. Al acero responda el
acero, y la amistad a la amistad. En
el pecho antillano no hay odio; y el cu-
bano saluda en la muerte al español a
quien la crueldad del ejército forzoso
arrancó de su casa y su terruño para
venir a asesinar en pechos de hombre
la libertad que él mismo ansia. Más que
saludarlo en la muerte, quisiera la revo-
lución acogerlo en vida; y la república será
tranquilo hogar para cuantos españoles
de trabajo y honor gocen en ella de la
libertad y bienes que no han de hallar
aún por largo tiempo en la lentitud, desi-
dia, y vicios políticos de la tierra pro-
pia. Este es el corazón de Cuba, y así
será la guerra. ¿Qué enemigos españo-
les tendrá verdaderamente la revolu-
ción? ¿Será el ejército, republicano en
mucha parte, que ha aprendido a respe-
tar nuestro Valor, como nosotros respeta-
mos el suyo, y más siente impulsos a
veces de unírsenos que de combatirnos?
¿Serán los quintos, educados ya en las
ideas de humanidad, contrarias a derra-
mar sangre de sus semejantes en pro-
vecho de un cetro inútil o una patria
codiciosa, los quintos segados en la flor
de su juventud para venir a defender,
contra un pueblo que los acogería ale-
gre como ciudadanos libres, un trono
mal sujeto, sobre la nación vendida por
sus guías, con la complicidad de sus
privilegios y sus logros? ¿Será la masa,
hoy humana y culta, de artesanos y
dependientes, a quienes, so pretexto de
patria, arrastró ayer a la ferocidad y al
crimen el interés de los españoles acau-
dalados que hoy, con lo más de sus for-
tunas salvas en España, muestran
menos celo que aquel con que ensan-
grentaron la tierra de su riqueza cuan-
do los sorprendió en ella la guerra con
toda su fortuna? ¿O serán los fundado-
res de familias y de industrias cuba-
nas, fatigados ya del fraude de España
y de su desgobierno, y como el cubano
vejados y oprimidos, los que, ingratos e
imprudentes, sin miramiento por la paz
de sus casas y la conservación de una
riqueza que el régimen de España ame-
naza más que la revolución, se revuelvan
contra la tierra que de tristes rústicos
los ha hecho esposos felices, y dueños de
una prole capaz de morir sin odio por ase-
gurar al padre sangriento un suelo li-
bre al fin de la discordia permanente
entre el criollo y el peninsular, donde la
honrada fortuna pueda mantenerse sin
cohecho y desarrollarse sin zozobra, y
el hijo no vea entre el beso de sus labios
y la mano de su padre la sombra aborre-
cida del opresor? ¿Qué suerte eligirán
los españoles: la guerra sin tregua,
confesa o disimulada, que amenaza y
perturba las relaciones siempre inquie-
tas y violentas del país, o la paz defini-
tiva, que jamás se conseguirá en Cuba
sino con la independencia? ¿Enconarán
y ensangrentarán los españoles, arraiga-
dos en Cuba la guerra en que pueden
quedar vencidos? ¿Ni con qué derecho nos
odiarán los españoles, si los cubanos no
los odiamos? La revolución emplea sin
miedo este lenguaje, porque el decreto
de emancipar de una vez a Cuba de la
ineptitud y corrupción irremediables del
gobierno de España, y abrirla franca
para todos los hombres al mundo nuevo,
es tan terminante como la voluntad de
mirar como a cubanos, sin tibio corazón
ni amargas memorias, a los españoles
que por sú pasión de libertad ayuden a
conquistarla en Cuba, y a los que con
su respeto a la guerra de hoy rescaten
la sangre que en la de ayer manó a sus
golpes del pecho de sus hijos.
En las formas que se dé la revolución,
conocedora de su desinterés, no hallará
sin duda pretexto de reproche la vigilan-
te cobardía, que en los errores formales
del país naciente, o en su poca suma
visible de república, pudiese procurar
razón con qué negarle la sangre que le
adeuda. No tendrá el patriotis mo puro
causa de temor por la dignidad y suerte
futura de la patria.-La dificultad de las
45
José Martí
guerras de independencia en América, y
la de sus primeras nacionalidades, ha
estado, más que en la discordia de sus
héroes y en la emulación y recelo inhe-
rentes al hombre, en la falta oportuna de
forma que a la vez contenga el espíritu
de redención que, con apoyo de ímpetus
menores, promueve y nutre la guerra,-y
las prácticas necesarias a la guerra, y
que esta debe desembarazar y sostener.
En la guerra inicial se ha de hallar el
país de maneras tales de gobierno que
a un tiempo satisfagan la inteligencia
madura y suspicaz de sus hijos cultos,
y las condiciones requeridas para la
ayuda y respeto de los demás pueblos,
-y permitan-en vez de entrabar-el de-
sarrollo pleno y término rápido de la gue-
rra fatalmente necesaria a la felicidad
pública. Desde sus raíces se ha de cons-
tituir la patria con formas viables, y de
sí propia nacidas, de modo que un go-
bierno sin realidad ni sanción no la
conduzca a las parcialidades o a la ti-
ranía.-Sin atentar, con desordenado
concepto de su deber, al uso de las fa-
cultades íntegras de constitución, con
que se ordenen y acomoden, en su res-
ponsabilidad peculiar ante el mundo
contemporáneo, liberal e impaciente, los
elementos expertos y novicfc^ por igual
movidos de ímpetu ejecutivo y pureza
ideal, que con nobleza idéntica, y el tí-
tulo inexpugnable de su sangre, se lan-
zan, tras el alma y guía de los primeros
héroes, a abrir a la humanidad una re-
pública trabajadora; sólo es lícito al
Partido Revolucionario Cubano declarar
su fe en que la revolución ha de hallar
formas que le aseguren, en la unidad y
vigor indispensables a una guerra cul-
ta, el entusiasmo de los cubanos, la con-
fianza de los españoles, y la amistad
del mundo. Conocer y fijar la realidad;
componer en molde natural la realidad
de las ideas que producen o apagan los
hechos, y la de los hechos que nacen de
las ideas; ordenar la revolución del de-
coro, el sacrificio y la cultura de modo
que no quede el decoro de un solo hom-
bre lastimado, ni el sacrificio parezca
inútil a un solo cubano, ni la revolución
inferior a la cultura del país, no a la
extranjeriza y desautorizada cultura que
se enajena el respeto de los hombres
viriles por la ineficacia de sus resulta-
dos y el contraste lastimoso entre la
poquedad real y la arrogancia de sus
estériles poseedores, sino al profundo
conocimiento de la labor del hombre en
el rescate y sostén de su dignidad:-esos
son los deberes, y los intentos, de la
revolución, Ella se regirá de modo que
la guerra pujante y capaz dé pronto casa
firme a la hueva república.
La guerra sana y vigorosa desde el
nacer con que hoy reanuda Cuba, con
todas las ventajas de su experiencia, y
la victoria asegurada a las determina-
ciones finales, el esfuerzo excelso, jamás
recordado sin unción, de sus inmarce-
sibles héroes, no es sólo hoy el piadoso
anhelo de dar vida plena al pueblo que,
bajo la inmoralidad y ocupación crecien-
tes de un amo inepto, desmigaja o pierde
su fuerza superior en la patria sofocada
o en los destierros esparcidos. Ni es la
guerra el insuficiente prurito de conquis-
tar a Cuba con el sacrificio tentador, la
independencia política, que sin derecho
pediría a los cubanos su brazo si con
ella no fuese la esperanza de crear una
patria más a la libertad del pensamien-
to, la equidad de las costumbres, y la
paz del trabajo. La guerra de indepen-
dencia de Cuba, nudo del haz de islas
donde se ha de cruzar, en plazo de po-
cos años, el comercio de los continen-
tes, es suceso de gran alcance humano,
y servicio oportuno que el heroísmo jui-
cioso de las Antillas presta a la firmeza
y trato justo de las naciones america-
nas, y al equilibrio aún vacilante del
mundo. Honra y conmueve pensar que
cuando cae en tierra de Cuba un guerre-
ro de la independencia, abandonado tal
vez por los pueblos incautos o indiferen-
tes a quienes se inmola, cae por el bien
mayor del hombre, la confirmación de la
república moral en América, y la crea-
ción de un archipiélago libre donde las
naciones respetuosas derramen las rique-
zas que a su paso han de caer sobre el
crucero del mundo: ¡Apenas podría creerse
que con semejantes mártires, y tal por-
venir, hubiera cubanos que atasen a Cuba
a la monarquía podrida y aldeana de Es-
paña, y a su miseria inerte y viciosa!
A la" revolución cumplirá mañana el
deber de explicar de nuevo al país y a
las naciones, las causas locales y de
idea e interés universal, con que para
46
Diarios de campaña
el adelanto y servicio de la humanidad
reanuda el pueblo emancipador de Yara
y de Guáimaro una guerra digna del res-
peto de sus enemigos y el apoyo de los
pueblos, por el rígido concepto del dere-
cho del hombre, y su aborrecimiento de
la venganza estéril y la devastación in-
útil. Hoy, al proclamar desde el umbral
de la tierra veneranda el espíritu y doctri-
nas que produjeron y alientan la guerra
entera y humanitaria en que se une aún
más el pueblo de Cuba, invencible e indi-
visible, séanos lícito invocar, como guía y
ayuda de nuestro pueblo, a los magnáni-
mos fundadores, cuya labor renueva el
país agradecido,-y al honor, que ha de
impedir a los cubanos herir, de palabra
o de obra, a los que mueren por ellos.-Y
al declarar así en nombre de la patria,
' y deponer ante ella y ante su libre facul-
tad de constitución, la obra idéntica de
dos generaciones, suscriben juntos la de-
claración, por la responsabilidad común
de su representación, y en muestra de la
unidad y solidez de la revolución cubana,
el Delegado del Partido Revolucionario
Cubano, creado para ordenar y auxiliar
la guerra actual, y el General en Jefe elec-
to en él por todos los miembros activos
del Ejército Libertador.
Montecristi, 25 de Marzo de 1895.
M. Gómez
José Martí

Casa de Gómez en Montecristi donde se redactó y jumó el Manifiesto.
47
José Martí
Cartas
A la madre
A Federico Henriquez
y Carvajal


Madre mía:



Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un
largo viaje, estoy pensando en usted. Yo
sin cesar pienso en usted. Usted se due-
le, en la cólera de su amor, del sacrificio
de mi vida; y ¿por qué nací de usted con
una vida que ama el sacrificio? Palabras,
no puedo. El deber
de un hombre
está allí don-
de es más
útil. Pero
conmigo
va siem-
pre, en
mi cre-
ciente y
nece-
saria
agonía,
el recuer-
do de mi
madre.
Abrace
mis herma
ñas, y a sus com-
pañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a
todos a mi alrededor, contentos de mí! Y
entonces sí que cuidaré yo de usted con
mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y
crea que jamás saldrá de mi corazón obra
sin piedad y sin limpieza. La bendición.
Su
J. Martí
[Montecristi] 25 marzo, 1895
Tengo razón para ir más contento y
seguro de lo que usted pudiera imagi-
nar. No son inútiles la verdad y la ter-
nura. No padezca.-
Sr. Federico Henriquez y Carvajal*
Amigo y hermano:
Tales responsabilidades suelen caer
sobre los hombres que no niegan su poca
fuerza al mundo, y viven para aumentarle
el álbedrío y decoro, que la expresión
queda como vedada e infantil, y apenas
se puede poner en una enjuta frase lo
que se diría al tierno amigo en un abrazo.
Así yo ahora, al contestar, en el pórtico
de un gran deber, su generosa carta.
Con ella me hizo el bien supremo, y me
dio la única fuerza que las grandes cosas
necesitan, y es saber que nos la ve con
fuego un hombre cordial y honrado. Es-
casos, como los montes, son los hombres
que saben mirar desde ellos, y sienten
con entrañas de nación, o de humanidad.
Y queda, después de cambiar ma nos con
uno de ellos, la interior limpieza que
debe quedar después de ganar, en causa
justa, una buena batalla. De la preocu-
pación real de mi espíritu, porque usted
me la adivina entera, no le hablo de pro-
pósito: escribo, conmovido, en el silencio
de un hogar que por el bien de mi patria,
va a quedar, hoy mismo acaso, abando-
nado.2 Lo menos que, en agradecimiento
de esa virtud puedo yo hacer, puesto que
así más ligo que quebranto deberes, es
encarar la muerte, si nos espera en la
tierra o en la mar, en compañía del que,
por la obra de mis manos, y el respeto
de la propia suya, y la pasión del alma
común de nuestras tierras, sale de su
casa enamorada y feliz a pisar, con una
mano de valientes, la patria cuajada de
enemigos. De vergüenza me iba murien-
do,-aparte de la convicción mía de que
mi presencia hoy en Cuba es tan útil
por lo*menos como afuera.-cuando creí
que en tamaño riesgo pudiera llegar a
convencerme de que era mi obligación
dejarlo ir solo, y de que un pueblo se deja
48
Diarios de campaña
servir, sin cierto desdén y despego, de
quien predicó la necesidad de morir y
no empezó por poner en riesgo su vida.
Donde esté mi deber mayor, adentro o
afuera, allí estaré yo. Acaso me sea" dable
u obligatorio, según hasta hoy parece,
cumplir ambos. Acaso pueda contribuir
a la necesidad primaria de dar a nuestra
guerra renaciente forma tal, que lleve
en germen visible, sin minuciosidades
inútiles, todos los principios indispensa-
bles al crédito de la revolución y a la
seguridad de la República. La dificultad
de nuestras guerras de independencia
y la razón de lo lento e imperfecto de su
eficacia, ha estado, más que en la falta
de estimación mutua de sus fundadores
y en la emulación inherente a la natura-
leza humana, en la falta de forma que a
la vez contuviese el espíritu de redención
y decoro que, con suma activa de ímpetus
de pureza menor, promueven y mantie-
nen la guerra,-y las prácticas y personas
de la guerra. La otra dificultad, de que
nuestros pueblos amos y literarios no han
salido aún, es la de combinar, después
de la emancipación, tales maneras de
gobierno que sin descontentar a la inte-
ligencia primada del país, contengan-y
permitan el desarrollo natural y ascen-
dente-a los elementos más numerosos
e incultos, a quienes un gobierno artifi-
cial, aun cuando fuera bello y generoso,
llevara a la anarquía ,o a la tiranía. Yo
evoqué la guerra: mi responsabilidad
comienza con ella, en vez de acabar.
Para mí la patria, no será nunca triunfo,
sino agonía y deber. Ya arde la sangre.
Ahora hay que dar respeto y sentido
humano y amable, al sacrificio; hay que
hacer viable, e inexpugnable, la guerra;
si ella me manda, conforme a mi deseo
único, quedarme, me quedo en ella; si
me manda, clavándome el alma, irme
lejos de los que mueren como yo sabría
morir, también tendré ese valor. Quien
piensa en sí, no ama a la patria; y está el
mal de los pueblos, por más que a veces
se lo disimulen sutilmente, en los estor-
bos o prisas que el interés de sus repre-
sentantes ponen al curso natural de los
sucesos. De mí espere la deposición abso-
luta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero
mi único deseo sería pegarme allí, al últi-
mo tronco, al último peleador: morir calla-
do. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo
servir a este único corazón de nuestras
repúblicas. Las Antillas libres salvarán
la independencia de nuestra América,
y el honor ya dudoso y lastimado de la
América inglesa, y acaso acelerarán y
fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo
que hacemos, usted con sus canas ju-
veniles,-y yo, a rastras, con mí corazón
roto.
De Santo Domingo ¿por qué le he de
hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba?
¿Usted no es cubano, y hay quien lo sea
mejor que usted? ¿Y Gómez, no es cuba-
no?'Y yo, ¿qué soy, y quién me fija suelo?
¿No fue mía, y orgullo mío, el alma que
me envolvió, y alrededor mío palpitó, a
la voz de usted, en la noche inolvidable
y viril de la Sociedad de Amigos? Esto
es aquello, y va con aquello. Yo obedez-
co, y aun diré que acato como superior
dispensación, y como ley americana, la
necesidad feliz de partir, al amparo de
Santo Efcomingo, para la guerra de li-
bertad de Cuba. Hagamos por sobre la
mar, a sangre y a cariño, lo que por el
fondo de la mar hace la cordillera de
fuego andino.
Me arranco de usted, y dejo, con mi
abrazo entrañable, el ruego de que en
mi nombre, que sólo vale por ser hoy el
de mi patria, agradezca, por hoy y para
mañana, cuanta justicia y caridad reci-
ba Cuba. A quien me la ama, le digo en
un gran grito: hermano. Y no tengo más
hermanos que los que me la aman.-
Adiós, y a mis nobles e indulgentes
amigos. Debo a usted un goce de altura
y de limpieza, en lo áspero y feo de este
universo humano. Levante bien la voz:
que si caigo, será también por la inde-
pendencia de su patria.
Su
José Martí
Montecristi, 25 marzo, 1895.
49
José Martí
A José Martí y Zayas Bazán
[Montecrisü] lfi de abril de 1895
Hijo:
Esta noche salgo para Cuba; salgo sin
ti, cuando debieras estar a mi lado. Al
salir, pienso en ti. Si desaparezco en el
camino, recibirás con esta carta la leon-
tina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé
justo.
Tu
José Martí

A Gonzalo de Quesada
Montecrisü, l9 de abril, 1895
Gonzalo querido:
De mis libros no le he hablado. Consér-
venlos;3 puesto que siempre necesitará
la oficina, y más ahora-a fin de vender-
los para Cuba en una ocasión propicia,
salvo los de Historia de América, o cosas
de América.-geografía, letras, etc.-que
usted dará a Carmita4 a guardar, por si
salgo vivo, o me echan, y vuelvo con ellos
a ganar el pan. Todo lo demás, lo vende
en una hora oportuna.-Usted sabrá
cómo.-Envíemele a Carmita los cua-
dros, y ella irá a recoger todos los pape-
les.-Usted aún no tiene casa fija, y ella
los unirá a los que ya me guarda.-Ni
ordene los papeles, ni saque de ellos li-
teraturas; todo eso está muerto, y no
hay ahí nada digno de publicación, en
prosa ni en verso: son meras notas.-De
lo impreso, caso de necesidad, con la
colección de La Opinión Nacional,5 la de
La Nación,6 la del Partido Liberal,7 la
de La América8 hasta que cayó en Pérez9
y aun luego, la del Economista,w podrían
irse escogiendo el material de los seis vo-
lúmenes principales. Y uno o dos de dis-
cursos y artículos cubanos. No desmigaje
el pobre LaUa Rookh" que se quedó en
su mesa.-Antonio Batres, de Guatemala,
tiene un drama mío, o borrador dramáti-
co, que en unos cinco días me hizo escri-
bir el gobierno sobre la independencia
guatemalteca. La Edad de Oro o algo de
ella sufriría reimpresión. Tengo mucha
obra perdida, en periódicos sin cuento:
en México del 75 al 77:-en la Revista
Venezolana, donde están los artículos
sobre Cecilio Acosta y Miguel Peña:-en
diarios de Honduras, Uruguay y Chile:
-en no sé cuántos prólogos :-a saber. Si
no vuelvo, y usted insiste en poner juntos
mis papeles, hágame los tomos como
pensábamos:
I.- Norteamericanos
II.- Norteamericanos
50
Diarios de campaña





III.- Hispanoamericanos
IV.- Escenas Norteamericanas
V.- Libros sobre América
VI.- Letras, Educación y Pintura
Y de versos podría hacer otro volu-
men: Ismaelillo, Versos sencillos ;-y lo
más cuidado o significativo de unos
Versos libres, que tiene Carmita.-No me
los mezcle a otras formas borrosas, y
menos características.
De los retratos de personajes que cuel-
gan en mi oficina
escoja dos usted,
-y otros dos
Benjamín.-Y a
Estrada, Wendell
Phillips.
Material halla-
rá en las fuentes
que le digo para
otros volúmenes:
el IV podría do-
blarlo, y el VI.
Versos míos,
no publique nin-
guno antes del
IsmaeliHo: ningu-
no vale un ápice.
Los de después,
al fin, ya son unos
y sinceros.
Mis Escenas,
núcleos de dra-
mas, que hubiera
podido publicar o
hacer representar
así, y son un buen
número, andan
tan revueltas, y en tal taquigrafía, en re-
versos de cartas y papelucos, que sería
imposible sacarlas a luz.
Y si usted me hace, de puro hijo, toda
esa labor, cuando yo ande muerto, y le
sobra de los costos, lo que será maravi-
lla, ¿que hará con el sobrante? La mitad
será para mi hijo Pepe, la otra mitad para
Carmita y María.
Ahora pienso que del Laña Rookh se
podría hacer tal vez otro volumen. Por lo
menos, la Introducción podría ir en el vo-
lumen VI. Andará usted apurado para no
hacer más que un volumen del material
del 6S. «El dorador» pudiera ser uno de
sus artículos, y otro «Vereschagin» y una
reseña de los pintores «Impresionistas»,
-y el «Cristo de Munckaczy». Y el prólogo
de Sellén,-y el de Bonalde, aunque es tan
violento,-y aquella prosa aún no había
cuajado, y estaba como vino al romper,
-Usted sólo elegirá por supuesto lo dura-
ble y esencial.
De lo que podría componerse una es-
pecie de espíritu, como decían antes a esta
clase de libros, sería de las salidas más
pintorescas y jugosas que usted pudiera
encontrar en mis artículos ocasionales.
¿Qué habré escrito sin sangrar, ni pinta-
do sin haberlo visto
antes con mis ojos?
Aquí han guardado
los «En casa» en un
cuaderno grueso: re-
sultan vivos y útiles.
De nuestros His-
pano-americanos
recuerdo a San Mar-
tín, Bolívar, Páez,
Pena, Heredia, Ceci-
lio Acostó, Juan Car-
los Gómez, Antonio
Bachiller.
De Norteamerica-
nos: Emerson, Bee-
cher, Cooper, Wendell
Phülips, Grant, Sheri-
dan,Whitman.-Y
como estudios me-
nores, y más útiles
tal vez, hallará, en
mis corresponden-
cias, a Arthur, Hen-
dricks,Hancock,
Conkling, Alcott,-y
muchos más.
De Garfleld escribí la emoción del en-
tierro, pero el hombre no se ve, ni lo co-
nocía yo, así que la celebrada descripción
no es más que un párrafo de gacetilla:-Y
mucho hallará de LongfeUow y Lamer, de
Edison y Blaine, de poetas y políticos y
artistas y generales menores. Entre en
la selva y no cargue con rama que no
tenga fruto.
De Cuba ¿qué no habré escrito?: y ni
una página me parece digna de ella: sólo
lo que vamos a hacer me parece digno.
Pero tampoco hallará palabra sin idea
pura y la misma ansiedad y deseo de
bien. En un grupo puede poner hom-
bres; y en otro, aquellos discursos tan-
teadores y relativos de los primeros años
51
José Martí
de edificación, que sólo valen si se les
pega sobre la realidad y se ve con qué
sacrificio de la literatura se ajustaban
a ella. Ya usted sabe que servir es mi
manera de hablar.-Esto es lista y entre-
tenimiento de la angustia que en estos
momentos nos posee.-¿Fallaremos tam-
bién en la esperanza de hoy, ya con todo
al cinto? Y para padecer menos, pienso
en usted y en lo que no pienso jamás,
que es,en mi papelería.
Y falló aquel día la esperanza-el 25
de marzo.-Hoy l9 de abril parece que
no fallará. Mi cariño a Gonzalo es gran-
de, pero me sorprende que llegue, como
siento ahora que llega, hasta moverme
a que le escriba, contra mi natural y mi
costumbre, mis emociones personales.
De ser mías solas, las escribiría; por el
gusto de pagarle la ternura que le debo;
pero en ellas habrían de ir las ajenas, y
de eso no soy dueño. Son de grandeza
en algunos momentos,-y en los más, de
indecible y prevista amargura. En la
cruz murió el hombre en un día: pero
se ha de aprender a morir en la cruz
todos los días. Martí no se cansa, ni
habla.-¿Conque ya le queda una guía
para un poco de mis papeles?
De la venta de mis libros, en cuanto
sepa usted que Cuba no decide que vuel-
va, o cuando,-aun indeciso esto,-el en-
tusiasmo pudiera producir con la venta
un dinero necesario.-usted la dispone,
con Benjamín hermano, sin salvar más
que los libros sobre nuestra América,
-de historia, letras o arte-que me serán
base de pan inmediato, si he de volver, o
si caemos vivos. Y todo el producto sea
de Cuba, luego de pagada mi deuda
a Carmita: $220.00. Esos libros han sido
mi vicio y mi lujo, esos pobres libros ca-
suales, y de trabajo. Jamás tuve los que
deseé, ni me creí con derecho a comprar
los que no necesitaba para la faena.-Po-
dría hacer un curioso catálogo,-y vender-
lo, de anuncio y aumento de la venta.-No
quisiera levantar la mano del papel,
como si tuviera la de usted en las mías;
pero acabo del miedo de caer en la ten-
tación de poner en palabras cosas que
no caben en ellas.-
Su
J. Martí
Escenas Norteamericanas
De guía para este volumen pudiera ser-
vir la idea matriz de elegir para él las
correspondencias aquellas que describen
un aspecto singular, o momento caracte-
rístico de la vida de Norteamérica. Re-
cuerdo ahora, por ejemplo:
Un boxeo, tal vez la Ira. correspon-
dencia que se publicó en La Nación.
La Exposición de vacas en Madison
Garden, y Lechería
El terremoto de Charleston
La nevada
La ocupación de Oklahoma
Los anarquistas de Chicago
Una elección de Presidente
La inundación de Yorktown
El linchamiento de los italianos en
N. Orleans
El negro quemado
El centenario de Washington
El centenario de la Constitución
La Estatua de la Libertad
Y temas así,-culminantes y durables,
y de valor humano.
* f DirOfttAL   TROPKO
Una de las primeras ediciones
de los textos martianos.
En las correspondencias de La Nación,
que hay sueltas, o en cuadernos en la
oficina, sólo hay una parte de las escri-
tas al periódico,-y faltan algunas que
en la colección serían esenciales.

52
Diarios de campaña



A Carmen Miyares de Mantilla
y sus hijos
(Fragmento)
[A bordo del vapor Nordstrand, en
Cabo Haitiano], abril 10 de 1895
Desde la cubierta del vapor escribo,
porque nuestro camino del Ia de abril
se interrumpió y hay que empezarlo de
nuevo.
Escribí el le de abril y no creí entonces,
al emprender el viaje con apariencias de
llegada, que ya a la noche siguiente nos
veríamos detenidos en la ruta. Fue rudo
y peligroso. Pero al fin, sólo de tiempo fue
la pérdida. A la mar otra vez con espe-
ranza mayor. Tal vez de aquí a pocos días
esté donde ya Sean más difíciles
las cartas. Tal vez, con esta es-
peranza ida, y entrando en la que
para eso llevo preparada, les esté
escribiendo, de aquí a pocos días,
algunas líneas más. Se ha de
llegar. Lo que me rodea lleva la
misma alma que yo. El riesgo co-
mún nos ha unido bien, con ayu-
da de mi servicio real y manso, y
-por ahora-he dejado de sufrir.
De [...] fuimos [...] De [...]12 y
después de tres días difíciles vini-
mos a Cabo Haitiano, que es tie-
rra triste, pero para mí,-querida
por la casa buena de Dellundé.
Pudiera, y acaso debiera, contar
con minuciosidad todo este viaje
último; pero aún sería indiscre-
to, y es cosa pasada, que tampo-
co podría contar yo, porque la
llevé principalmente en mis hom-
bros. Me rodeó y premió el afecto
de todos mis compañeros. Pudi-
mos encallar, solos y conocidos,
en un rincón sin sáUda. Y sali-
mos, servidos y queridos... Y otra
razón, además: ni antes ni des-
pués de nuestra üegada a Cuba
debo dejar escrito, ni se ha de di-
vulgar, detalle alguno que indique
las vías diversas que hemos recorri-
do.13 Así lo mandan a la vez la
honradez y la discreción. El alarde


Martí con María Mantilla.
de lo hecho puede cerrar el camino a lo
que se pueda volver a hacer... no encon-
trarán, por supuesto, ni lo habrán de
buscar, detalles de persona, ni de mis
actos o los de los demás. Si míos, por
míos los callo. Si ajenos, son ajenos, y
sólo pudiera contarlos si los pudiese cele-
brar, o si el relato sincero no me obligase
a la vez a la celebración, que me es gra-
ta, y a la censura, que me es odiosa, y de
que se aprovecha luego la curiosidad ma-
ligna. En tiempos más serenos, podría
ser, para servir luego a la explicación de
los hechos públicos, casi siempre deter-
minados, o torcidos, por la bondad o mal-
dad de los caracteres personales. Hoy no
fuera posible, sin saber a dónde va lo que
se escribe, ni si se pierde en el viaje. Y
luego, un diario suele ser un espía,14 y una
alevosa anotación de las personas en
cuya intimidad vivimos [...]
53
José Martí
A Bernarda Toro de Gómez



Mariana querida:
Yo sólo quiero que estas letras mías le
lleguen como prueba de que en las penas
que pueda reservarnos este mundo, tie-
nen ustedes, por dondequiera que ande
yo en pie, un vigilante compañero»
Toda esa casa es mía, y son mías
sus obligaciones. Hemos padecido,
y vamos venciendo, y en este
instante nos sentimos más
seguros que nunca: por
todas partes con esa ter
nura del peligro que us-
ted conoce también,
siento que van con no-
sotros, y que las
tranquilizo, y que les
hablo. Me parece que
las voy defendiendo, y
eso me da ingenio y
fuerza. Vamos cosi-
dos uno a otro, el pa-
dre y yo, con un solo
corazón, y la mayor
amistad y dulzura que
da la compañía cariño-
sa en las cosas difíciles.
Entre los compañeros no
va una sola alma repulsiva
ni hostil. El padre va robusto
y con la fe justa que nos anima
a todos: de cuando en cuando, sin
que nadie más que yo lo note, vuelve
los ojos a las costas donde ustedes vi-
ven: y yo lo noto, porque los vuelvo yo
también. Ustedes son míos.
De afuera. Mañana querida, no tenga
temor. Si hacemos lo que pensamos, es
en condiciones de la mayor seguridad
posible, y de mucha seguridad, porque
si no, no se nos lo permitiría hacer: y a
esta hora está casi hecho. De adentro,
sabemos ya mucho más, y habrá menos
riesgos y agonía, y tardaremos mucho
menos, que en los diez años de usted,
los diez años que dan tal dignidad, tal
majestad, tal obligación, en la vida, a
los hijos que le nacieron a usted del
seno de ellos. El mundo marca, y no se
puede ir, ni hombre ni mujer, contra la
marca que nos pone el mundo. A Cle-
mencia15 me le dice que en el lugar don-
de la vida es más débil, llevo de amparo
una cinta azul, y que la hermanita va
sentada a la cabecera de mi barco, mirán-
dome y conversando. A Pancho, que la
pureza de su último beso me ha hecho
un hombre mejor. Y Máximo, que ayudará
a sostener la casa; que de seguro ha sen-
tido ya, desde el día del sacrificio de su
padre, como que entraba en una vida
augusta y nueva, y las llevaba a ustedes
de la mano, y era todo hombre. Urbano
ardiente y servicial, no se me quita de
los ojos, ni Bernardo bueno, que debe
seguir aprendiendo a maestro, ni
Andrés lindo, que va a pen-
sar de prisa, y necesita, en
cuanto crezca más, de
mucho estudio de cosas
verdaderas, ni la Mari-
posita,16 que me he
traído pegada al cora-
zón: cierro los ojos, y
la veo. ¿Y cree usted
de veras, Mañana
querida, que cercada
así el alma, va a su-
cedemos nada, ni al
padre, con quien yo voy,
y lleva así dos vidas?
No siento como
quien va a correr ries-
go; sino como el trabaja-
dor, que sale alegre a su
trabajo, y trabajara todo el
día, y luego vuelve a su casa,
al lado de sus hijos y su mujer.
Ya yo sé donde tengo hijos, donde ten-
go hermanos.
Sientan en las suyas el calor de mi
mano. A Clemencia alta, a Pancho padre,
a Máximo trabajador, a todos mi ternu-
ra. Y a mi Margarita. Y por usted, Maña-
na, aunque no fuera por él, querré y
mimaré siempre al compañero de su vida
Su
Martí
Un. Recuerdo a las tías.17
(A bordo del vapor Nordstrand en
Inagua] 11 de abril [de 1895]
54
Diarios de campaña

A Carmen Miyares de Mantilla.
y sus hijos
Jurisdicción de Baracoa, 16 de abril
[de 1895
Carmita querida y mis niñas, y Manuel,
y Ernesto:
En Cuba les escribo, a la sombra de
un rancho de yaguas. Ya se me secan las
ampollas del remo con que halé a tierra
el bote que nos trajo. Éramos seis, llega-
mos a una playa de piedras y espinas, y
estamos salvos, en un campamento, entre
palmas y plátanos, con las gentes por
tierra; y el rifle a su
lado. Yo, por el ca-
mino, recogí para
la madre la pri-
mera flor, heléchos
para María y Car-
mita, para Ernes-
to una piedra de
colores. Se las re-
cogí, como si los
fuese a ver, como si
no me esperase
la cueva o la loma,
sino la casa, la
casa abrigada y
compasiva, que veo
siempre delante de
mis ojos.
Es muy grande,
Carmita, mi felici-
dad, sin ilusión
alguna de mis sen-
tidos, ni pensa-
miento excesivo en
mí propio, ni
alegría egoísta y
pueril, puedo de-
cirte que llegué al
fin a mi plena naturaleza, y que el honor
que en mis paisanos veo, en la naturale-
za que nuestro valor nos da derecho, me
embriaga de dicha, con dulce embriaguez.
Sólo la luz es comparable a mi felicidad.
Pero eñ todo instante le estoy viendo su
rostro, piadoso y sereno, y acerco a mis
labios la frente de las niñas, cuando ama-
nece, cuando anochece, cuando me sale
al paso una flor nueva, cuando veo algu-
na hermosura de estos ríos y montes,
cuando bebo, hincado en la tierra, el agua
clara del arroyo, cuando cierro los ojos,
contento del día libre. Ustedes me acom-
pañan y rodean, las siento, calladas y vi-
gilantes, a mi alrededor. A mí, sólo ellas
me faltan. A ellas, ¿qué les faltará? De
sus angustias nuevas, ¿podrán irse sal-
vando? Mi poca ayuda, ¿cómo la habrán
repuesto? Cuba ya tiene escritos-sus
nombres con mis ojos en muchas nubes
del cielo y en muchas hojas de árboles.
Mi dicha de hombre útil hace mayor
el pesar de que no me lo vean. ¿Recor-
darán así a su amigo, con tal lealtad,
con tanta vehemencia?
...¡Ah!, María, si me vieras por esos
caminos contento y pensando en ti, con
un cariño más
suave que nunca,
queriendo coger
para ti, sin correo
con que mandár-
telas, estas flores
de estrella, mora-
das y blancas, que
crecen aquí en el
monte.
Voy bien carga-
do, mi María, con
mi rifle al hombro,
mi machete y re-
vólver a la cintura,
a un hombro una
cartera de cien
cápsulas, al otro,
en un gran tubo,
los mapas de
Cuba, y a la espal-
da mi mochila con
sus dos arrobas de
medicinas y ropa y
hamaca y frazada
y libros, y al pecho
tu retrato.
El papel se me
acaba, y al correo no puede ir mucho bul-
to. Escribo con todo el sol sobre el papel.
Véanme vivo y fuerte y amando más que
nunca a las compañeras dé mi soledad, a
la medicina de mis amarguras. De acá
no teman. La dificultad es grande, y los
que han de vencerlas, también. Carmita
55
José Martí
pedirá a Gonzalo que le deje leer lo que
hay de personal en la carta que le envío.
Manuel bueno, trabaja. Carmita, escrí-
bele a mamá. Carmita hija y María se
educan para la escuela. Una palma y
una estrella vi-, alto sobre el monte, al
llegar aquí antier, ¿cómo no había de
pensar en Carmita y en María? ¿Y en la
amistad de su madre, al ver el cielo limpio
de la noche cubana? Quieran a su
Martí



A Carmen Mlyares de Mantilla
y sus hijos
Cerca de Guantánamo, 26 de abril
[de 1895
En el rancho de un campesino escri-
bí mi primera carta, hace unos doce
días, en que contaba nuestra llegada
feliz, el desembarco de los seis en un
bote, y yo, de remero en la lluvia oscura,
y la hermandad y la alegría de los cuba-
nos alzados que salieron a recibirnos.
Ahora escribo en la zona misma de
Guantánamo, en la seguridad y alegría
del campamento de los trescientos hom-
bres de Maceo y Garzón, que salieron a
recibimos aquí. Y ¿quién creen que vino
al escape de su caballo a abrazarme de
los primeros, todavía oliendo al fuego
de la pelea? Rafael Portuondo, que des-
de ayer no se aparta de mí. Por bravo y
juicioso lo quieren y respetan, y yo por
abnegado y previsor; díganlo a Ritica. Su
amigo íntimo es el hijo de Urbano Sán-
chez. Por el momento veníamos muy
seguidos ya por tropa española y conten-
tos y a pie, con la custodia de cuatro ti-
radores y un negro magnífico, padre de
su pueblo y hombre rico y puro, Luis
González, que se nos unió con diecisiete
parientes, y trae a su hijo; veníamos y
estalló a pocos pasos el gran tiroteo de
las dos-horas: allí cruzaron por nuestras
cabezas las primeras balas; momentos
después rechazado el enemigo, caímos en
brazos de nuestra gente: allí caballos,
júbilo, y seguimos la marcha admira-
ble, a la luz de hachas del monte y ár-
boles encendidos; la marcha de ocho
horas a pie, después de dos de comba-
te y de cuatro de camino, de la noche
entera, sin descanso para comer de día
ni de noche. Yo me acosté a las tres de
la mañana, curando los heridos. A las
cinco en pie, todos alegres; luego duer-
men, hablan en grupos, pasan carga-
dos de viandas y reses, me traen mi
caballo y mi montura nueva; ¿pelea-
remos hoy? Organizamos y seguimos
rumbo; el alma es una: algunas armas
cogidas al enemigo.
56
Diarios de campaña
Yo escribo en mi hamaca, a la luz de
una vela de cera, sujeta junto a mis rodi-
llas por una púa clavada en tierra. Mu-
cho tengo que escribir... Sentía anoche
piedad en mis manos, cuando ayudaba a
curar a los heridos... Y no les he dicho
que esta jornada valiente de ayer cerró
una marcha a pie de trece días continuos,
por las montañas agrias o ricas de
Baracoa, la marcha de los seis hombres
que se echaron sin guía, por la tierra ig-
norada y la noche, a encararse» triunfan-
tes contra España.
Éramos treinta cuando abrazamos a
José Maceo. ,Dejamos atrás orden y ca-
riño. No sentíamos ni en el humor ni en
el cuerpo la angustiosa fatiga, los pe-
dregales a la cintura, los ríos a los mus-
los, el día sin comer, la noche en el capote
por el hielo de la lluvia, los pies rotos.
Nos sonreíamos y crecía la hermandad.
Gómez me ha ido cuidando en los detalles
más humildes con perenne delicadeza.
He observado muy de cerca en él las do-
tes de prudencia, sufrimiento y magna-
nimidad. Nuestros Remingtons van sin
un solo tropiezo, rápidamente a su cami -
no. Llama a silencio la corneta: mi tra-
bajo no me permite silencio; en voz baja
cuenta cerca de mí Rafael las fuerzas,
grandes de veras, de la revolución en
Oriente. Los hombres de la guerra vieja
se asombran del atrevimiento franco de
la gente y su ayuda en esta... envío del
cielo libre, un saludo de orgullo por nues-
tra patria, tan bella en sus hombres
como en su naturaleza... No soy inútil ni
me he hallado desconocido en nuestros
montes; pero poco hace en el mundo
quien no se siente amado.



Carmen Mtyares, la amiga de Martí.
57
Martí
José Martí



A Félix Ruenes
[Cerca de Guantánamo] 26 de abril
[de 1895
C. teniente coronel Félix Ruenes
Jefe de Operaciones de la Jurisdicción
[de Baracoa
C. Teniente Coronel:
La revolución, ya vigorosa y potente,
requiere para desenvolver toda su ener-
gía, que sin demora decidan los cubanos
que la componen tal cual debe ser la
representación que con toda autoridad
legal pueda hablar en su nombre, y
acordar, y empezar a ejecutar inmedia-
tamente, los planes que han de conducir,
con el tacto y la energía a la victoria.
Los poderes creados por el Partido
Revolucionario Cubano, al entrar este
en las condiciones más vastas y distin-
tas en que le pone la guerra en el país,
deben acudir al país y demandarle, como
lo hace, que dé al gobierno que lo ha de
regir formas adecuadas a las nuevas
condiciones.
El Parjtido Revolucionario Cubano, acu-
de, pues, a todo el pueblo cubano revolu-
cionario visible, y con derecho a elección,
que en el pueblo alzado en armas, y a
cada comarca de él pide un representan-
te, para que reunidos, sin pérdidas de
tiempo, los de las comarcas todas acuer-
den la forma hábil y solemne de gobierno
que en sus actuales condiciones debe dar-
se la revolución.
Invitamos a usted, pues, formalmente
a cumplir este deber supremo, enviando
desde ahí enseguida a Manzanillo, donde
a la fecha se halle el general Barto-
lomé Masó, el representante que los
cubanos revolucionarios de Baracoa
envíen a la Asamblea de Delegados
que allí se reunirá; y en caso de
ser imposible o difícil el viaje in-
mediato de un representante que
hubiese de salir de ahí, nombre de
allí su fuerza, persona de su con-
fianza en estas jurisdicciones que
acuda a la Asamblea a representar
a Baracoa.
En la seguridad de que el repre-
sentante de Baracoa contribuirá al
mayor acierto y a la feliz armonía
de la Asamblea, saludan a uste-
des y en usted.
El Delegado       El General en Jefe


Coronel Félix Ruenes.
58
Diarios de campaña
Circular
CUARTEL GENERAL
DEL EJÉRCITO LIBERTADOR
Señor...
Señor y amigo:
La majestad e ideal hermoso de justi-
cia, de la revolución de independencia
que ha estallado en Cuba, con bases y
raíces, que no le permitirán morir, exi-
ge de los que firmamos, sus represen-
tantes electos, el cumplimiento del deber
de invitar a las personas representati-
vas de cada comarca, bien sean hijos
de España o de Cuba, a ayudar con su
cordura y con su servicio previsor, al
orden y al triunfo breve de una guerra
que aspira a conseguir, por medios gene-
rosos y sin devastación inútil, la eman-
cipación de Cuba, como único medio de
poner a cubanos y españoles en condi-
ciones de desenvolver en la paz de la liber-
tad, y con la energía del decoro satisfecho,
el país que hoy languidece sacrificado a
la necesidad que España tiene de pagar
con los rendimientos de Cuba, las obliga-
ciones de nación que no puede pagar por
sí, y los vicios crecientes de su política.
Cuba está madura para su entrada en el
mundo trabajador, y debe emplear en su
desarrollo los caudales que hoy paga al
desgobierno que la corrompe. Cuba debe
redimirse de una vez para siempre, de la
vida de. inseguridad y desconfianza que
impide la concordia de los hombres y el
trabajo dé la riqueza de su suelo mara-
villoso. Semejante guerra, compuesta de
modo que después de ella puedan vivir
en amistad, y en su bienestar respetados
cubanos y españoles, tiene derecho a que
los hombres de buen sentido y de verda-
dero amor al país, coadyuven a su éxito
rápido, y contribuyan por métodos pru-
dentes, y la satisfacción justa de las ne-
cesidades de la guerra, al orden de la
Revolución que, en caso contrario, ha-
bría de atender con el exceso de la cólera,
a su ley apremiante de existencia.

.*      '       .'íf-    . .
Un fuerte español en Cuba.
Jamás intentos más puros movieron
el brazo de los hombces, ni se hizo nunca
guerra que reúna en igual grado, a la vo-
luntad inquebrantable de vencer, la au-
sencia completa de odio. Los hombres
buenos, y aun los que [no sean más que
sagaces, entenderán que], 18 ante tal de-
terminación es más honroso y útil tomar
puesto en la República futura, por el servi-
cio a tiempo prestado, que pasar por la
guerra y asistir a su victoria, con la señal
de haberla ofendido sin razón, o desaten-
dido cuando se la pudo atender.
El orden revolucionario de esta comarca
queda encargado tanto a la moderación y
respeto de los jefes, que no excluirán la
mayor energía en sus operaciones, como
al tacto de las personas de representa-
ción, que ayudarán con sus servicios
oportunos al comedimiento y benevolen-
cia de la guerra, en vez de provocarla con
su oposición injusta, o irritarla con el pe-
noso espectáculo de que los mismos que
auxilian a sus enemigos, ven indiferen-
tes su generosidad y abnegación.
Son de Ud.
El Delegado El Gral. en Jefe
José Martí Máximo Gómez
[Cerca de Guantánamo] 26 de abril
[de 1895
59
José Martí
Circular a los jefes
CUARTEL GENERAL EN CAMPAÑA
La Isla de Cuba, en virtud del traba-
jo general y respetuoso que inició el Par-
tido Revolucionario Cubano, se ha
levantado de su libre voluntad y des-
pués de largo y previo acuerdo con el
apoyo ordenado del exterior, para con-
quistar, con una guerra enemiga de la
devastación innecesaria y de la violen-
cia inútil, su independencia absoluta
de la dominación española.
Jamás la revolución que ha estallado
en Cuba pensó en admitir ni en oír siquie-
ra,-por la incapacidad radical de Espa-
ña y por la insuficiencia patente para
Cuba del mayor extremo de libertad es-
pañola.-proposición alguna de España,
directa o indirecta, que tendiese a aba-
tir las armas cubanas con algo menos
que con el reconocimiento de la inde-
pendencia del país.
Cuantos brazos se han alzado para
extirpar el gobierno extranjero, han fir-
mado antes la obligación de sustentar,
hasta caer, la guerra por la indepen-
dencia definitiva.
Un pueblo americano como Cuba,
con carácter y elementos de vida pro-
pios, capaz de gobernarse por la cultura
y laboriosidad de sus hijos, y unificados
después de la esclavitud en el sacrificio
de la guerra, no puede continuar en la
servidumbre innecesaria de un pueblo
lejano como el español, de espíritu di-
verso, abocado a .una división próxima
y cuya viciosa existencia nacional de-
pende principalmente de la explotación
pública y secreta de nuestra Isla.
Meros cambios del nombre de los Con-
sejos españoles del gobierno en Cuba, ni
ninguna otra reforma, pueden mudar, el
hecho innegable de la absoluta ineptitud
de España para privarse de los recursos
pingües que por vías públicas o indivi-
duales, tan corrompidas como corrup-
toras, deriva de la Isla. La ayuda
lamentable de un grupo escaso de cuba-
nos al propósito español de reducir o
localizar la guerra suponiéndola, por
labios serviciales de hijos del país, ten-
dencias locales o de otra especie, indig-
nas de refutación, y radicalmente
diversas del espíritu vasto y grandioso
que le conocen de sobra los que de público
lo niegan,-no es más que un error tan
punible como será oportuno el arrepenti-
miento de*él, o la resistencia natural, y
siempre arrollada, de los hombres tími-
dos al sacrificio, y de los hombres egoís-
tas a los deberes de la humanidad.
Ni el gobierno de España, ni nadie en
su nombre, puede ofrecer sinceramente
a Cuba concesiones que España por su
Constitución nacional, no puede confir-
mar, que en su mayor extensión no bas-
tarían a las dotes superiores y al grado
de desarrollo del país, y que sólo con
indignación, y como insulto verdadero,
puede oír la dignidad cubana.
La guerra por la independencia de un
pueblo útil y por el decoro de los hombres
vejados, es una guerra sagrada, y la crea-
ción del pueblo libre que con ella se con-
quista es un servicio universal. El que
pretende detener con engaño la guerra
de independencia, comete un crimen.
En esta virtud, la Revolución, por sus
representantes electos, vigentes hasta que
ella se dé nuevos poderes, en descargo de
su deber intima a usted que, en el caso
de que en cualquier forma y por cual-
quier persona se le presenten proposicio-
nes de rendición, cesación de hostilidades
o arreglo que rio sea el reconocimiento de
la independencia absoluta de Cuba,-cu-
yas proposiciones ofensivas y nulas rio
pueden ser más que un ardid de guerra
para aislar o perturbar la Revolución,
-castigue usted sumariamente este deli-
to con la pena asignada a los traidores a
la Patria.
Saludan a usted y a las fuerzas a su
mando en Patria y Libertad.
El Delegado El General en Jefe
José Martí Máximo Gómez
[Cerca de Guantánamo] 26 de abril [1895
60
Diarios de campaña
Circular política de la guerra
CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO
LIBERTADOR
[Guantánamo] Abril 28 de 1895
La guerra debe ser sinceramente ge-
nerosa, libre de todo acto de violencia
innecesaria contra personas y propie-
dades, y de toda demostración o indica-
ción de odio al español.
Con quien ha de ser inexorable la
guerra, luego de probarse inútilmente
la tentativa de atraerlo, es con el ene-
migo, español o cubano, que preste ser-
vicio activo contra la Revolución. Al
español neutral, se le tratará con be-
nignidad, aun cuando no sea efectivo
su servicio a la Revolución.
Todos los actos y palabras de esta
deben ir inspirados en el pensamiento
de dar. al español la confianza de que
podrá vivir tranquilo en Cuba, después
de la paz.
A los cubanos tímidos y a los que
más por cobardía que j>or maldad, pro-
testen contra la Revolución, se les res-
ponderá con energía a las ideas, pero
no se les lastimarán las personas, a fin
de tenerles siempre abierto el camino
hacia la Revolución, de la que de otro
modo huirían, por el temor de ser casti-
gados por ella.
A los soldados quintos se les ha de
atraer, mostrándoles compasión verda-
dera por haher de atacarlos, cuando los
más- de ellos son liberales como noso-
tros y pueden ser recibidos en nuestras
fuerzas con cariño.
A los prisioneros, en términos de pru-
dencia, se les devolverá vivos y agrade-
cidos.
A nuestras fuerzas se las tratará de
manera que se vaya fomentando en
ellas, a la vez, la disciplina estricta y el
decoro de hombres, que es el que da
fuerza y razón al soldado de la Libertad
para pelear; no se perderá ocasión de
explicarles en arengas y conversaciones,
el espíritu fraternal de la guerra; los
beneficios que el cubano obtendrá con
la Independencia, y la incapacidad de
España para mejorar la condición de
Cuba y para vencernos.
En cuanto a las propiedades, se res-
petarán todas aquellas que nos respe-
ten, y sólo se destruirán, después de
anuncios reiterados y de la prueba com-
pleta de su hostilidad, aquellas de que
se sirva o asile habitualmente el ene-
migo: o alberguen al cubano que hace
armas contra la Revolución.
El desarrollo de la guerra irá preci-
sando más en este punto, la benevolen-
cia o el rigor: por hoy, la regla ha de ser
servirse de los auxilios de los propieta-
rios, para las necesidades legítimas de
la Guerra, de alimentación, vestuario,
y en casos posibles, de armas y parque.
La guerra se debe mantener del país:
pero no debe exigirle más de lo necesa-
rio para mantenerse, salvo en los casos
probados de que se preste mayor o igual
auxilio al enemigo, del prestado a la
Revolución.
El Delegado El General en Jefe
. M
Autorretrato.
José Martí Máximo Gómez

61
José Martí
A Carmen Miyares de Mantilla
y sus hijos
[Fragmento}
Cerca de Guantánamo, 28 de abril
[de 1895
[...] Son las nueve de la noche, toca a
silencio la corneta del Campamento, y
yo reposo del alegre y recio trabajo del
día escribiendo, mientras en las hama-
cas del portal, Maceo,19 Gómez, Bonne20
y Borrero, se cuentan batallas. Rafael
Portuondo, que acaso siga viaje conmigo,
me ha estado ayudando hoy, con el va-
liente y juicioso hijo de Urbano Sánchez
Echevarría. ¡Cuan bello es ver a estos
jóvenes de casa privilegiada, servir de
capitanes al Jefe negro, caballero y mo-
derado, que los abraza y mima como hi-
jos! A mi lado, en un rincón de yaguas,
sufre un tísico, que sirvió con el arma
en la guerra entera, y esta vez también
sigue pálido y seco a su columna, senta-
do a la mujeriega en su arrenquín: .está
serena afuera la noche de este día en
que no vi el sol sino cuando las fuerzas
formadas quisieron oír hablar al que,
con un cariño que en esto rechazo, lla-
man «el Presidente».-Mi alma es senci-
lla. En vez de aceptar, siquiera en lo
íntimo de la conciencia soberbia, este
título con que desde mi aparición en
estos campos me saludaron, lo pongo
aparte, y ya en público lo rechacé, y lo
rechazaré oficialmente, porque ni en mí,
ni en persona alguna, se ajustaría a las
conveniencias y condiciones recién naci-
das de la Revolución. Ella crece natural
y sana, exquisita como una niña en sus
afectos, pura como soló lo es en el .mun-
do el aire de la libertad. Es innegable el
afán revolucionario en campos y pobla-
ciones: no llega a noticia hostil, y cuan-
tas vienen son de adhesión y de servicio:
corre aire heroico: ya es una carta de
mujer, amiga admirable, que guía y sal-
va desde su vejez enferma a las tropas
hermanas: ya son dos jinetes frenéticos
que se lanzan, dando vivas, a nuestro
cuello: ya es un pueblo todo, que se
quiere salir y pide ayuda: ya la comi-
sión que va, montada en los caballos
que tomó a la guardia civil, a recoger
las armas que le tiene guardadas el
vecino. Y a mí también me han regalado
un caballo blanco. De aquí a dos días,
volveremos al camino; a seguir ordenan-
do, como aquí, y poniendo en vía igual
estas sanas voluntades; a recorrer el
Oriente entero, cubierto de nuestra gen-
te, y deponer ante sus representantes
nuestra autoridad, y que ellos den go-
bierno propio a la República.-Me siento
puro y leve, y siento en mí algo como la
paz de un niño.
¿Por qué me vuelvo a acordar ahora
de la larga marcha.-para mí la prime-
ra marcha de batalla-que siguió al com-
bate victorioso con que nos recibió el
valiente y sencillo José Maceo?
Porque fue muy bella, y quisiera que
ustedes la hubieran visto conmigo. ¿O te-
nía el cielo balcones, y los seres que me
son queridos estaban asomados a uno de
ellos? A la mañana veníamos aún los po-
cos de la expedición de Baracoa, los seis,
y los que se nos fueron uniendo revueltos
por el monte de espinas y con la mano al
arma, esperando por cada vereda al ene-
migo. Retumba de repente el tiroteo como
a pocos pasos de nosotros, y el fuego es
de dos horas. Los nuestros han vencido.
Cien cubanos bisónos han apagado trein-
ta hombres de la columna entera de Guan-
tánamo: trescientos teníamos, pero sólo
pelearon cien.
Ellos se van pueblo adentro, deshe-
chos, ensangrentados, con los muertos
en brazos, regando las armas. En el
camino mismo del combate nos espera-
ban los cubanos triunfadores: se echan
de los caballos abajo; se abrazan y nos
vitorean: nos suben a caballo; y nos cal-
zan las espuelas. ¿Cómo no me inspira
horror la mancha de sangre que hay en
el camino, ni la sangre a medio secar
de una cabeza que ya está enterrada,
en la cartera que le puso de almohada
un jinete nuestro? Y al sol de la tarde
emprendemos la marcha de victoria, de
vuelta al campamento: a las doce de la
noche habían salido por ríos y cañavera-
les y espinares, a salvarnos: acababan
de llegar, ya cerca, cuando les cae encima
el español, sin almuerzo pelearon las dos
horas; y con galletas engañaron el hambre
del triunfo; y emprendían el viaje de ocho
62
Diarios de campaña
leguas, con tarde primero, alegre y clara,
y luego, por bóvedas de púas, en la noche
oscura. En fila de a uno iba la columna
larga. Los ayudantes pasan corriendo y
voceando. Nos revolvíamos caballos y de
a pie; en los altos ligeros. Entra al caña-
veral, y cada soldado sale con una caña
de él. «Párese la columna, que hay un he-
rido atrás.» Uno hala su pierna atravesa-
da, y Gómez lo monta a su grupa: Otro
herido no quiere: «No amigo, yo no estoy
muerto», y con la bala en el hombro sigue
andando. ¡Los pobres pies, tan cansados!
Se sientan, rifle al lado, al borde del ca-
mino: y nos sonreían gloriosos. Se oye al-
gún ¡ay!, y más risas y el habla contenta.
«¡Abran camino!» Y llega montado el recio
Cartagena, teniente coronel que lo ganó
en la guerra grande, con un hachón pren-
dido de Cardona, clavado como una lanza
al estribo de cuero. Y otros hachones de
tramo en tramo. O encienden los árboles
que escaldan y chisporrotean, y echan al
cielo su fuste de llama y una pluma de
humo.
El río nos corta. Aguardamos a los can-
sados. Ya están a nuestro alrededor, los
yareyes en la sombra. Ya es la última
agua, y del otro lado el sueño. Hamacas,
candelas, calderas. Ya duerme el campa-
mento: al pie de un árbol grande iré luego
a dormir, junto al machete y el revólver, y
de almohada mi capa de hule: ahora huT-
go el jolongo y saco de él la medicina
para los heridos. ¡Qué cariñosas las es-
trellas... a las tres de la madrugada! A
las cinco, abiertos los ojos y a caballo.
Y han de saber que me han salido
habilidades nuevas, y que a cada mo-
mento alzo la pluma, o dejo el taburete,
y el corte de palma en que escribo, para
adivinarle a un doliente la maluquera,
porque de piedad o casualidad se me
han juntado en el bagaje más remedios
que ropa, y no para mí, que no estuve
más sano nunca. Y ello es que tengo
acierto, y ya me he ganado mi poco de
reputación, sin más que saber cómo está
hecho el cuerpo humano, y haber traído
conmigo el milagro del yodo. Y el cari-
ño que es otro milagro; en el que ando
con tacto, y con rienda severa, no vaya la
humanidad a parecer vergonzosa adula-
ción, aunque es rara la claridad del alma,
y como finura en el sentir, que embelle-
ce, por entre palabras picaras y disputas
y fritos y guisos, esta vida de campamento.
¡Si nos vieran a la hora de .comer!
Volcamos el taburete, para que en uno
nos sentemos dos: de la carne hervida
con plátanos, y a poca sal, nos servimos
en jicara de coco y en platos escasos: a
veces es festín, y hay plátano frito, y
tasajo con huevos, y gallina entomatada:
lo usual es carnaza, y de postre un plá-
tano verdín, o una uña de miel de abeja.
Otros más diestros, cuecen fino; pero
este cuartel general, con su asistente
español anda muy ocupado. ¿Y mi tra-
je? Pues pantalón y chamarreta azul,
sombrero negro y alpargatas.
Se va el correo...
A Estrada, el alma henchida. Cuanto
escribo es para él.
Escríbanme por Gonzalo.
Martí



&S«w*----«É¡S8jíÉS


Cornetín mambí.
63
José Martí
Al editor de The New York Herald
To the Editor
of The New York Herald21
The New York Herald ofrece noblemen-
te a la Revolución Cubana por la Inde-
pendencia de la Isla y la creación de
una República durable la publicidad de
su diario; y es nuestro deber, como re-
presentantes electos de la Revolución,
vigentes hasta que ella elija los pode-
res adecuados a su nueva forma, expre-
sar de modo sumario al pueblo de los
Estados Unidos y al mundo, las razo-
nes, composición y fines de la Revolu-
ción que Cuba inició desde principio del
siglo, que se mantuvo en armas con re-
conocido heroísmo de 1868 a 1878, y se
reanuda hoy por el esfuerzo ordenado
de los hijos del país dentro y fuera de la
Isla, para fundar, con el valor experto y
el carácter maduro del cubano, un pue-
blo independiente, digno y capaz del go-
bierno propio que abra la riqueza
estancada de la Isla de Cuba, en la paz
que sólo puede asegurar el decoro sa-
tisfecho del hombre, al trabajo libre de
sus habitantes y al paso franco del
Universo.
Cuba se ha alzado en armas, con el
júbilo del sacrificio y la solemne deter-
minación de la muerte, no para inte-
rrumpir con patriotismo fanático, por
el ideal insuficiente de la independen-
cia política de España, el desarrollo de
un pueblo que hubiera podido llegar en
paz a su madurez sin estorbar el curso
acelerado del mundo que en este fin de
siglo se ensancha y renueva, sino para
emancipar a su pueblo inteligente y ge-
neroso, de espíritu universal y deberes
especiales en América, de la nación es-
pañola, inferior a Cuba en la aptitud
para el trabajo moderno y el gobierno
libre, y necesitada de cerrar la Isla, exu-
berante de fuerzas naturales y del ca-
rácter creador que las desata, a la
producción de las grandes naciones
para mantener, con el ahogo violento de
un pueblo útil de América, el mercado
único de la Industria española, y los
rendimientos con que paga Cuba las
deudas de España en el continente, y
sostiene en la holganza y el poder a las
clases favorecidas e improductoras, que
no buscan en el trabajo viril la fortuna
rápida y pingüe que desde la conquista
de España en América esperan un día
u otro obtener, y obtienen, de los em-
pleos venales y gabelas inicuas de la
colonia. . '
El pensamiento superficial, o cierta
especie de brutal desdén, deshonroso
sólo- por la ignorancia que revela- para
quien sé muestra así incapaz de respe-
tar la virtud heroica, puede afirmar, con
increíble olvido de la pelea intelectual y
armada de Cuba en todo este siglo, por
su libertad, que la revolución cubana
es el prurito insignificante de una cla-
se exclusiva de cubanos pobres en el
extranjero, o el alzamiento y preponde-
rancia de la especie negra en Cuba, o
la inmolación del país a un sueño de
independencia que no podrán susten-
tar los que la conquisten. El hijo de
Cuba, levantado en la guerra y en el
trabajo de la emigración durante un
cuarto de siglo, a tal plenitud moral,
industrial y política, que no cede a la
del mejor producto humano de cualquier
otra nación, padece, en indecible amar-
gura, de ver encadenado su suelo feraz,
y en_él su sofocante dignidad de hom-
bre, a la obligación de pagar, con sus
manos libres de americano, el tributo
casi íntegro de su producción, y el dia-
rio y más doloroso de su honra, a las
necesidades y vicios de la monarquía,
cuya composición burocrática, y perpe-
tua privanza de los factores nulos y per-
versos de la sociedad, nacida en las
encomiendas y mercedes de América, le
impide permitir jamás a la atormenta-
da Isla de Cuba, que, en la hora históri-
ca en que se abre la tierra y se abrazan
los mares a sus pies, tienda anchos sus
puertos y sus aurígenas entrañas, al
mundo repleto de capitales desocupa-
dos y muchedumbres ociosas, que al
calor de la República firme hallarían en
la Isla la calma de la prosperidad y un
crucero amigo.
Los cubanos reconocen el deber urgente
que les imponen para con el mundo su
64
Diarios de campaña
posición geográfica y la hora presente
de la gestación universal; y aunque los
observadores pueriles o la vanidad de
los soberbios lo ignoren, son plenamen-.
te capaces, por el vigor de su inteligen-
cia y el ímpetu de su brazo, para
cumplirlo: y quieren cumplirlo.
A la boca de los canales oceánicos,
en el lazo de los tres continentes, en el
instante en que la humanidad va a tro-
pezar a su paso activo con la colonia
inútil española en Cuba, y a las puer-
tas de un pueblo perturbado por la plé-
tora de los productos de que en él se
pudiera proveer, y hoy compra a sus ti-
ranos, Cuba quiere ser libre para que
el hombre realice en ella su fin pleno;
para que trabaje en ella el mundo, y
para Vender su riqueza escondida en los
mercados naturales de América donde
el interés de su amo español le prohibe
hoy comprar. Nada piden los cubanos
al mundo, sino el conocimiento y respe-
to de su sacrificio: y dan al universo su
sangre.
Un ligero estudio de la composición
nacional de España y de Cuba basta a
convencer a una mente honrada de la
justicia y necesidad de la Revolución,
-<ie la incompatibilidad de carácter na-
cional, por sus raíces diversas y sus dis-
tintos grados de desarrollo, entre
España y Cuba,- de los objetos encon-
trados, y por tanto llamados a choque,
de ambos pueblos en la sujeción violen-
ta a la Metrópoli Europea y retrasada,
de la Isla americana, contemporánea y
laboriosa, y de la pérdida de energía
moderna que envuelve la dependencia
de un pueblo ágil y bueno, en la época
más trabajadora y fraternal del mundo,
de un trono obligado, por la viciosa
constitución individual de su mayoría
decadente, a negar la maravilla natu-
ral de Cuba, y el factor enérgico del ca-
rácter cubano, a la obra unida, e
idéntica sobre sus conflictos superficia-
les, de las   nacionalidades del orbe.
Ligadas hace cuatrocientos años las
regiones españolas, ásperas y celosas,
contra el moro superior afeminado en
la molicie, vino, en mal hora para Es-
paña, a cuajarse la monarquía y
unificarse en la conquista, como todas
las conquistas fatal para el vencedor,
de las tierras desnudas de América.
De sus productos se enriqueció, y con
la posesión perenne de las Indias se
aquietó y empleó, bajo los reyes, la po-
blación soldadesca y aventurera con que
se fundó en España la nacionalidad; y
a lo más lerdo era entregado, como me-
nor oficio, el trabajo penoso de la tierra
y las industrias, porque la tentación de
América arrancaba lo más intrépido y
capaz del país, y aún de las clases me-
nores de la llaneza, creaba con la aspi-
ración primero y luego con la
satisfacción, una como orden vagabun- -
da y copiosa de caballería. Amor, pe-
leas y letras, fueron siempre en el
español sobrio hasta hace poco, alimen-
to bastante a su vida pródiga e imagi-
nativa; y América vino a ser tan ancha
abra de riqueza robusta o pasajero lu-
cro, que a ella y a sus rendimientos fue-
ron amoldándose en España la vida
pública y el carácter personal, que en
la riqueza cubana, creciente por la so-
licitud del comercio, el privilegio de la
esclavitud y la laboriosidad criolla, a
pesar del gobierno predatorio,
rehallaron las fuentes que con la pérdi-
da de las colonias continentales les pa-
recían cegadas. La imitación pegadiza,
en la España reciente, de las formas
suntuosas de la vida moderna, sin la
Industria y empuje que en los pueblos
brillantes de Europa la crean y excu-
san, ha aumentado en el pueblo espa-
ñol las necesidades de la existencia, sin
aumento correspondiente de las fuen-
tes de producción, que en lo privado
continúan siendo en porción muy prin-
cipal, las granjerias cubanas. España
es esta, en su relación con Cuba. -¿Qué
es Cuba en tanto? Enamorada, a la guía
de sus preclaros varones, desde la cuna
liberal del siglo, de las ideas y ejerci-
cios del mundo nuevo, y dotada lamen1
te isleña de singular poder de análisis
y moderación, buscó Cuba en las nacio-
nes pensadoras, y trajo de ellas, un ideal
superior a la agria, condición de facto-
ría de siervos que envilecía rápidamen-
te a los naturales; y cuando estas ansias
de libertad fructificaron en la Revolu-
ción de 1868, aquel pueblo de hombres
verdaderos redimió en su primer acto
de nación la esclavitud negra que le
daba a la vez soberbia de amo y gozos
de opulencia; y sus mujeres se fueron a
65
José Martí
los montes a acompañar, vestidas de
telas de árbol, a los maridos que pelea-
ban por la libertad; .y sus magnates
incendiaron sonriendo las casas de su
pergamino y señorío. Los letrados
regalones anduvieron diez años por él
bosque con la República a la espalda,
sin más alimento a veces que los ani-
males desdeñados y las raíces salvajes.
Los jóvenes elocuentes, con el rifle al
hombro, buscaron tribuna a la sombra
de los árboles. El petimetre enamoradi-
zo aprendió, en un golpe de alma, a cer-
cenar de un machetazo las cabezas de
la tiranía. El Marqués, descalzo en-
terraba con sus manos, en el silencio
de las selvas a la compañera que trajo
a cuestas a la sepultura. La república
nació, imperfecta como un gigante niño,
de aquellos ancianos solariegos y de-
mócratas imberbes, y se ganaron bata-
llas en que tres centenas de hombres
dejaban por tierra a quinientos siete
enemigos, y en los montes fecundados
por la Revolución surgían siembras, fá-
bricas y talleres. Y cuando el hábito de
localización, criado, a favor de la inex-
periencia de los héroes, aisló y vició la
guerra, y la perturbó, de modo que pudo
disuadirla el español, continuó el pue-
blo de .Cuba, audaz e inteligente espar-
cido en los trabajos más diversos por
los países hábiles de la tierra; vino, en
la persona de muchos de sus mantene-
dores, a buscar en el goce y la práctica
de la libertad en los pueblos america-
nos el consuelo al eclipse de la propia,
y en la fatiga de la vida reemplazó con
la autoridad y sustancia del trabajo la
timidez y desconfianza que aún se no-
tan, como elemento detractor y depri-
mente, y consecuencia de los privilegios
de la esclavitud, en los elementos que
se han criado más cerca del cadalso y
del vicio oficial en la sociedad cubana.
Los que vivían en Cuba; los veteranos y
sus hijos o émulos, acumulaban en el
dolor y laboriosidad inútil, y bajo el ve-
jamen continuo, la indignación que, con
fuerza de carácter, estalla ahora al lla-
mamiento de los patricios de nuestra
libertad. De la tradición de sus hom-
bres de lucidez propia y rebelde, -de la
veneración de los mártires de la Inde-
pendencia, -del largo ejercicio en la gue-
rra y el destierro del poder humano de
abnegación y de creación, y del conoci-
miento y práctica de la vida liberal y
trabajadora en las naciones ejemplares,
surge a la vida política el hombre cuba-
no verdadero, blanco o de color, con va-
riedad de profesiones y sabiduría, con
desusado despejo e inventiva, y con há-
bitos de tolerancia y convivencia que
exceden, o por lo menos igualan, las
fuentes de discordia, que sin la guerra
y el trabajo común hubieran ahogado
tal vez una república constituida de
súbito por la relación artificial política
entre amor y siervos, sin la sanción y
prueba lenta de la realidad gradual. Así,
templado al fuego de la vida corriente,
es el pueblo cubano. Él conoce las fuer-
zas de su naturaleza, y ansia deshelar-
las. Él habla las lenguas vivas* del
mundo, y piensa con facilidad en las
principales de ellas. Él brilla por su
cultura superior, corrió quien más, en
los centros humanos donde más se bri-
lla, y en sus hijos humildes ya ha cria-
do un carácter constante, moderado e
iniciador. Él ha alzado de si, frente a la
sociedad apagada e incrédula de la co:
lonia, un pueblo sereno, que se ofrece
sin miedo al examen de los hombres jus-
tos, seguro de su simpatía y aprobación.
Y este carácter nacional cubano' ¿vivirá
atado, por el permiso culpable de las
naciones libres, a la necesidad españo-
la de demandarle tributo para mante-
ner a sus clases perezosas, huidas del
concierto humano, en la holganza y lu-
cro que en los diez años de la guerra se
tiñeron hasta la garganta, y pueden vol-
ver a teñirse ahora, con licencia o ayu-
da de repúblicas madres, en la sangre
más pura de la nación cubana?
Esa composición del carácter del hijo
de Cuba explica su capacidad para la
independencia que le respetará todo
pueblo honrado que la conozca, y un
apego tal a su emancipación que no se-
ría justo desdeñarlo u ofenderlo. Ella
explica también la vaga tendencia de
los cubanos arrogantes o débiles, o des-
conocedores de la energía de su patria,
a apoyar su sociedad naciente y el se-
ñorío social con que quisieran imperar
en ella_, en un poder extraño que se pres-
tase sin cordura a entrar de intruso en
la natural lucha doméstica de la Isla
favoreciendo a su clase oligárquica
66
Diarios
■'■—ni i —■É*A^1ni—fc———■ 1^—^li. -   ni i   ■■■■■n'miiii i* —
e inútil contra su población matriz y pro-
ductora, como «1 imperio francés
favoreció en México a Maximiliano. Una
República sensata de América jamás
contribuiría a perpetuar así, con el fal-
so pretexto de la incapacidad de Cuba,
el alma defamo que la sabiduría políti-
ca y la humanidad aconsejan extirpar
en un pueblo puesto por la naturaleza
a ser crucero pacífico y próspero de las
naciones. Los Estados Unidos, por
ejemplo, preferirían contribuir a la so-
lidez de la libertad de Cuba, con la
amistad sincera a su pueblo indepen-
diente que los ama y les abrirá sus
licencias todas, a ser cómplices de una
oligarquía pretenciosa y nula que sólo
buscase en ellos el modo de afincar el
poder local de la clase, en verdad, ínfi-
ma de la Isla, sobre la clase superior,
-la de sus conciudadanos, productores.
No es en los Estados Unidos ciertamen-
te donde los hombres osarán buscar
sementales para la tiranía. Y esa capa-
cidad plena del hijo de Cuba para su
empleo y gobierno, y el servicio de los
deberes que en el movimiento ascenden-
te de la humanidad tiene asignados su
patria, se avivó y hubo de parar en el
estallido definitivo de la guerra, por el
rebosante descontento con que el pue-
blo de Cuba, atado a un amo de
constitución nacional incorregible,
paga, -con el producto casi total de sus
frutos depreciados en la lucha sin tér-
mino entre el interés español, impotente
para cerrar el único mercado a España
en la Isla y las represalias de la Unión
Americana, -no sólo las obligaciones co-
rrientes y oprobiosas de la ocupación
rapaz del país por la codicia que lo es-
tanca, sino la deuda que España
contrajo para ahogarlo en sangre, en los
diez años de la Independencia de 1868
y los de todas las guerras que España
ha emprendido en América, después de
la Independencia de sus colonias y los
Estados Unidos, para restablecer en
repúblicas libres americanas su domi-
nio europeo y monárquico. Hasta los
gastos de las colonias de África debe
pagar Cuba. Y a ese presupuesto confe-
so, mucho más amargo que el, sello
sobre el té que alzó en revuelta a Bostón,
únese el presupuesto silente de la Isla,
que sus habitantes cubanos y españo-
DE CAMPAÑA
les pagan a los encargados de la Ley
para burlarla o hacer que se «umpla.
Ni el derecho es en Cuba reconocido sin
gabela,. ni la culpa cae sobre el delin-
- cuente que puede comprar su rescate:
y es tan familiar la inmoralidad pública
que la amistad íntima con el ladrón y
la complicidad diaria con él, llegan a
parecer actos sin mancilla a los que bla-
sonan de honradez. Pudre la Isla el vicio
español. Y el presupuesto del cohecho
de que se sustenta principalmente la
clase política española, pesa sobre Cuba
con el gravamen doble del desembolso y
el deshonor. Es lícito desear que Cuba
emplee en su desarrollo, con ventajas
patente de los pueblos que la rodean,
los caudales que paga para mantener
sobre sí el gobierno que la corrompe, y
acoger en su tierra propia, con exclu-
sión forzosa de sus hijos, al español
necesitado que huye a barcadas de su
pueblo miserable para desalojar al cu-
bano en Cuba de su mesa de artesano y
de la propiedad de su suelo. Suspensa
la guerra de Cuba en 1878 por su pro-
pia fatiga, los revolucionarios previsores
entendieron que la constitución irreme-
diable del pueblo español, basada en el
goce de las colonias, impediría de parte
de España la concesión de ninguna de
las reformas políticas extrañas a su-
naturaleza y hostiles a su interés, que
en diez y siete años ha estado pidiendo,
en vano un partido de cubanos pacífi-
cos, sin más éxito que las mudanzas de
un consejo proponente en la Isla, sin
autoridad ni sanción y que por su com-
posición principal de autoridades
españolas privilegiadas y una acorrala-
da minoría de entidades señoriales
cubanas jamás propondrá alivio alguno
de la Isla en menoscabo del interés es-
pañol, ni en merma de sus privilegios.
La Revolución había venido preparando
ordenadamente con un partido elector
de bases republicanas, todos los elemen-
tos vivos de la independencia de Cuba,
a fin de tenerlos a punto de acción en el
instante en que, vacía ya la esperanza
de reformas española, estallase a una
voz la Revolución inmortal para la li-
bertad definitiva, sin retirada ni reserva.
Las dos generaciones: la de los vetera-
nos y la de sus hijos, -las dos fuerzas
dé la independencia: la que combate en
José Martí
la Isla y la que dé afuera le ayuda a
combatir, se unieron durante tres años
de ordenación, con el entusiasmo del
juicio y el poder de la disciplina, -y la
Isla entera, radicalmente convencida de
la ineptitud de España para privarse
de la explotación colonial que la sus-
tenta, y dar vida de hombre y política
mejor a los cubanos, se levantó en ar-
mas el 24 de Febrero de 1895, para no
envainarlas sino ante el .triunfo de la
república.
¿Qué obstáculos pudiera encontrar
esta Revolución nacida de la convicción
del cubano de su aptitud para el traba-
jo y el gobierno; -de la paga cruenta de
su mejor sudor a los vicios políticos y
desidiosos naturales de la nación que
expulsa a los hijos del suelo para ocu-
parles el rincón con el español
privilegiado; del recuerdo perenne, azu-
zado con las razones diarias de ira, de
los hombres extraordinarios que redi-
mieron del grillete el pie de sus esclavos
y se alzaron de su sillón de ricos a que-
brar con las manos desnudas el cetro
español -y del inefable anhelo del cu-
bano piadoso por la integración
espiritual del criollo inculto en quien
perece sin empleo la natural luz, o cuya
familia desgreñada huye por el monte,
de miedo de no haber pagado la cédula
al tirano? La composición actual de los
elementos de Cuba demuestra que la
revolución magnánima, que verá con
indulgencia la timidez de los cubanos
lentos, y guardará el puesto a todas las
fuerzas sociales, llegará sin dificultad
a la victoria contra un enemigo cuyo
ejército descontento e incompleto pelea
de mal grado en una guerra contra la
libertad y cuyo tesoro no puede ya obli-
gar, como hace veinticinco años, a la
Isla insuficiente ya para sus* cargas or-
dinarias, ni acudir al español
acaudalado que ya niega hoy a la gue-
rra la fortuna que puso en salvo en la
Metrópoli, ni echarse, como en 1868,
sobre los bienes de los cubanos, ricos
entonces y hoy empobrecidos. En Cuba
hay población española y población cu:
baña. De la población española es ya
muerto por el despego de sus compa-
triotas liberales y acriollados, al sistema
de odio y castigo, el elemento que, pre-
so por su riqueza en la súbita Revolución
de Yara, aprovechó para las masas, hoy
menores de voluntarios, el encono de
los españoles ínfimos contra el criolio
que los miraba de señor.
Y en aquellas mismas masas, ese
enojo social, base secreta de la feroci-
dad política, se ha amenguado, si no
desaparecido, con el sufrimiento común
bajo la tiranía de cubanos y españoles.
De esa clase misma, mucha ha engra-
nado ya en el corazón de Cuba, con la
mujer y los hijos y algún bienestar; y
esos cubanos de adopción, si por temor
injusto vuelven aún los ojos al Norte,
como buscando amparo a las represa-
lias, que no ocurrirán jamás, de la Re-
pública de Cuba, ya no los vuelven,
arrepentidos y avergonzados, al arma
que habrían de poner contra el pecho
de sus hijos. Los cubanos en presencia
de la guerra, se inclinan conforme a la
ley general de la naturaleza humana,
que conduce a los hombres generosos,
cultos o incultos, del lado del sacrificio,
que es el más puro goce de la humani-
dad, y retiene a los egoístas qué son las
remoras del mundo, del lado de los
sacrificadores. Los nombres políticos
son nuevas vestiduras de esta condición
en que se apartan los hombres; y el
triunfo de las religiones y de las repú-
blicas, que llevan en su piedad huma-
na mucho del fuego religioso, enseña que
el ímpetu tenaz de los desconsolados, y
el juicio previsor que aprovecha esta
fuerza que de otro modo acaso desvia-
ría, pueden siempre más que el asco de
pudibundo a las llagas del pobre, y el
apego de los hombres sedentarios a las
sandalias del hogar y a las prebendas
de la vida. Ni el cubano negro, que en
su propia cultura y la amistad del blanco
justo halla alivio al apartamiento so-
cial, que no divide más a blancos y a
negros, que en los pueblos-viejos de la
tierra dividió a nobles y villanos, sólo
se alzará contra quien le suponga ca-
paz de atentar, por la cólera que revela-
ría inferioridad verdadera, contra la paz
de su patria.
La sublime emancipación de los es-
clavos por sus amos cubanos, borró,
sobre la tierra fecundada por la muerte
hermana de criados y dueños, el odio
todo de la esclavitud. Es honor singular
del pueblo de Cuba,  del que ha de
68
Diarios de campaña
pedirse respetuoso reconocimiento, él
que, sin lisonja demagógica ni precipi-
tada mezcla de los diversos grados de
cultura, presenta hoy al observador un
liberto más culto, y exento de rencor,
que el de ningún otro pueblo de la tie-
rra. El campesino negro, más cercano
a la libertad, vuela a su rifle, con el que
jamás en diez años de guerra hirió a la
ley, y sólo se le advierte el jubiloso amor
con que saluda y la ternura con que
mira al hombre de tez de amo que mar-
cha a su lado o detrás de él, defendien-
do la libertad. De la justicia no tienen
nada que temer los pueblos, sino los que
se resisten a ejercerla. El crimen de la
esclavitud debe purgarse, por lo menos,
con la penitencia harto suave de algu-
na mortificación social. Desde los libres
campos cubanos, al borde de la fosa
donde enterramos juntos al héroe blan-
co y al negro, proclamamos que es difí-
cil respirar en la humanidad aire más
sano de culpa y vigoroso que el que con
espíritu de reverencia rodea a negros y
blancos en el camino que del mérito co-
mún lleva al cariño y a la paz.
Con el poder de estas justicias; con la
fuerza de indignación del hijo de Cuba
bajo las vejaciones y gravámenes con que
las diezmó España en la guerra de inde-
pendencia, y le negó la más insignificante
mejora en diez y siete años de política
inútil de espera, y con la responsabili-
dad del deber de Cuba en el trabajo de
liga y acción a que en la junta de los
océanos se preparan los pueblos del orbe,
han vuelto los cubanos, de un cabo a
otro de su tierra, a demandar a la últi-
ma razón de las armas, sin odio contra
su opresor, y por los métodos estrictos
de la guerra culta, el puesto de Repúbli-
ca que permitirá al hijo de Cuba el em-
pleo de su carácter y aptitud y el derecho
de abrir su tierra cegada al trato pleno
con las naciones a que la acercó la na-
turaleza y la atrae su capacidad común,
y en el cubano a nadie superior para la
altivez y el orden de la libertad.
Plenamente conocedor de sus obliga-
ciones con América y con el mundo, el
pueblo de Cuba sangra hoy a la bala
española, por la empresa de abrir a los
tres continentes en una tierra de hom-
bres, la República independiente que ha
de ofrecer casa amiga y comercio libre
al género humano.
A los pueblos de la América española
no pedimos aquí ayuda, porque firmará
su deshonra aquel que nos la niegue.
Al pueblo de los Estados Unidos mos-
tramos en silencio, para que haga lo que
deba, estas legiones de hombres que
pelean por lo que pelearon ellos ayer, y
marchan sin ayuda a la conquista dé la
libertad que ha de abrir a los Estados
Unidos la Isla que hoy le cierra el inte-
rés español. Y al mundo preguntamos,
seguros de la respuesta, si el sacrificio
de un pueblo generoso, que se inmola
por abrirse a él, hallará indiferente o
impía a la humanidad por quien se hace.
En demostración de los altos fines y
de los métodos cultos de la guerra de
independencia de Cuba y en testimonio
de singular gratitud a The New York
Herald, suscriben aquí, como represen-
tantes electos, y hasta hoy vigentes, de
la revolución, el Delegado del Partido
Revolucionario Cubano y el General en
Jefe del Ejército Libertador, en Guantá-
namo, a 2 de mayo de 1895.
El Delegado El General en Jefe

Escarapela que portaba Martí, al morir.
José Martí Máximo "Gómez
69
José Marti
A Manuel Mercado.
[Fragmento]
Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo
[de-1895
Señor Manuel Mercado
Mi hermano queridísimo: Ya puedo
escribir, ya puedo decirle con qué ter-
nura y agradecimiento y respeto lo quie-
ro, y a esa casa que es mía, y orgullo y
obligación; ya estoy todos los días en
peligro de dar mi vida por mi país, y por
mi deber-puesto que 1& entiendo y ten-
go ánimos con que realizarlo-de impe-
dir a tiempo con la independencia de
Cuba que sé extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan, con esa
fuerza más, sobre nuestras tierras de
América. Cuanto hice hasta hoy, y haré,
es para eso. En silencio ha tenido que
ser, y como indirectamente, porque hay
cosas que para lograrlas han de andar
ocultas, y de proclamarse en lo que son,
levantarían dificultades demasiado re-
cias para alcanzar sobre ellas el fin. Las
mismas obligaciones menores y públi-
cas de los pueblos.-como ése de usted,
y mío,-más vitalmente interesados en
impedir que en Cuba se abra, por la
anexión de los imperialistas de allá y
los españoles, el camino, que se ha de
cegar, y con nuestra sangre estamos ce-
gando, de la anexión de los pueblos de
nuestra América al Norte revuelto y bru-
tal que los desprecia.-les habrían im-
pedido la adhesión ostensible y ayuda
patente a este sacrificio, que se. hace en
bien inmediato de ellos. Viví en el mons-
truo, y le conozco las entrañas;-y mi
honda es la de David. Ahora mismo, po-
cos días hace, al pie de la victoria con
que los cubanos saludaron nuestra sa-
lida libre de las sierras en que anduvi-
mos los seis hombres de la expedición
catorce días, el corresponsal del Herald,
que me sacó de la hamaca en mi ran-
cho, me habla de la actividad anexio-
nista, menos temible por la poca realidad
de los aspirantes, de la especie curial,
sin cintura ni creación, que por disfraz
cómodo de su complacencia o sumisión
a España, le piden sin fe la autonomía
de Cuba, contenta sólo.de que haya un
amo, yankee o español, que les mantenga
o les cree, en premio de su oficio de Ce-
lestinos, la posición de prohombres,
desdeñosos de la masa pujante,-la
masa mestiza, hábil y conmovedora, del
país,-la masa inteligente y creadora de
blancos y negros. Y de más me habla el
corresponsal del Herald, Eugenio Bry-
son:-de un sindicato yankee,-que no
será,-con garantía de las Aduanas, harto
empeñadas con los rapaces blancos es-
pañoles, para que quede asidero a los
del Norte;-incapacitado afortunada-
mente, por su entrabada y compleja
constitución política, para emprender
o apoyar la idea como obra del gobierno.
Y de más me habló Bryson.-aunque la
certeza de la conversación que me refe-
ría, sólo la puede comprender quien co-
nozca de cerca el brío con que hemos
levantado la Revolución,-el desorden,
desgano y mala paga del ejército novi-
cio español,-y la incapacidad de España
para allegar en Cuba o afuera los recur-
sos contra la guerra, que en la vez ante-
rior sólo sacó de Cuba.-Bryson me contó
su conversación con Martínez Campos,
al fin de la cual le dio a entender éste
que sin duda, llegada la hora, España
preferiría entenderse con los Estados
Unidos a rendir la Isla a los cubanos.
-Y aún me habló Bryson más: de un
conocido nuestro y de lo que en el Norte
se le cuida, como candidato de los Es-
tados Unidos, para cuando el actual
presidente desaparezca, a la presiden-
cia de México. Por acá, yo hago mi deber.
La guerra de Cuba, realidad superior a
los vagos y dispersos deseos de los cuba-
nos y españoles anexionistas, a que sólo
daría relativo poder su alianza con el
gobierno de España, ha venido a su hora
en América, para evitar, aun contra el
empleo franco de todas esas fuerzas, la
anexión de Cuba a los Estados Unidos,
que jamás la aceptarán de un país en
guerra, ni pueden contraer, puesto que
la guerra no aceptará la anexión, el
compromiso odioso y absurdo de abatir
por su cuenta y con sus armas una
guerra de independencia americana.-Y
México,-¿no hallará modo sagaz, efec-
tivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo,
a quien lo defiende? Sí, lo hallará,-o yo
70
Diarios de campaña
se lo hallaré.-Esto es muerte o vida, y
no cabe errar. El modo discreto es lo
único que se ha de ver. Ya yo lo habría
hallado y propuesto. Pero he de tener
más autoridad en mí, o de saber quien
la tiene, antes de obrar o aconsejar. Aca-
bo de llegar. Puede aún tardar dos me-
ses, si ha de ser real y estable, la
constitución de nuestro gobierno, útil y
sencillo. Nuestra alma es una, y la sé,
y la voluntad del país; pero estas cosas
son siempre obra de relación, momento
y acomodos. Con la representación que
tengo, no quiero hacer nada que parezca
extensión caprichosa de ella. Llegué,
con el general Máximo Gómez y cuatro
más, en un bote, en que llevé el remo
de proa bajo el temporal, a una pedre-
ra desconocida de nuestras playas; car-
gué, catorce días, a pie por espinas y
alturas, mi morral y mi rifle,-alzamos
gente a nuestro paso;-siento en la be-
nevolencia de las almas la raíz de este
cariño mío a la pena del hombre y a la
justicia de remediarla; los campos son
nuestros sin disputa, a tal punto, que en
un mes sólo he podido oír un fuego; y a
las puertas de las ciudades, o ganamos
una victoria, o pasamos revista, ante en-
tusiasmo parecido al fuego religioso, a tres
mil armas; seguimos ca mino al centro
de la Isla, a deponer yo, ante la revolu-
ción que he hecho alzar, la autoridad
que la emigración me dio, y se acató
adentro, y debe renovar conforme a su
estado nuevo, una asamblea de delega-
dos del pueblo cubano visible, de los
revolucionarios en armas. La revolución
desea plena libertad en el ejército, sin
las trabas que antes le opuso una Cá-
mara sin sanción real, o la suspicacia
de una juventud celosa de su republi-
canismo, o los celos, y temores de exce-
siva prominencia futura, de un caudillo
puntilloso o previsor; pero quiere la re-
volución a la vez sucinta y respetable
representación republicana,-la misma
alma de humanidad y decoro, llena del
anhelo de la dignidad individual, en la
representación de la república, que
la que empuja y mantiene en la guerra
a los revolucionarios. Por mí, entiendo
que no se puede guiar a un pueblo con-
tra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé
cómo se encienden los corazones, y cómo
se aprovecha para el revuelo ih cesante
y la acometida el estado fogoso y satisfe-
cho de los corazones. Pero en-cuanto a
formas, caben muchas ideas: y las cosas
de hombres, hombres son quienes las ha-
cen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo
que tenga yo por garantía o servicio de
la revolución. Sé desaparecer. Pero no
desaparecería mi pensamiento, ni me
agriaría mi oscuridad.-Y en cuanto ten-
gamos formas, obraremos, cúmplame
esto a mí, o a otros.
Y ahora, puesto delante lo de interés
público, le hablaré de mí, ya que sólo la
emoción de este deber pudo alzar de
la muerte apetecida al hombre que, aho-
ra que Nájera22 no vive donde se le vea,
mejor lo conoce y acaricia como un te-
soro en su corazón la amistad con que
usted lo enorgullece. Ya sé sus regaños,
callados, después de mi viaje. ¡Y tanto
que le dimos, de toda nuestra alma, y
callado él! ¡Qué engaño es este y qué
alma tan encallecida la suya, que el tri-
buto y la honra de nuestro afecto no ha
podido hacerle escribir una carta más
sobre el papel de carta y de periódico
que llena al día! [...]
Manuel Mercado.
Hay afectos de'tan delicada hones-
tidad...23

1
José Martí
**1



Al general Máximo Gómez
General:
Como a las 4 salimos, para
llegar a tiempo a la Vuelta, adonde pasó
desde las 10 la fuerza de Masó, a acam-
par, y reponer su muy cansada caballe-
ría:-desde anoche llegaron.-No estaré
tranquilo hasta no verlo llegar a usted.
Le llevo bien cuidado el jolongo.
La fuerza aunque sin animales útiles,
hubiera querido salir a seguirlo, en la
busca del convoy; pero temían confun-
dirse en idas y venidas, en vez de serle
útil.-Mucho ha violentado a Masó el via-
je inútil a la Sabana.-Su




^ .««&***
[Dos Ríos] 19 de mayo [de 1895]

Martí
Máximo Gómez.
72
j
Diarios de campaña
Cronología
1895
Enero 31. A bordo del vapor Athos, de la Atlas Line
of Mail Steamers, sale José Marti de Nueva York en
compañía de José María (Mayia) Rodríguez, Enri-
que Collazo y Manuel Mantilla.
Febrero 2. Tocan tierra y hacen noche en Isla
Fortuna, Bahamas.
Febrero 6. Arriban a Cabo Haitiano. Allí se les une
Ángel Guerra y embarcan al oscurecer de ese día
rumbo a Montecristl, República Dominicana.
Febrero 11. Martí, Gómez y Collazo recorren a
caballo desde Montecristi a Santiago de los Caba-
lleros, también en función de organizar la nueva
expedición. Al atardecer llegan a Altos de Villalobo
y pernoctan en Peña.
Febrero 12. Llegan a La Reforma, finca del
Generalísimo en Laguna Salada. Continúan ca-
mino y hacen noche en casa de Jesús Domínguez,
entre Laguna Salada y Esperanza.
Febrero 13. Arriban a Santiago de los Caballe-
ros. Se alojan en casa de José Nicolás Ramírez y
Martí aprovecha este paréntesis de inactividad para
iniciar su diario.
Febrero 15. Visitan a Manuel Boitel. cuya casa es-
taba del otro lado del río Yaque.
Febrero 18. Viaja con Gómez y Collazo de Santiago
de los Caballeros a la Vega. De regreso, duermen en
un hato inmediato a Santiago de los Caballeros.
Febrero 19. Continúan camino y. en el trayecto
entre Santiago de los Caballeros a la Reforma, visi-
tan la casa de Ceferina Chávez.
Febrero 24. Parten hacia Montecristi.
Febrero 25. Llega cablegrama de Gonzalo de
Quesada y Benjamín Guerra: «revolución en Occi-
dente y en Oriente».
Marzo 1ro. Sale con Panchito Gómez desde
Montecristi hasta Dajabón. Duermen en casa de
Joaquín Montesinos.
Blanco 3. Marti ya está en Haití y esa mañana par-
te solo: pasa por el poblado de Petit Trou y a las
cinco de la tarde entra en Cabo Haitiano. Se hos-
peda en casa de Ulpiano Dellundé.
Marzo 4. A las diez de la noche sale por mar de
regreso a Montecristi.
Marzo 5. Arriba a Montecristi, y se hospeda en
casa del Generalísimo Máximo Gómez. Martí en-
vía abundante correspondencia: orienta el traba-
jo del Partido Revolucionario Cubano en los EE.UU
y del periódico Patria.
Marzo 9. El Listín Diario, publicación dominicana,
da a conocer una noticia, publicada por el Herald
de Nueva York, acerca de que Martí y Gómez son
jefes de la insurrección en Cuba y que ya se encon-
traban allí. Esta falsa información favorece los pro-
pósitos de Martí de integrar él mismo la expedición
a Cuba, en contra del criterio de Gómez.
Marzo 25. El Delegado del Partido Revolucionario
Cubano y el General en Jefe del Ejército Libertador
firman el documento dirigido por el Partido Revolu-
cionario Cubano a Cuba: el conocido Manifiesto de
Montecristi.
Abril 1ro. A las doce de la noche parten de
Montecristi los seis expedicionarios: Marti, Gómez.
Ángel Guerra, Paquito Borrero, César Salas y Mar-
cos del Rosario. Caminan hasta la playa acompa-
ñados de Panchito y Máximo Gómez y de Buli
Poloney, encargado del embarque. Toman un lan-
chón que los lleva hasta el Cayo, en la boca del puer-
to, donde abordan la goleta Brothers.
Abril 2. A las tres de la mañana parte la Brothers,
tripulada por el capitán Bastían y tres marineros.
Atracan en la isla de Gran Inagua a las diez de esa
noche.
Abril 3. El capitán Bastían baja a tierra y los trai-
ciona poniendo al tanto a las autoridades del lu-
gar acerca del objetivo del viaje. Los expedicionarios
logran esconder las armas y los autorizan a conti-
nuar viaje.
Abril 4. Marti logra que Bastián le devuelva parte
del dinero y obtiene del cónsul de Haití. B. B. Barber,
pasaportes con nombres supuestos.
Abril 5. A las seis de esa tarde parten los seis
expedicionarios en el Nordstrand hacia Cabo
Haitiano.
Plumafuente usada por Martí.
Abril 6. A las cuatro de la tarde desembarcan furti-
vamente en Cabo Haitiano y se dispersan.
Abril 7 y 8. Permanecen ocultos.

73
José Martí
Abril 9. A las ocho de la noche abordan nueva-
mente el Nordstrand.
Abril 10. Zarpan a las dos de la tarde rumbo a
Gran I nagua.
Abril 11. Amanecen en Inagua después suben a
bordo el bote de remos que les servirá para el de-
sembarco. Dos horas después avistan las monta-
ñas de Baracoa. A las ocho de la noche bajo un
chubasco, descuelgan el bote. Reman Marti y Ce-
sar en proa. Paquito Borrero. Ángel Guerra y César
Salas al centro: Gómez lleva el timón de popa. Arri-
ban a una costa pedregosa: La Playita. cerca de
Cajobabo.
Abril 13. Acampados.
Abril 14. Se encuentran con la guerrilla baracoana
de Félix Ruenes.
Abril 15. Permanecen en Arroyo Carlos. Gómez nom-
bra a Marti mayor general.
Abril 16. A mediodía continúan rumbo a Vega del
Jobo.
Abril 18. Se despiden de la tropa de Ruenes y
continúa sola la pequeña partida.
Abril 19. Pasan por Los Calderos a buscar el rio
Yacalx).
Abril 20. Pernoctan en el rio Palenque.
Abril 21. Establecen el campamento en Madre Vie-
ja a orillas del Sabanalamar.
Abril 22. Acampados. Ixs traen noticias de que los
persiguen tropas españolas.
Abril 23. Salen de madrugada y avanzan por el
llano.
Abril 24. Pernoctan en La Yuraguana.
Abril 25. Bajan al llano de Guantánamo. Acam-
pan finalmente en Malabé a orillas del rio Jaibo.
Abril 26. Marti aprovecha para escribir circulares
y correspondencia a Carmen Miyares y sus hijas,
a Gonzalo y Benjamín, a Antonio Maceo y al di-
rector de Tlie New World.
Abril 27. Pernoctan   en Vuelta Corta, inmedia-
ciones del poblado de Filipinas.
Abril 28, 29 y 30. Acampados.
Mayo 1ro. Continúan camino.
Mayo 2. Llega el corresponsal del Herald. Bryson.
y Marti comienza a trabajar en un manifiesto para
el diario estadounidense esa misma noche.
Mayo 5. Encuentro histórico con Antonio Maceo
en La Mejorana.
Mayo 6. La partida continúa rumbo, pero Maceo
los intercepta y los convida a visitar su campamen-
to. Martí habla a la tropa reunida.
Mayo 7. Pasan frente a El Picote y llegan a la zona
de Hato en Medio donde acampan.
Mayo 9. Salen a las cercanías de los Mangos de
Baraguá.
Mayo ÍO. Avanzan con rumbo sur. y acampan en
territorios de Travesía.
Mayo 14 y 15. Acampados a la espera de Masó.
Mayo 16. Gómez sale a recorrer los alrededores.
Mayo 17. El Generalísimo vuelve a salir y Martí
se queda trabajando.
Mayo 18. Acampados. Por la tarde llega Masó con
un nutrido contingente.
Mayo 19. Al amanecer escribe a Gómez para darle
cuenta del arribo de Masó. A media mañana re-
gresan Gómez y sus hombres. Alrededor de las doce
del dia irrumpen en la zona las fuerzas al mando
del coronel J. X. de Sandoval. Los cubanos parten
hacia el combate.

Bolso y espuelas de Martí.
74
Diarios de campaña
Algunos alimentos consumidos por Martí
1895
Abril
13
Carne de puerco
Caña
Boniato1 asado2
Pollo
14
Naranja agria
Jutía asada
Coco raspado
Miel
Catauro3 con carne fresca
15
Sal
Cucurucho' de dulce
Puerco
Salchichón
Caldo de plátano
Chocolate
Ron
Comida
Puerco guisado con plátano y malanga
Dulce de plátano5 y queso
Agua de canela y anís caliente
16
Boniato
Caimito
Salchichón
Licor, ron, guarapo, café.
Caldo de plátano
Naranja, miel
17
Tomates
Culantro
Orégano
Chopo de malanga
Carne de res
Dulce de raspa de coco con miel
18
Salchichón y chocolate
Chopo asado
19
Café
Gallina
20
Café
Gallina con arroz
21
Boniato
Puerco asado
Casabe
Tasajo y plátano
22
Huevo frito
Puerco frito
Torta de maíz
Mayo
5
Vermouth
Tabaco
Ron
Gallina
Aguardiente
7
Café
Jengibre
Cocimiento de hojas de guanábana
12
Queso con café
17
Plátano asado
Tasajo
' Marti siempre escribe «buniato», que es como le de-
cían los campesinos a esa vianda.
2 El asado se'hacia en las cenizas calientes del fogón
de leña o carbón.
:l Especie de cesto de yaguas usado en las Antillas.
1 Es típico el cucurucho de Baracoa, de forma cónica
y hecho de yagua.
5 Es el denominado -frangollo".
75
José Martí
Notas
Prólogo
' Martí. José: Carta «A Carmen Miyares de Mantilla
y sus hijos»..Baracoa. 16 de abril de 1895. en Diarios
de campaña, ed. crit. Mayra Beatriz Martínez y
Froilán Escobar. Ciudad de La Habana. Casa Edito-
ra Abril. 1996, p. 368.
2 Ibídem, p. 368.
3 Martí, José: Prólogo a «El poema del Niágara», de
Antonio Pérez Bonálde, en Obras completas, t. 7, La
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 225.
De Montecristi
a Cabo Haitiano
1 Este diario, dedicado a María y Carmen Manti-
lla, corresponde a la penúltima etapa de su pere-
grinar revolucionario. Comienza el 14 de febrero
de 1895, en Montecristi y termina el 8 de abril
del mismo año en Cabo Haitiano.
2 Se ha actualizado la ortografía y eliminado gran
parte de las abreviaturas de los originales, sus-
tituyéndolas por la palabra completa.
3 Ciudad y provincia de la República Dominicana,
situada al norte, a orillas de la bahía de Manzanillo.
(Esta y otras notas, abreviadas aquí, corresponden
a José Marti: Diarios de campaña, ed. critica de
Mayra B. Martínez y Froilán Escobar, Casa Edito-
ra Abril, Ciudad de La Habana, 1996.)
4 Se refiere al Generalísimo Máximo Gómez y Báez.
5 Ciudad y provincia de la República Dominicana,
ubicada en el valle del Cibao.
6 Una de las dos repúblicas en que se divide la isla
La Española, como la denominó Colón, pero los
aborígenes la llamaban «Quisqueya»:
7 En realidad es Altos de Villalobo: elevación cer-
cana al poblado de Peña, que está a unos diez ki-
lómetros de Guayubín.
" La Española fue «descubierta» por Cristóbal Colón
el 5 de diciembre de 1492, y tomó posesión de ella en
nombre de la corona española. Como en otros terri-
torios sometidos a la conquista y la colonización
peninsular, los aborígenes fueron obligados a traba-
jar en busca de piedras y metales preciosos.
9 Se refiere a «Los maestros ambulantes», artículo
publicado en la revista La América, de Nueva York,
en 1884.
10 Es polémica esta fecha del día 16. pues Martínez y
Escobar aclaran que «en el original se lee con clari-
dad 14. Siguiendo una secuencia lógica debiera ha-
ber escrito 18 [...] Existe la hipótesis de un viaje
intermedio el día 16, de Santiago de los Caballeros
a La Vega, y regreso a Santiago el 17. Es significati-
vo, además, que el siguiente texto -reverso de esta
misma página- lo feche 15 de febrero».
'' Vuelve a narrar lo acontecido la noche del 14 al 15
en Santiago de los Caballeros ( M. y E. : 1996, 81).
A partir de aquí, se encontrarán distintos puntos
de vista en el -ordenamiento de los textos, pero
nosotros mantenemos el orden que tiene la edi-
ción de base [O.C., Ed. de Ciencias Sociales, La
Habana. 1975). (N. de la E.)
12 Se refiere a Panchito Gómez Toro, el hijo de
Máximo Gómez y Bernarda Toro.
13 Al margen dé la página del original que comien-
za en el párrafo siguiente hay una nota del propio
Martí, entre paréntesis, que dice: (Aquí sigue la
nota del 2 de marzo, interrumpida, sobre Petit Trou,
después de la Nephtali, en Fort Liberté). (Nota de
la ed. de base O.C.)
14 Se refiere al creóle, hablado por los haitianos y
formado sobre base inglesa, portuguesa, francesa,
holandesa.
15 Equivocación de Marti. Con posterioridad, y con
una letra que no parece la caligrafía martiana, se
le añadió marzo.
16 Evidentemente Nephtali era masón, elemento sig-
nificativo a la hora de brindar su colaboración a
los propósitos de Martí, quien, según numerosas
fuentes, también lo era.
17 Pequeño poblado haitiano.
De Cabo Haitiano
a Dos Ríos
1 Se refiere a Dolores Aran, esposa del doctor Ulpiano
Dellundé. (Estas y las demás notas que siguen, abre-
viadas aquí, han sido tomadas de M. y E.; 1996.)
2 Se refiere a Cabo Haitiano: desde allí partió fi-
nalmente la expedición. La componían Marti,
Gómez. Francisco Borrero, Ángel Guerra y el do-
minicano Marcos del Rosario.
3 Se desconoce qué quiso decir Martí cuando inser-
tó, con posterioridad, esta cifra entre paréntesis.
4 Se refiere a Playita, playa de la costa sur de Cuba,
entre Maisí y Guantánamo. cerca de Cajobabo, don-
de desembarcaron.
5 Se refiere a Blas Martínez. Según el testimonio de
Salustiano Leyva. hijo de Adela Leyva, Blas vino
de Guantánamo con un mensaje que alertaba a los
cubanos de la llegada de los expedicionarios y
reclamaba ayuda para ellos.
6 Es Gonzalo Leyva Rodríguez, vecino de Cajobabo,
quien sirvió como guia.
7 Se refiere a Adela Leyva Rodríguez.
" Alude a Fernando Leyva Rodríguez, quien tam-
bién sirvió como guía.
9 Se refiere al dominicano Marcos del Rosario y
Mendoza (República Dominicana 1864-La Haba-
na, 1947), a quien Martí conoció en Montecristi y
formó parte de la expedición. Estuvo durante toda
la guerra con el Generalísimo y llegó a alcanzar el
grado de coronel.
10 Tiene que ver con el fruto de la pomarrosa, al que
en la región llaman «manzana rosa».
11 Se trata del alférez Adriano Galano Coutín,
guantánamero.
12 Martínez y Escobar leyeron aquí «palma».
13 «Aunque Martí iba a escribir Vega de la Batea,
los tres puntos suspensivos indican que no esta-
ba seguro del nombre del lugar, pues en verdad
76
Diarios de campaña
aún permanecían en casa de Miguel Aguirre. en
Arroyo Carlos. Vega Batea se encuentra más ade-
lante, a orillas del rio JojÓ.» (M. y E.: 1996. 248.)
14 Caserío de la antigua jurisdicción de Baracoa.
15 Dulce de plátano (macho o guineo) que se pre-
para a la manera de turrón.
16 Licor casero que se hace con el fruto de la
pomarrosa.
l7Se refiere al cunyaya. instrumento para exprimir
manualmente la caña.
18 Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa es la
ciudad más antigua de Cuba, fundada en 1511 por
los colonizadores, solo fue capital por cuatro años:
más tarde. Diego Velázquez trasladó su gobierno a
Santiago de Cuba. Los baracoesos o baracoenses vi-
ven junto al mar. entre montañas y abundantes ríos,
entre los que se encuentran el Toa. el Miel, el Yumuri,
el Duaba. Tierra de coco y cacao, posee una rica
fauna: todavía se puede contar con el almiquí y los
caracoles llamados polymitas.
19 Incurre en una confusión. Se refiere al río Jojó
o Cajobabo. que desemboca en la costa sur.
20 Tal vez se refiera a un bosquecito de pomarrosas o
a un sitio denominado El Pomo.
21 Pqjuá. Voz india. Especie de palma espinosa en
la región de Baracoa.
22 Así llaman en algunas regiones de Cuba a los
insectos luminosos conocidos como luciérnagas.
2:i Los campesinos la llaman díctamo. Muy aprecia-
da por sus propiedades medicinales.
24 Martínez y Escobar transcribieron rosetilla, co-
múnmente llamada «espuela de caballero».
25 Se trata del comandante del Ejército Libertador y
luchador de tres guerras Luis González Pineda. Se le
suma con diecisiete hombres más. Martí lo llama en
carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, con
fecha 30 de abril, «dueño y alma del pueblo de San
Antonio».
26 Se refiere al coronel del Ejército Libertador Pedro
A. Pérez, alias Periquito.
27 Se refiere al general Francisco Adolfo Flor
Crombet y Tejera.
28 Se refiere al mayor general Antonio Maceo y
Grajales.
29 Se trata, sin duda, de una transposición de le-
tras de la palabra yamagua.
:i0 Guantánamo era término municipal y pueblo de
la antigua provincia de Santiago de Cuba, funda-
do entre 1815 y 1827.
:" Baitiquiri era un caserío que pertenecía a
Guantánamo. Hoy pertenece al municipio de San
Antonio del Sur.
:12 Una de las primeras villas fundadas por los con-
quistadores y una de las jurisdicciones del Depar-
tamento Oriental, y luego de la división territorial
de 1378, término municipal de la antigua provin-
cia de Santiago de Cuba.
33 Siempre que aparezca así. entiéndase valle de
Caujeri. cercano a San Antonio del Sur.
34 Se refiere a Carlos Manuel de Céspedes y Castillo.
35 Sierra de Mariana, que tomó su nombre por
María Ana Llompart, dueña de estas propiedades
en la primera mitad del siglo xix. Está ubicada a
unos 600 metros de la confluencia de los ríos La
Maya y Sabanalamar.
36 Aquí en La Yuraguana. al sur del Quemado,
margen occidental del rio Yateras, pernoctaron en
el portal de la vivienda del mayoral del ingenio.
Hoy queda ubicado en el municipio Manuel Tames.
de la provincia de Guantánamo.
17 Se refiere al combate de Arroyo Hondo, que li-
bran las fuerzas cubanas al mando de José Maceo
contra la tropa española del coronel Copallo. que
se encontraba emboscada en el puente que cru-
zaba sobre este arroyo, en espera del paso de Martí
y Gómez. Hasta aquí los expedicionarios avan-
zaron a pie durante trece días y medio, a lo largo
de unos 161 kilómetros de montañas. Los kiló-
metros que les faltaban aún para llegar al cam-
pamento de Vuelta Grande, los harían a caballo.
38 Como los insurrectos de la Guerra de los Diez
Años no encontraron suficiente apoyo en la zona.
Máximo Gómez organizó y dirigió una campaña in-
vasora sobre la región, entre 1871 y 1872.
111 Se refiere al general José Maceo y Grajales.
40 Se refiere a Carmen Miyares Peoli. La carta que
él le envía y de la cual Martí cita un fragmento
curiosamente fue escrita el 28 de abril de 1895. en
el campamento de Vuelta Corta de Filipinas.
41 Aquí cierra Martí las comillas que abrió en la
página anterior, aunque en realidad continúa ci-
tando la carta a Carmita hasta la página 17 del
cuaderno.
42 Se refiere a Arcid Duverger Lafargue. coronel del
Ejército Libertador y expedicionario de la goleta
Honor.
4:1 Se refiere a Rafael María Merchán.
44 The New York World era un periódico norteame-
ricano fundado en 1860 por Alexander Cummings
como diario religioso.
45 Se refiere a la expedición de Flor. Maceo, Cebreco
y veinte revolucionarios más. que partieron de Puer-
to Limón. Costa Rica, el 25 de marzo de 1895. en un
buque inglés. Tres días después llegaron a Jamaica.
Continuaron viaje a Isla Fortuna, a la cual llegaron
el 29 y partieron el 30 del mismo mes: arribaron a
Inagua finalmente al siguiente día. Desde allí em-
barcaron el 1ro. de abril, a bordo de la goleta Honor.
rumbo a Cuba.
46 Se trata de Pablo Brooks. residente en la zona,
con quien Martí deseaba entrevistarse.
47 Se refiere al general Bartolomé Masó y Márquez.
48 Martínez y Escobar refieren que en la zona queda
una familia de apellido Rouncul. y que el apellido
puede haberse alterado con el tiempo.
49 Se refiere al mayor general Antonio Maceo y
Grajales.
50 Rafael de Castro Palomino, ayudante de Maceo.
51 Se refiere a Jesús Sablón Moreno, conocido como
Jesús Rabí.
52 A continuación faltan las hojas correspondien-
tes al 6 de mayo: día en que, en desagravio. Maceo
convida a Martí y Gómez a visitar su campamento
y los presenta a la tropa.
53 Sobre la Guerra de los Diez Años.
54 Se refiere a la histórica entrevista, efectuada el
15 de marzo de 1878 en Mangos de Baraguá entre
el mayor general Antonio Maceo y el general espa-
ñol Arsenio Martínez Campos. Maceo se opuso al
Pacto del Zanjón. El 23 de marzo se rompieron las
hostilidades, pero quedó ese momento como ex-
presión de intransigencia.
55 Se refiere al general dominicano Luis Marcano.
56 Hace alusión al mayor general Guillermo Moneada.
57 Se refiere al marqués de Santa Lucía. Salvador
Cisneros Betancourt.
58 Diario autonomista fundado en 1887. Era el
órgano de los comités de Holguin y Victoria de las
Tunas.
59 Periódico autonomista fundado en 1888.
60 A Juan Gualberto Gómez y Ferrer se refiere.
61 Se refiere al general Vicente García.
62 Ya están en los campos de Dos Ríos, en la finca la
Jatía, antigua jurisdicción de Jiguani y hoy perte-
neciente al municipio de este nombre, de la provin-
cia Granma.
"'■' Se refiere a Dos Ríos.
64 James J. O'Kelly. reportero del periódico The New
York Herald, vino a Cuba a finales de 1872 para visi-
tar el campo insurrecto sin  permiso de las
77
José Martí
autoridades españolas. Se entrevistó con Céspedes
el 6 de marzo de 1873 y escribió En la tierra del Mambí
"5 La Venta de Casanova. caserío ubicado a unos
cuatro kilómetros del actual poblado de Contra-
maestre.
'*'' Se refiere al planteamiento hecho a Maceo en La
Mejorana, el 5 de mayo, sobre el que Marti anota:
«Insisto en deponerme ante los representantes que
se reúnan para elegir gobierno.» Es decir, desistir,
renunciar al cargo de Delegado.
Ii7 «En la tarde del 18 llega Masó con un nutrido
contingente: ha venido dejando un rastro que los
españoles a esa altura han comenzado a seguir.
Aunque ya no aparece en el diario, pues Martí deja
de escribir este día 17 de mayo, es sabido que al
amanecer del 19 trasladan campamento para la
finca La Vuelta Grande, actual municipio gran-
mense de Jiguani a la orilla izquierda del Contra-
maestre [...1 Alrededor de las dos de la tarde del
19 de mayo de 1895. José Martí cae mortalmente
herido (...) a veinte metros del Contramaestre, y muy
cerca de la casa de José Rosalio Pacheco y Emilia
Sánchez Collé.»(M. y E.: 1996. 347.)
Cartas
1 Esta carta al amigo dominicano se ha considera-
do como el testamento político de José Martí. (To-
das las notas son de la edición de base, salvo se
indique lo contrario. Nota de la Editora.)
- En la casa de Máximo Gómez fue firmado, el 25 de
marzo, el Manifiesto de Montecrlsti . y allí tam-
bién escribió José Martí la carta de despedida a su
madre y la carta a Federico Henriquez y Carvajal.
(N. de la E.)
:l Esta carta a Gonzalo de Quesada se considera el
testamento literario de José Marti.  fJV. de la E.)
4 Carmen Miyarcs y Peoli. viuda de Mantilla.
3 Diario de Caracas.
6 Diario de Buenos Aires.
7 Diario de México.
" Revista mensual de Nueva York.
9 Santiago Pérez.
10 Mensuario de Nueva York.
1' Traducción no hallada.
12 Seguramente de Montecristi a Inagua .
1:1 La cursiva es nuestra, y quiere destacar la idea
de Marti relacionada con la discreción necesaria
al llevar un diario en la guerra. (N. de la E.¡
14 ídem.
15 Los nombres de Clemencia. Pancho. Máximo. Ur-
bano. Bernardo y Andrés, corresponden a los hijos
del matrimonio Gómez Toro.
16 Debe referirse a Margarita Gómez Izagirirre.
17 Regina y María de Jesús, hermanas del general
Gómez.
18 En las copias manuscritas que se conocen de esta
circular, no aparece el fragmento que aquí se lee
entre corchetes, que si figura en el tomo 4 de las
Obras completas. Probablemente para esa edición
se consultó una versión del manuscrito original de
Marti, la cual no se ha podido localizar.
19 General José Maceo y Grajales.
20 Coronel Luis Bonne.
21 E. S. Drone.
22 Manuel Gutiérrez Nájera.
21 La llegada al campamento del general Bartolomé
Masó, con sus fuerzas, le hizo interrumpir esta
carta que no pudo terminar.
24 Estas breves lineas fueron las últimas que escri-
bió Marti_pocas horas antes de caer frente al ene-
migo luchando por la libertad de Cuba.
Traducciones*
Página 6: De monsieitr. «señor»  en francés. Marti
lo escribe como se pronuncia en creóle.
Página 11: «Buenos días, comadre» «Buenos días.
compadre».
Página 12: «Eso no . eso no. señor.»
: «¡Buen blanco!» «¡Buen blanco!»
Página 13: «¡Ah. compadre! No se moleste.» «No.
no. amigo. En el camino la persona ayuda a la
persona. Todos somos haitianos aquí.»
: «Dios me ha favorecido.»
: «¡Ah. si!»
: «Cuando usted habla en casa de un
amigo, usted habla en casa de Dios.»
: «No: el dinero, no: el pequeño libro, sí.»
: «"vivienda de Mamenette". camino del
Cabo».
Página 14: «Oh. mire eso: blanco también es soldado.»
Página 15: «Señor blanco castiga, él pone señor en
prisión.»
: «¡Buen papá!»
: «Bien ensillado, bien embridado: nada
común.»
: «El camino es transitable.»
: «El investigador.»
: «¡Oh. señor: la aristocracia siempre es
bien recibida!»
Página 16: El Investigador: «es periodista»: «la aris-
tocracia no tiene porvenir en este país.»
: «¿Cómo, hermano? No se habla de di-
nero con un hermano.»
Página 20: «En toda tempestad.
En toda desventura.
Tendrá de ti piedad
El Dios de las alturas.»
: «el buen Dios».
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