lunes, 10 de enero de 2011

Karl Marx - El Capital - Tomo 1-18

        EL SALARIO POR TIEMPO

Por su parte, el salario presenta formas muy variadas, aunque, en su brutal parcialidad por la materia, los compendios de economía procuren ocultar toda diferencia en cuanto a la forma. El estudio de todas estas formas incumbe a la teoría especial del salario y estaría fuera de lugar en esta obra. Aquí, nos limitaremos a exponer breve­mente las dos formas fundamentales y predominantes del salario.
Como se recordará, la fuerza de trabajo se vende siempre por un determinado tiempo. Por tanto, la forma transfigurada en que se presenta diariamente el valor diario, semanal, etc., de la, fuerza de trabajo es el del “salario por tiempo”, es decir, por días, etc.
Ante todo, hay que observar que las leyes sobre el cambio de magnitudes del precio de la fuerza de trabajo y la plusvalía, expuestas en el capítulo XV, se convierten, mediante simples cambios de forma, en leyes del salario. La diferencia entre el valor de cambio de la fuerza de trabajo y la masa de medios de vida en que se invierte este valor, se presenta también aquí como diferencia entre el salario nominal y el salario real. Sería inútil repetir a propósito de las formas o manifestaciones exteriores lo que hubimos de exponer ya al hablar de la forma sustancial. Nos limitaremos, por tanto, a destacar unos cuantos puntos característicos del salario.
La suma de dinero1 que el obrero percibe por su trabajo diario, semanal, etc., forma la cuantía de su salario nominal, o sea, del salario calculado sin arreglo al valor. Pero es evidente que, según la duración de la jornada de trabajo, y, por tanto, según la cantidad de trabajo diariamente suministrada por él, el mismo jornal diario, semanal, etc., puede representar un precio del trabajo muy diverso, es decir, cantidades de dinero muy distintas para la misma cantidad de trabajo.2 Por tanto, en el salario por tiempo hay que distinguir entre la cuantía total del salario por días, por semanas, etc., y el precio del trabajo. Ahora bien, ¿cómo encontrar este precio, es decir, el valor en dinero de una determinada cantidad de trabajo? El precio medio del trabajo se fija dividiendo el valor diario medio de la fuerza de trabajo entre el número de horas de la jornada de trabajo media. Así, por ejemplo, sí el valor de un día de fuerza de trabajo son 3 chelines, producto de valor de 6 horas de trabajo, y la jornada de trabajo consta de 12 horas, el precio de una hora de trabajo será 3 chelines/12 =3 peniques. El precio de la hora de trabajo, al que se 12 llega mediante esta fórmula, sirve de criterio de unidad para medir el precio del trabajo.
Tenemos, pues, que el salario por días, por semanas, etc., puede seguir siendo el mismo, aunque el precio del trabajo descienda cons­tantemente. Así por ejemplo, si la jornada normal de trabajo era de 10 horas y el valor de un día de fuerza de trabajo representaba 3 chelines, el precio de la hora de trabajo ascendería a 33/5 peniques; al implantarse la jornada de 12 horas, baja a 3 peniques, y a 23/5 peniques si la jornada impuesta es de 15 horas. No obstante, el salario por días o por semanas puede aumentar aun permaneciendo constante e incluso descendiendo el precio del trabajo. Así por ejemplo, si la Jornada de trabajo era de 10 horas y el valor de un día de fuerza de trabajo 3 chelines, el precio de una hora de trabajo sería, como sabemos, 3 3/5 peniques. Sí el obrero, al aumentar el que hacer y sin que el precio del trabajo se altere, trabaja 12 horas, su jornal aumen­tará hasta 3 chelines y 71/5 peniques sin variación en el precio del trabajo. Y a idéntico resultado se llegaría sí, en vez de la magnitud extensiva del trabajo, aumentase su magnitud intensiva.3 Por tanto, puede ocurrir que el alza del salario nominal por días o por semanas vaya acompañada del estacionamiento o la baja del precio del trabajo. Otro tanto podemos decir de las rentas de la familia obrera, tan pronto como a la cantidad de trabajo rendida por el cabeza de fa­milia viene a sumarse el trabajo de otros miembros de ella. Como se ve, hay métodos que permiten rebajar el precio del trabajo sin reducir el salario nominal por días o por semanas.4
Como ley general, se sigue de aquí que, dada la cantidad del trabajo diario, semanal, etc., el jornal diario o semanal depende. del precio del trabajo, que a su vez varía con el valor de la fuerza del trabajo o con las desviaciones entre su precio y su valor. Por el con­trario, dado el precio del trabajo, el jornal diario o semanal depende de la cantidad del trabajo rendido por días o por semanas.
La unidad de medida del salario por tiempo, o sea, el precio de la hora de trabajo, es el resultado de la división del valor de un día de fuerza de trabajo por el número de horas de la jornada de trabajo normal. Supongamos que ésta sea de 12 horas, el valor de un día de fuerza de trabajo 3 chelines y el producto de valor 6 horas de trabajo. En estas condiciones, el precio de la hora de trabajo serán 3 peniques y su producto de valor 6 peniques. Ahora bien: sí el obrero trabaja menos de 12 horas al día (o menos de 6 días a la semana), si por ejemplo sólo trabaja 6 u 8 horas en la jornada, sólo percibirá, suponiendo que se mantenga este precio del trabajo, 2 o 1l/2 chelines de jornal.5 Como, según el supuesto de que parti­mos, tiene que trabajar por término medio 6 horas diarias para pro­ducir un salario equivalente al valor de su fuerza de trabajo, y como, siempre según nuestro supuesto, de cada hora que trabaja media lo hace para sí y medía para el capitalista, es evidente que no podrá arrancar el producto del valor de 6 horas trabajando menos de 12. Más arriba pudimos comprobar las consecuencias funestas de] exceso de trabajo; aquí, se pone al desnudo la raíz de las penalidades que supone para el obrero el trabajar menos de lo normal. Si el salario por horas se fija de tal modo que el capitalista no se comprometa a pagar al obrero el jornal de un día o de una semana, sino solamente el de las horas que trabaje, es decir, el de las horas que le ponga a trabajar según su capricho, podrá ocurrir que le tenga trabajan­do menos tiempo del que se toma como base originaria para calcular el salario por horas o la unidad de medida del precio del trabajo. Y como esta unidad de medida se determina por la relación
valor de un día de fuerza de trabajo
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jornada de trabajo de un determinado número de horas

pierde, naturalmente, toda razón de ser, a partir del momento en que la jornada de trabajo deje de contar un determinado número de horas. Queda rota la trabazón entre el trabajo pagado y el trabajo no retribuido. El capitalista puede ahora exprimir al obrero una determinada can­tidad de plus–trabajo sin concederle el tiempo de trabajo necesario para su sustento. Puede destruir todo ritmo regular del trabajo y hacer que el trabajo más abrumador alterne, conforme a su como­didad, su capricho o su interés momentáneo con la desocupación relativa o absoluta. Puede, bajo pretexto de abonar el “precio normal del trabajo”, alargar la jornada de trabajo en proporciones anormales, sin darle al obrero la adecuada compensación. De aquí la rebelión, absolutamente racional, de los obreros del ramo de construcción de Londres (1660) contra la tentativa capitalista de imponerles el sis­tema de salario por horas. La limitación legal de la jornada de trabajo pone coto a estos abusos, aunque no, naturalmente, al paro parcial que brota de la concurrencia de la maquinaria, de los cambios en cuanto a la calidad de los obreros empleados y de las crisis par­ciales y generales.
Al aumentar el salario diario o semanal puede ocurrir que el precio del trabajo permanezca nominalmente constante y que, sin embargo, su nivel nominal baje. Así acontece siempre que, no alterándose el precio del trabajo o de la hora de trabajo, la jornada de trabajo se prolonga, rebasando su duración normal. Si en el quebrado
valor diario de la fuerza de trabajo
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jornada de trabajo

el denominador aumenta, aumentará todavía más el numerador. El valor de la fuerza de trabajo, su desgaste, aumenta al aumentar el tiempo durante el cual funciona y en proporción mayor que éste. Por eso, en muchas ramas industriales en las que impera el régimen del salario por tiempo sin que la ley limite la jornada de trabajo, se ha creado por impulso natural la costumbre de no considerar como normal la jornada de trabajo a partir de un cierto límite, por ejemplo diez horas (“normal working clay”, “the day's work”, “the regular hours of work”). Rebasado este límite, el tiempo de trabajo se considera tiempo extra (overtime) y tomando la hora como unidad de medida, se le paga al obrero por una tarifa superior (extrapay), aunque en proporción ridículamente pequeña, por lo general.”6 Así ocurría, por ejemplo, en la manufactura de estampados de alfombras antes de aplicársele últimamente la ley fabril. “Trabajábamos sin guardar descanso para comer; la jornada diaria de 10 horas y media se terminaba a las 4 y media de la tarde; el resto eran horas extra­ordinarias. Estas no terminaban casi nunca hasta las 8 de la noche, y todo el año trabajábamos horas extraordinarias” (declaración de Mr. Smith en Child. Empl. Comm. I Rep., p. 125). El incremento del precio del trabajo al prolongarse la jornada por encima de cierto límite normal presenta en diversas ramas industriales inglesas la modalidad de que el bajo tipo de cotización del trabajo durante la llamada jornada normal obliga al obrero a trabajar las horas extra­ordinarias, mejor pagadas, si quiere obtener un salario remunerador.7
La limitación legal de la jornada de trabajo pone coto a estos excesos.8
Todo el mundo sabe que, cuanto mayor es la jornada de trabajo en una rama industrial, más bajos son los salarios.9 El inspector fabril A. Redgrave ilustra este hecho trazando un resumen compa­rativo del período de 20 años que va desde 1839 a 1859, por el que se ve cómo en las fábricas sometidas a la ley de las diez horas el salario, tiende a subir, descendiendo por el contrario en aquellas en que se trabaja de 14 a 15 horas diarias.10
De la ley según la cual “dado el precio del trabajo, el salario diario o semanal depende de la cantidad de trabajo rendido”, se sigue, ante todo, que, cuanto menor sea el precio del trabajo mayor deberá ser la cantidad de trabajo suministrado y más larga la jornada de trabajo, si el obrero quiere percibir un salario medio suficiente para no morirse de hambre. Aquí el bajo nivel del precio de trabajos sirve de acicate para prolongar la jornada.11
A su vez, la prolongación de la jornada de trabajo determina un descenso en el precio de este, y por tanto en el salario diario o semanal del obrero.
La determinación del precio del trabajo por la fórmula
 valor de un día de fuerza de trabajo
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 jornada de trabajo de un determinado número de horas

indica que la simple prolongación de la jornada de trabajo hace bajar el precio de este si no media alguna compensación. Pero los mismos factores que permiten al capitalista prolongar a la larga la jornada de trabajo, le permitan primero, y luego, a la postre, le obligan a reducir también nominalmente el precio del trabajo hasta hacer bajar el precio total del número de horas aumentadas, y por tanto el salario diario o semanal. Aquí nos referimos solamente a dos factores. Si un obrero realiza el trabajo de un obrero y medio o de dos obreros, la afluencia de trabajo aumentará, aunque la afluencia de las fuerzas de trabajo que se encuentra en el mercado permanezca constante. Esta competencia entre los obreros permite al capitalista reducir el precio del trabajo; y a su vez, la reducción de este le permite prolongar todavía más la jornada.12  Pero este poder de disposición sobre una cantidad anormal de trabajo no retribuido –anormal, porque rebasa el nivel social medio– pronto se convertirá en motivo de competencia entre los propios capitalistas. Una parte del precio de la mercancía esta formada por el precio del trabajo. La parte no retribuida del precio del trabajo no necesita figurar en el precio de la mercancía, pudiendo serle regalada al comprador. Tal es el primer paso que impulsa a dar la concurrencia. El segundo paso impuesto por esta consiste en desglosar también del precio de venta de la mercancía una parte por lo menos de la plusvalía normal conseguida mediante la prolongación de la jornada de trabajo de este modo, se va formando, primero esporádicamente y luego de un modo cada vez más estable, un precio anormalmente bajo de venta de la mercancía, que, si en un principio era el fruto de los salarios raquíticos y de las jornadas excesivas, acaba por convertirse en base constante de estos fenómenos. Nos limitamos a señalar estos hechos, pues el análisis de la concurrencia no es de este lugar. Pero escuchemos por un momento al propio capitalista. “En Birmingham, la concurrencia entablada entre los maestros es tan grande, que alguno de nosotros nos vemos obligados a hacer como patronos lo que en otras circunstancias nos avergonzaríamos de hacer; y sin embargo, no se saca más dinero (and yet no more  money in made), sino que todas las ventajas se las lleva el público.”13 Recuérdese las dos clases de panaderos de Londres, uno de las cuales vende el pan por todo su precio (“fullpriced” bakers), mientras que la otra lo vende por menos de su precio normal (“underpriced” o “underseller”). Los primeros denuncian a sus competidores ante la Comisión parlamentaria de identificación: “Sólo pueden defenderse engañando al público (falsificando la mercancía) y arrancando a sus obreros 18 horas de trabajo por el salario equivalente a 12... el trabajo no retribuido (the unpaid labour) del obrero es el medio del que se valen para mantener la concurrencia... La competencia entablada entre los maestros panaderos es la causa de las dificultades con que se tropieza para suprimir el trabajo nocturno. Los vendedores a la baja, que dan su pan por un precio inferior al precio de costo, precio que oscila con el precio de la harina, se resarcen de la perdida estrujando a sus obreros más trabajo. Si yo solo hago trabajar a mis hombres 12 horas y el vecino le saca 18 o 20, forzosamente tiene que derrocarme en el precio de venta. Esta maniobra se acabaría si los obreros pudiesen exigir que se les abonasen las horas extraordinarias... Una gran parte de los obreros que trabajan en estas panaderías son extranjeros, muchachos y otras personas dispuestas a trabajar por cualquier salario, sea el que fuere” 14
     Estas lamentaciones jeremíacas son interesantes entre otras cosas, porque revelan como el cerebro capitalista solo acusa el reflejo de las condiciones de producción. El capitalista ignora que el precio normal del trabajo envuelve también una determinada cantidad de trabajo no retribuido, y que precisamente este trabajo no retribuido es la fuente normal de la que proviene su ganancia. Para él, la categoría del tiempo de trabajo excedente no existe, pues aparece confundida en la jornada normal de trabajo que cree pagar con el salario. Lo que si existe para él son las horas extraordinarias, la prolongación de la jornada de trabajo, rebasando el límite que corresponde al precio normal M trabajo. Frente a sus competidores que venden la mer­cancía por menos de lo que vale exige incluso que estas horas extra­ordinarias se paguen aparte (extra pay). Tampoco sabe que este pago extraordinario envuelve también trabajo no retribuido, ni más ni menos que el precio de la hora normal de trabajo. Así por ejemplo, el precio de una hora de una jornada de trabajo de 12 son 3 peniques, valor producido en media hora de trabajo, mientras que el precio de la hora extraordinaria son 4 peniques, supongamos, valor que se produce en 3/3 de hora de trabajo. Es decir, que en el primer caso el capitalista se embolsa gratuitamente la mitad de cada hora de trabajo y en el segundo caso la tercera parte.



Notas al pie capítulo XVIII

1 Aquí partirnos siempre del valor del dinero como un valor constante.
2 El precio del trabajo es la suma abonada por una determinada cantidad de trabajo.” (Sir Edward West, Price of Corn and Wages of Labour, Londres. 1826, p. 67.) West es autor de una obra anónima que hace época en la historia de la eco­nomía política, el Essay on the Applícation of Capital to Land. By a Fellow of Univ. College Oxford, Londres, 1815
3 “Los salarios dependen del precio del trabajo y de la cantidad de trabajo realizado... La elevación de los salarios no implica necesariamente un alza en el precio del trabajo. Trabajando más tiempo y con mayor intensidad, puede ocurrir que los salarios aumenten considerablemente sin que, a pesar de ello, el precio del trabajo varíe.” (West. ob. c., pp. 6 7. 6 8 y 112.) Por lo demás, este autor. despacha con unos cuantos tópicos banales la cuestión fundamental que el la de cómo se determina el “precio del trabajo”
4 El más fanático representante de la burguesía industrial del siglo XVIII el autor de Essay on Trade and Commerce, tantas veces citado en esta obra. advierte sinceramente esto, aunque lo exponga de un modo confuso: “Es la cantidad de tra­bajo y no su precio [es decir, el salario nominal por días o por semanas] lo que se determina por el precio de los medios de vida y otros artículos de primera necesidad: al descender considerablemente el precio de los artículos de primera necesidad, des­ciende en la misma proporción la cantidad de trabajo. Los fabricantes saben que hay distintas maneras de aumentar o disminuir el precio del trabajo sin tocar a su cuanta nominal (ob. c., pp. 48 y 61). En Three Lectures on the Rate of Wages. Londres. 1830. en la que N. W. Senior utiliza la obra de West sin citarla, se dice: “El obrero está interesado primordialmente en la cuantía del salario” (p. 14 [15). Es decir, el obrero está primordialmente interesado en lo que recibe, en la cuantía nominal salario, pero no en lo que da, es decir, en la cantidad de trabajo que rinde.
5 Los efectos de esta disminución anormal de trabajo son radicalmente distintos de los de una reducción general de la jornada de trabajo impuesta por la ley. La primera no tiene nada que ver con la duración absoluta de la jornada de trabajo y puede darse lo mismo si la jornada de trabajo dura 15 horas que si dura 6. El precio normal de¡ trabajo se calcula, en el primer caso. sobre la base de que el obrero trabaje 15 horas: en el segundo caso, se parte del supuesto de que trabaje por tér­mino medio 6 horas al día. Por tanto, los efectos son los mismos, aunque en el primer caso sólo trabaje 71/2 horas y en el segundo caso 3.
6 “La tarifa de pago de las horas extraordinarias [en la manufactura punti­llera es tan baja, 1/2 penique, etc. por hora, que contrasta dolorosamente con el gi­gantesco quebranto que estas horas extraordinarias de trabajo imponen a la salud y a las energías del obrero... Además, el obrero invierte casi siempre el pequeño ingreso extraordinario obtenido de este modo en adquirir artículos para reponer sus fuerzas.” child. Empl. Comm. II Rep., p. XVI, núm. 117. ) La jornada normal de trabajo representa aquí una fracción de la jornada de trabajo real, que suele ser durante todo el año más larga que la primera.
7 Es, por ejemplo, el caso de las lavanderías escocesas. “En algunas comarcas de Escocia, esta industria (antes de la implantación de la ley fabril de 1862) se explotaba con arreglo al sistema de las horas extraordinarias, considerándose como jornada normal de trabajo la de 10 horas. Por estas 10 horas de trabajo, el hombre percibía 1 chelín y 2 peniques. Pero a esto había que añadir las 3 o 4 horas extra­ordinarias por día, que se le pagaban a 3 peniques la hora. Resultado de este sistema era que los que sólo trabajaban la jornada normal no ganaban más que 8 chelines se­manales. No trabajando las horas extraordinarias, no ganaban para vivir.” (Reports of Insp. of Fact. 30th April 1863, p. 10.) El 'Jornal extra por las horas extraor­dinarias es una tentación a que los obreros no pueden por menos de sucumbir". (Rep. of Insp. of Fact. 30th April 1848. p. 5.) “Las encuadernaciones de la City de Londres emplean a muchísimas muchachas de 14 a 15 años, firmando con ellas un contrato de aprendizaje, que señala determinadas horas de trabajo. No obstante, en la semana final de cada mes estas muchachas trabajan hasta las 10, las 11, las 12 y la 1 de la noche, mezcladas con los obreros Mayores, en un revoltijo muy dudoso. Los maestros las tientan (tempt), ofreciéndoles un jornal extraordinario y dinero para una buena cena 'en cualquiera de las tabernas vecinas'. Claro está que la gran licen­ciosidad en la que producen estos “young inimortals” (Child. Empl. Comm. V Rep., p. 44, núm. 191) encuentra su compensación en el hecho de que entre los libros que encuadernan figuren no pocas Biblias y libros de devoción.”
8 Véanse los Reports of Insp. of Fact. 30th April 1863. Los obreros del ramo de la construcción de Londres, declaraban durante la gran huelga y el lock out de 1860, enjuiciando muy certeramente la realidad, que sólo aceptarían el salario por horas con dos condiciones: primera, que, además de fijar el precio de la hora de trabajo se señalase una jornada normal de 9 y 10 horas, debiendo el precio de la hora de trabajo de la jornada de 10 horas ser mayor que la de la jornada de 9; segunda, que cada hora que excediese de la jornada normal se pagase como hora extra­ordinaria, con arreglo a una tarifa progresiva.
9 “Es, además, un hecho muy digno de ser notado, que allí donde rige como norma una larga jornada de trabajo, los salarios son reducidos.‑“(Rep. of Insp. of Fact. 31st Oct. 1863, p. 9.) “El trabajo del obrero que gana lo estrictamente necesario para no morirse de hambre (the scanty pittance), se alarga, por lo general, excesivamente.” (Public Health, VI Rep. 1863, p. 15.)
10 Report of insp. of Fact. 30 th April 1860, pp. 31 y 32.
11 Así por ejemplo los obreros manuales que fabrican agujas en Inglaterra, tienen que trabajar 15 horas diarias para conseguir un ridículo salario semanal, por lo bajo que se cotiza su trabajo. "Son muchas horas durante el día, debiendo trabajar brutalmente toda la jornada para sacar 11 peniques o 1 chelín, de los que hay que descontar, además, dos peniques y medio o tres para el desgaste de las herramientas, el combustible y los desperdicios del hierro." (Child. Empl. Comm. III, Rep., p.136, n.671.) Con la misma jornada de trabajo, las mujeres solo obtienen un salario semanal de 5 chelines. (L. c., p. 137, n. 674.)
12 “Si un obrero fabril, por ejemplo, se negase a trabajar el número tradicional de horas por creerlo excesivo, se vería rápidamente desplazado por otro, dispuesto a trabajar cuantas horas fuesen precisas, y él se quedaría en la calle.” (Reports of insp. of Fact. 31 st Oct. 1848. Declaraciones, p. 39, n. 58).
13.  Child. Empl. Comm. III Rep. Declaraciones, p. 66, n. 22.
14  Report etc. relative to the Grievances complained by the journeymen bakers. Londres, 1862, p. LII, y Declaraciones, nn. 479, 359, 27. Sin embargo, también los maestros que venden el pan por su precio íntegro obligan a sus obreros como dijimos más arriba y como confiesa el propio Bennet, su portavoz, “a comenzar el trabajo a las 11 de la noche o antes, y a alargarlo hasta las 7 de la tarde del día siguiente” L. c., p. 22)

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